El secretario de la Defensa Nacional pidió cita para ver a solas al presidente López Obrador. Antes, se había reunido con un grupo de generales de élite que le habían expresado —algunos preocupados, otros francamente iracundos— que desde el gobierno federal se había emprendido una campaña de desprestigio contra los militares, aprovechando el caso Ayotzinapa . Y que el asignarles tantas tareas, aun con el dinero que implicaba, no era una buena noticia, pues el fracaso de programas y obras de gobierno estaba manchando también el prestigio del uniforme verde olivo.
El general secretario, Luis Cresencio Sandoval , tenía sus propios enojos que ventilar en su encuentro con el “comandante supremo”: según confió a ese grupo de militares de alto rango, a lo largo de los últimos meses, mantuvo varias reuniones de trabajo con el subsecretario Alejandro Encinas , encargado de la investigación sobre los 43 estudiantes desaparecidos el sexenio pasado. El general les contó que habían acordado presentar las conclusiones de la indagatoria de manera coordinada, justo para que no se dañara la imagen de la institución militar. La narrativa sería: fueron un puñado de malos elementos, unas manzanas podridas que ya fueron arrancadas del árbol.
Así que cuando entró a ver a solas al presidente López Obrador en Palacio Nacional, el general secretario se quejó de que Encinas se le adelantó, que rompió los acuerdos y que descargó sobre el Ejército completo —y no sobre unos elementos— la responsabilidad de ese brutal crimen.
No sólo eso: llevó ante el primer mandatario el reclamo de que un grupo de funcionarios de la administración federal, orquestados por el vocero Jesús Ramírez, habían emprendido una campaña para golpear al Ejército y a la Marina, echando mano de las plumas y voces afines a la 4T en redes sociales y medios de comunicación, como expiación de sus añejos resentimientos contra los militares fruto de la lucha izquierdista. No era una percepción, había documentos con los datos, las publicaciones, las redes de vínculos, en síntesis, la radiografía de la campaña de desprestigio.
Y como brutal cereza del pastel: que el grupo de élite militar consideraba que todo esto —el madruguete de Encinas, la campaña de Jesús— contaba con el visto bueno de Andrés Manuel López Obrador, en un afán de contrarrestar la cada vez más extendida conclusión de que quien manda en este país es el Ejército, y no el presidente (los memes y caricaturas de un AMLO títere del general parecen haber calado hondo).
Así me lo relatan fuentes de alto nivel, que agregan que, en ese encuentro, el general secretario pidió la cabeza de Encinas.
Hoy el Ejército tiene control del gobierno y de la administración pública. Tiene agarrado al presidente. Si el Ejército quiere, el gobierno colapsa. De ese tamaño su poder, de ese tamaño la fuerza de sus advertencias.
Saciamorbos
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