Hoy se inaugura un aeropuerto tan chafa que las aerolíneas no lo quieren usar, los pasajeros no pueden llegar y los comercios no se quieren instalar ahí. No están terminadas la pista central, la torre de control, la terminal de pasajeros, las plataformas, las vías de acceso, el área de aduanas, la zona de catering ni el hotel.
El aeropuerto General Felipe Ángeles no ha recibido la certificación de seguridad que exigen los vuelos de las principales aerolíneas del mundo y tuvo que gestionar con la dictadura venezolana que les mande un avión a la quincena para poder presumir la categoría de “aeropuerto internacional”.
Es el aeropuerto chafa del gobierno chafa. A tal grado, que las grandes aerolíneas no lo quieren usar. Apenas el viernes en su conferencia mañanera, el presidente López Obrador confesó que ha tenido que fungir como agente de viajes, y hacer llamadas telefónicas a los directivos de las aerolíneas trasnacionales para convencerlos de usarlo. Cuando un país inaugura un aeropuerto nuevo, las líneas aéreas suelen pelearse por los lugares para estrenarlo. Aquí es todo lo contrario: van a empezar con seis vuelos de salida y seis de llegada, comparados con las casi 900 operaciones diarias que tiene al Aeropuerto Internacional Benito Juárez.
Empantanado, el gobierno ha tenido que recurrir a la extorsión, una práctica extendida en el obradorato: ya no se van a autorizar nuevos vuelos en el aeropuerto Benito Juárez (el bueno de la Ciudad de México) para que las aerolíneas a fuerzas tengan que aterrizar en Santa Lucía. Por si fuera poco, hay denuncias de que mandos militares están hablando con los dueños de comercios, restaurantes y casas de cambio del aeropuerto actual amenazándolos con usar argumentos de “seguridad nacional” para reubicarlos en zonas menos atractivas de la terminal si no se instalan “por las buenas” en el Felipe Ángeles.
Y si el presidente se tuvo que convertir en agente de viajes, lo del general encargado de construir la nueva terminal es aún peor: el gobierno lo convirtió en actor de telenovela de Epigmenio Ibarra. Y ahí lo vemos, hablándole a una estatua, en una penosa actuación bajo la dirección del propagandista estrella del régimen que hizo un “documental” para ensalzar la obra y justificar la militarización del gobierno. El presidente dijo que lo hizo gratis. No tanto: a finales de 2020 la administración de su amigo Andrés Manuel le dio 150 millones de pesos en un privilegiado crédito del banco gubernamental Bancomext, mientras a los empresarios del país los condenaba a resistir la pandemia con créditos de 20 mil pesitos.
El dinero del Felipe Ángeles es tema aparte y ha manchado el uniforme militar: costó 52% más de lo presupuestado, se descubrieron empresas fantasma que recibieron contratos para su construcción y la Auditoría Superior denunció que los militares no justificaron 12 mil millones de pesos que se gastaron. Según confesó el general del Ejército encargado de construirlo, no va a ser negocio este año, tampoco el próximo, ni siquiera el que sigue; en síntesis, no va a ser negocio en este sexenio: va a seguir costando dinero.
Con estos elementos, si López Obrador estuviera en la oposición lo estaría haciendo pedazos. Pero el presidente lo considera un éxito para presumirse. Para sus estándares, pues sí, tal vez: los baños están bien padres.
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