Recuerdo que cuando pisé Damasco, la capital de Siria, me asombró que las explosiones se escuchaban muy seguido. Todo el día y toda la noche. No eran balaceras ni la intensidad de un combate aéreo. Eran explosiones. Una y otra y otra. Como una sucesión de ataques terroristas. A veces se oían a lo lejos. A veces tan cerca que temblaban piso y paredes. A veces te hacían saltar del susto. A veces te despertaban en la noche. Y al cabo de poco tiempo, terminabas acostumbrándote, como a la música de fondo.
Cuando pisé Damasco ya se hablaba de Abu Bakr Al-Bagdadi, el sanguinario califa, líder de la organización terrorista Estado Islámico, que asediaba Siria e Irak. Ya se le atribuían masacres contra minorías étnicas y religiosas, así como decapitaciones y secuestros de periodistas.
Esta mañana, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que sus militares de élite acorralaron a Bagdadi en un túnel de su complejo en Siria y cuando se vio sin salida, accionó su chaleco explosivo, suicidándose y matando a tres de sus hijos.
Rusia hace dos años filtró que lo había abatido y resultó no ser verdad. De confirmarse el anuncio, Trump no sólo se colgará un éxito sino que por primera vez logrará ganarle en algo a Vladimir Putin.
Tomándola por cierta, la muerte de Bagdadi es un tercer gran triunfo que favorece la campaña de Donald Trump rumbo a la reelección. El primero fue el abatimiento de las cifras de migrantes ilegales, gracias a que el gobierno del presidente López Obrador acordó instalar un muro de más de veinte mil guardias nacionales en la frontera México-Guatemala. Y el segundo que la economía americana va mejor de lo esperado.
Pero no debe cantar victoria. De entrada, porque está latente la posibilidad de que le hagan juicio político. Y también porque estos tres pilares del discurso de reelección son frágiles: la economía tiene pronóstico de desaceleración, la crisis migratoria está taponada pero no resuelta y la muerte de Bagdadi no garantiza el fin de su organización criminal.
El gran fracaso de Estado Islámico (ISIS) fue haber apostado por la conquista de territorio físico para la creación de un país, su califato. Este fue el punto central de su rompimiento ideológico con sus colegas terroristas de Al Qaeda: mientras ISIS apostaba por tener territorio y gobierno porque supuestamente así lo mandaba el Corán, Al Qaeda apostaba a células terroristas que nadie supiera donde estaban. Cuando las grandes potencias mundiales vieron que ISIS tenía la mitad de Siria y un tercio de Irak, y funcionaba como gobierno, le hicieron la guerra hasta quitarle todo control territorial.
Pero así como ubicarse físicamente en el mapa fue un error que los puso vulnerables, el gran acierto de ISIS, y que desgraciadamente le augura larga vida de terror, es el excepcional uso de las redes sociales para diseminar su discurso de odio y reclutar nuevos combatientes, sobre todo entre jóvenes musulmanes marginados y enojados por todo el mundo.
Bagdadi está muerto pero su organización terrorista logró generar células de atacantes que no están articuladas piramidalmente, sino que actúan por iniciativa propia y cometen actos de barbarie donde se les presenta la oportunidad. Si se activan en venganza por la muerte de su califa, y exhiben ser muchas y muy elusivas, el discurso de victoria trumpiana puede complicarse.