Respaldo y hago mío entusiastamente el llamado multitudinario de las mujeres mexicanas al Paro Nacional del 9 de marzo.
Nuestro país necesita un cambio radical en las relaciones sociales.
La tradición, la educación convencional, los usos y costumbres nos han llevado a ver como algo natural y normal que la mujer ocupe roles subordinados, y que sólo excepcionalmente tenga acceso a cargos de dirección. Ello ocurre en todas las clases sociales y en muy distintos ambientes socioeconómicos.
Mi esposa ha impartido talleres a mujeres campesinas e indígenas durante años. En esos talleres una de las dinámicas de grupo consiste en que las participantes formen un círculo, y una por una den un paso al frente y digan tres frases:
1. Soy mujer;
2. Soy bella; y
3. Merezco respeto.
Lo que ocurre habitualmente es que difícilmente pasan de la primera frase. Argumentan que no pueden decir ‘soy bella’ porque no se ven así, y que menos aún pueden pronunciar ‘merezco respeto’ porque nadie las ha respetado nunca, y no las vaya a escuchar su marido…
Al día siguiente de iniciado el taller, algunas pueden balbucear las dos últimas frases. Supongo que por su cabeza pasan muchos pensamientos contrastantes y por su corazón atraviesan una multitud de sentimientos encontrados.
En el otro extremo de la escala social, tras las elecciones presidenciales de 2018, uno de los más grandes empresarios de México me preguntó qué pensaba yo que él debía hacer en la nueva situación política. Le contesté con otra pregunta: ¿cuántas mujeres hay en tu consejo directivo que no sean de la familia? y me dejó entrever que ninguna. ¿Cuántas en la operación cotidiana en niveles de dirección? —ninguna. Le comenté que la mayor transformación política que podía emprender era precisamente empoderar a las mujeres en su equipo de trabajo.
Como lo señala Marina Castañeda en la nueva edición de El machismo invisible (Penguin Random House, México, 2019): ‘es cierto que cada vez se tolera menos la violencia contra las mujeres, la notoria desigualdad en sueldos y oportunidades, y la escasa representación de las mujeres en diversos ámbitos… se ha dado una voz a las víctimas de acoso sexual, largamente silenciadas, y se ha conseguido atraer la luz pública sobre una forma de dominación masculina que hasta hace poco se sufría en silencio’
Continúa MC: ‘Sin embargo, las normas y los juegos de poder del machismo invisible siguen vigentes en la experiencia diaria de todos. Permean la relación entre hombres y mujeres en la comunicación, la vida emocional y sexual, la doble moral, las actitudes y los pequeños gestos, así como en la autoimagen y los roles de género de todos.’
Debemos movernos hacia pago igual por trabajo igual. Necesitamos programas de apoyo a las mujeres para compatibilizar la vida laboral con la vida familiar. Que cese la discriminación contra mujeres embarazadas en los centros de trabajo. La falta de guarderías afecta de manera desigual a las mujeres porque ellas asumen la carga de los cuidados de manera exclusiva.
Las familias requieren igualdad en el reparto de las tareas domésticas y en la responsabilidad en el cuidado de los hijos e hijas, adultos mayores, enfermos y personas con discapacidad.
La barrera más alta para el desarrollo global no es el hambre, ni la enfermedad. Es la discriminación y la violencia de género. No podemos seguir considerando los feminicidios y la violencia de género como algo ‘normal’ o ‘natural’.
Concluyo donde empecé: necesitamos una transformación de raíz en las relaciones sociales, para dejar de ver a las mujeres como subordinadas. Trabajemos para hacer valer los derechos más básicos de las mujeres y de las niñas, empezando por nuestro propio entorno.
Profesor asociado en el CIDE
@ Carlos_Tampico