Seis meses después de la elección presidencial del 3 de noviembre de 2020 en que fue derrotado, Donald Trump continúa difundiendo una gran mentira: que Joe Biden se robó la elección, y que el conteo de votos fue deliberadamente distorsionado en favor de su rival, en estados altamente disputados.
Trump contendió por la presidencia en 2016 y 2020. En ambos comicios perdió el voto popular.
Llegó a la Casa Blanca porque en su primera oportunidad ganó el colegio electoral, pero rechaza su derrota de 2020 —con las mismas reglas y prácticamente las mismas autoridades electorales— porque en 2024 quiere contender de nuevo como ‘víctima de un despojo que le arrebató la presidencia’.
Ni una sola prueba de las ofrecidas por Trump se ha sostenido.
Los legisladores republicanos rechazan reconocer la verdad: están instalados en la negación. Saben que si denuncian la gran mentira, Trump respaldará a alguien más para que los desafíe en las elecciones primarias para las intermedias de 2022.
La congresista republicana Liz Cheney, de Wyoming, se atrevió a votar por la remoción de Trump tras el asalto al Capitolio por sus seguidores el 6 de enero de 2021. El 13 de mayo fue reemplazada como la tercera al mando por Elise Stefanik, una acérrima partidaria de Trump. ¿Su pecado? No creer en la gran mentira.
La fórmula seguida por Trump consiste en:
1. Desacreditar a las autoridades electorales.
2. Acusar a los adversarios de formar parte de una conspiración contra él.
3. Usar al aparato de justicia para perseguir políticamente a sus críticos y rivales.
4. Acotar o suprimir el derecho al voto.
5. Repetir la gran mentira ad infinitum hasta que muchos la crean.
Por supuesto que el sistema electoral estadounidense tiene fallas, tanto de origen como de funcionamiento. Los padres fundadores no dieron el voto a los afroamericanos, porque aun si eran nacido en Estados Unidos, no eran considerados ciudadanos. Prefirieron que un grupo de ‘hombres sabios’ instalados en Colegio Electoral eligieran al presidente. El voto femenino sólo se reconoció en 1919.
Paradójicamente, hoy el Partido Republicano, en varias legislaturas estatales que controlan, han aprobado disposiciones que deliberadamente dificultan y limitan el voto de afroamericanos o latinos. En Georgia, hoy es ilegal que alguien dé un vaso de agua a un votante que espera en la fila.
Trump acusa a diestra y siniestra, pide y obtiene transparencia en los resultados electorales, pero se niega a transparentar sus impuestos y sus finanzas. La fiscalía general del estado de Nueva York lo ha estado investigando desde 2016, y recién anunció que indaga a la Organización Trump ‘en calidad de criminal’.
La gran mentira es el instrumento de Trump para controlar a los republicanos. Ese partido edifica su estrategia política y su candidatura a la presidencia en 2024 con base en la sumisión a la realidad alterna construida por el mentiroso.
El partido Republicano está entregado a salvaguardar el ego de una persona, no la democracia en su país.
Al descalificar sin prueba alguna la integridad del sistema electoral, Trump es la principal fuente de incertidumbre hacia los comicios de 2024.
El presidente Biden le ha bajado deliberadamente la temperatura emocional al tema, pero el riesgo para el orden democrático sigue allí. Todo esto pasa hoy en EU.
Profesor asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico