Me tocó vivir en Tabasco a final de la década de los 1970s, invitado por los jesuitas para participar en un proyecto de organización campesina y desarrollo comunitario. Yo era entonces un joven economista, recién egresado del ITAM, con más sueños que experiencia.
En la organización comunitaria, me identifiqué de inmediato con la pedagogía de ver los hechos, pensar juntos los problemas y actuar para la transformación.
Tabasco experimentaba una profunda mutación. Hacía apenas un par de décadas que pasaba por allí la carretera federal que vinculaba al altiplano con la península de Yucatán. La comunicación entre muchas comunidades campesinas era en cayuco, aprovechando los ríos del sistema fluvial Grijalva-Usumacinta. La explotación petrolera desordenada trajo consigo una conmoción social: contaminación, inflación, agudización de la desigualdad.
Los jesuitas se encontraron entonces con el licenciado Andrés, un joven funcionario-activista, formado en el PRI y que había estudiado en la UNAM, y hallaron puntos de contacto en el respectivo trabajo que realizaban entre las comunidades campesinas e indígenas.
En 1986 llega a Tabasco el padre jesuita Francisco ‘Paco’ Goitia, cuyo compromiso con el pueblo fue permanente. Me dice un dirigente campesino que lleva cincuenta años en esta lucha:
“En 1988, Paco Goitia coincide con el Lic. Andrés Manuel López Obrador en Tabasco. En 1990 se funda el Comité de Derechos Humanos de Tabasco (Codehutab). El Lic. Andrés Manuel acompaña su nacimiento, cuyo trabajo a su vez favoreció a su movimiento.
En 1995, el Lic. López Obrador y el padre Goitia se reconocen en la resistencia civil contra Pemex, que afectó a muchos campesinos, algunos de los cuales fueron encarcelados por su defensa del medio ambiente.
Paco Goitia le tenía mucho respeto y afecto al Lic. Andrés Manuel, quien identificaba muy bien el compromiso inquebrantable de los jesuitas al lado del pueblo. Enfrentaron a los gobiernos corruptos de ese entonces, sobre todo el de Roberto Madrazo. Durante los siguientes años coincidieron en la lucha por el cambio social, hasta el fallecimiento de Paco en 2011”.
En junio de 2022, dos hechos extremadamente graves y dolorosos —la muerte por asfixia de 53 migrantes en un tráiler que se dirigía a San Antonio, Texas, y el asesinato de dos jesuitas y un civil en la Diócesis de la Tarahumara, en Chihuahua— nos colocaron una vez más ante el horror de la violencia y la impunidad.
En el poder político están hoy, en Palacio Nacional y en Bucareli, dos tabasqueños que han protagonizado el relato que recojo en estas líneas. “Si algo pueden aportar los diferentes niveles de gobierno es contener el avance del control territorial por parte de las economías criminales”, escribe el padre jesuita Jorge Atilano González Candia.
Añade el dirigente campesino: “A AMLO le hace falta reflexionar sobre esta situación, y humildad para escuchar a otros. Hoy no le gusta que nadie lo cuestione. AMLO se olvida de agradecer lo que otros le fueron aportando, y ahora condena a los organismos civiles”.
Urge un diálogo nacional para avanzar en la construcción de paz. Como señala Clara Jusidman: ‘hay quienes buscan el ejercicio del poder sobre otros; y quienes impulsan la construcción del poder con los otros… lo público no atañe sólo a los poderes del Estado, sino a todo aquello que nos es común y nos corresponde como colectividad’.
@Carlos_Tampico
Suscríbete aquí para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.