Para demostrar el amor que la Dra. Claudia Sheinbaum tiene por el pueblo y que fue un eslogan continuamente repetido durante su campaña por la presidencia de la República lo fundamental que tendría que hacer es enfocar el rumbo de la economía mexicana hacia un modelo de desarrollo alternativo al que se viene aplicando desde los tiempos del priismo y que se mantuvo en el sexenio morenista que ahora termina.

El objetivo de este nuevo modelo debe tener como función primordial atender el funcionamiento adecuado del sector productivo y no del sector financiero. La prioridad debe sentarse en la capacidad de incrementar la oferta interna ya que cuando una sola decisión hace que la economía nacional se derrumbe en la forma en que lo hizo la economía mexicana en 1995, o con la pandemia del Covid más recientemente, debe ser por que padece de graves debilidades estructurales. Fortalecer el sector real y no el financiero es lo que México requiere, pero esto se logra sólo si se transforma la preferencia por la inversión financiera por una preferencia hacia la inversión productiva. Crear incentivos para que se de este cambio de preferencias de los dueños del capital es el gran reto que tiene esta administración.

La opción de impulsar el crecimiento por medio de entradas de capital de corto plazo, aumentos salariales irrisorios frente a los aumentos de precios autorizados, recortes continuos al gasto presupuestal, mayores incentivos a las ganancias de corto plazo de los tenedores de obligaciones financieras y principalmente una orientación de producir para el mercado externo no ha sido una estrategia optima ya que no conduce a resolver el desacoplamiento entre las esferas de la producción y las finanzas.

La vulnerabilidad de la economía productiva se profundizará al depender en mayor grado de los flujos financieros de corto plazo al igual que de la desaceleración que sufre la economía mundial que no se resolverá pronto, según lo reconocen diversas instituciones internacionales, como tampoco lo resolverá el nearshoring cuya dinámica depende de las empresas transnacionales y la fortaleza de la economía mundial. Estos factores confirman la incapacidad del modelo para reducir la dependencia de las importaciones de bienes intermedios y de capital sin los cuales la economía mexicana no puede funcionar. Lo que se requiere es fortalecer la estructura productiva local para producir para el mercado nacional.

El énfasis de la política económica debe estar en consolidar el mercado interno lo cual implica que la máxima prioridad nacional debe estar orientada hacia la inversión en el sector productivo. Mantener la prioridad exclusivamente en la estabilidad y el crecimiento financiero conducirá lenta pero inexorablemente a mantener la extrema desigualdad social que no se resuelve con la compra de votos. Por esta razón debe ser una prioridad básica modificar la política monetaria neoliberal instrumentada por el Banco de México. La política monetaria de incremento a la tasa de interés sólo contribuye a reducir la oferta de bienes y servicios por el mayor costo que ello representa para las empresas productoras, aunque sea altamente rentable para el sistema financiero. La reducción de la tasa de interés, al contrario, puede incentivar una mayor producción de insumos, materias primas y servicios a menores precios con efectos positivos para la rentabilidad de las empresas industriales lo cual favorece el crecimiento económico y el empleo. Otro efecto positivo podría ser el alcanzar un tipo de cambio competitivo que resuelva las diferencias de nuestros precios con los precios de Estados Unidos nuestro principal competidor.

Los mercados de capital deben ser orientados a funcionar en favor del desarrollo nacional lo cual hace necesario tomar el lado de los que argumentan que la desreglamentación financiera ha ido demasiado lejos. El propósito debe ser mermar la movilidad de los capitales al desanimar su funcionamiento de corto plazo. Esta no es tarea sencilla pero tampoco es imposible. El propósito no es eliminar las corrientes externas de capital sino ser selectivo para aceptar las que coadyuven al crecimiento del sector productivo.

Ello implica la reestructuración del sistema financiero para que se constituya en un proveedor de recursos para el desarrollo y no para la especulación bursátil como la experiencia desde el sexenio salinista parece demostrarlo. Hay que reconsiderar el papel que juega la dicotomía financiera primero como un mecanismo que coadyuve a un mejor uso del ahorro y no simplemente como una forma de ganancias especulativas y segundo como un mecanismo que diluye la capacidad del sistema financiero de auto regulación.

El dilema con el modelo exportador es que funciona fundamentalmente para sectores desligados del resto de la economía, y agrega muy bajo valor para dinamizar el crecimiento y crear empleo para todos. Además, el canal de la inversión extranjera directa ha demostrado que limita su flujo a aquellos sectores ya consolidados, lo que limita la capacidad de fomentar el tipo de desarrollo que el país requiere de ahí la necesidad para adoptar un cambio de estrategia que haga del mercado interno el motor de nuestra economía en una lógica de desarrollo sostenible. Se requiere, entonces, una intervención estatal un gasto gubernamental que solvente y haga frente a los efectos nocivos que la apertura comercial y financiera han impuesto sobre el desarrollo del mercado interno al evitar los encadenamientos entre el sector externo y la estructura productiva local.

Este no es un cambio a realizar en el corto plazo, ni siguiera en un sexenio, con efectos positivos inmediatos. Por el contrario, esta es una opción que requiere un gran sentido de planeación y gasto gubernamental ya que como lo postulo Samuelson el mercado solo sirve para establecer precios de corto plazo pero para transformar las condiciones de bienestar social se requiere de un plan a largo plazo.

Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco

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