Los principios no deben seguirse siempre. O lo que es lo mismo: se deben entender a profundidad para aplicarse donde corresponde. Por ejemplo, la característica esencial de la democracia es la publicidad de los actos de los gobernantes. República, que viene de res publica , es cosa pública en dos direcciones: gobernar para el público y gobernar en público. Para que los ciudadanos puedan hacer uso de la razón (y controlar al Estado), es necesario que sean libres, id est , estén enterados de todas sus acciones, así como de los procesos de deliberación que llevaron a ellas. Siguiendo la máxima kantiana que dicta que aquello que no se puede exponer (bajo riesgo de que se impida su propósito por la reacción pública) es ilegítimo, injusto desde el momento en que su objetivo depende de su confidencialidad, nuestra sociedad debe ser intolerante, sin excepciones, a que los gobernantes se guarden algo para sí. En el gobierno del pueblo no puede haber secretos.

Llevado a sus últimas consecuencias esto implica la desaparición de la vida privada, o peor aún, de la íntima: para que nadie desconfíe y todo se razone las vidas de los ciudadanos se vierten por completo en la esfera pública. Sin embargo, es esa misma libertad de los individuos -imprescindible para la supervivencia de la democracia- es la que obliga a protegerlos de un Estado controlador que se deshace del escrutinio. En el mundo de la ética, la única regla sin excepción es que no hay regla sin excepción: bella paradoja.

Los economistas tienen un principio análogo: la ventaja comparativa. Este concepto se cimenta en otro: la ventaja absoluta. Supongamos -con fines didácticos, sin evidencia- que en Puebla cada trabajador puede producir 20 camisas, mientras que en Atlixco un trabajador solo produce 10. De forma similar, el campesino poblano es capaz de recolectar 50 kilos de maíz, en tanto el atlixquense apenas llega a 45. Es claro que Puebla puede producir más camisas y maíz que Atlixco. A esto los economistas se refieren diciendo que Puebla tiene una ventaja absoluta sobre Atlixco.

Ahora compliquemos el ejemplo. Pareciera que Puebla no tiene razones para comerciar con el villorrio vecino. Falso. Pensemos -otra vez de forma reduccionista, solo para entender la idea- que en ambas ciudades hay 10 trabajadores. Dado que cada trabajador en ambas ciudades es más productivo en términos absolutos en la recolección de maíz (es más rutinario, requiere menos técnica), 6 trabajadores se dedican a producir camisas y el resto a recolectar maíz. Si ambas ciudades producen los dos productos, obtendrían en total 180 camisas (6 trabajadores por 20 camisas en Puebla y 6 trabajadores por 10 camisas en Atlixco) y 380 kilos de maíz (4 trabajadores en Puebla por 50 kilos y 4 trabajadores en Atlixco por 45 kilos).

El error de quedarse con la conclusión de que Puebla produce más de todo y por lo tanto no necesita de Atlixco radica en que poder producir más de cualquier cosa no es lo mismo que poder producir más de todas las cosas (al mismo tiempo). (Y asumo que los ciudadanos de ambas ciudades quieren más comida y más ropa.) ¿Qué pasaría si cada ciudad se especializa en lo que hace mejor? El poblano deja de producir 20 camisas para recolectar 50 kilos de maíz (diferencia de 30), pero el atlixquense tan solo deja de producir 10 camisas para recolectar 45 kilos de maíz (diferencia de 35). Si todos los trabajadores poblanos son empleados únicamente en elaborar camisas y todos los atlixquenses en recolectar maíz, la producción de camisas ascendería a 200 (10 trabajadores por 20 camisas) y la recolección de maíz a 450 kilos (10 trabajadores por 45 kilos). Ambas ciudades podrían ahora comerciar y obtener más camisas y más maíz: la especialización beneficia a todos.

El principio de ventaja comparativa es el antídoto contra los argumentos chovinistas que abogan por la autarquía. Si queremos un mundo mejor estaremos a favor de que todas las personas tengan acceso a más de las cosas que necesitan (y quieren): comida, ropa, medicinas, transporte, etcétera. Y la forma de lograrlo es que cada uno se especialice en aquello para lo que es mejor; la profesión (a nivel individual), el sector (a nivel ciudad o país) en el que se tiene una ventaja comparativa. Puebla estaría desperdiciando recursos si recolectara maíz, pues sus trabajadores son, comparados con los de Atlixco, menos eficientes en el campo. El razonamiento es idéntico para los atlixquenses que fabrican camisas. Sería absurdo que Canadá produjera plátanos (con costos altísimos) cuando en el Caribe se obtienen casi sin necesidad de esfuerzo. Es el fundamento del comercio internacional: las fronteras deben abrirse para permitir la especialización y que todos tengamos más de todo.

Siguiendo la idea de ventaja comparativa -y pensando en lo mejor para el mundo-, si el régimen de Kim Jong-un cayera hoy, ¿sería la mejor decisión abrir el país asiático al comercio internacional? Como el país se especializará en el sector en el que tiene ventaja comparativa, hay que preguntarse qué hace mejor Corea del Norte frente al resto del orbe. La investigación y el sector terciario norcoreano no está muy desarrollado: apenas unos pocos científicos encargados del desarrollo de armas y una élite que acapara los pocos servicios disponibles. La mayor parte de los ciudadanos trabajan como agricultores u obreros. Para competir con otros países, Corea del Norte se vería forzada a dedicar todos sus recursos al sector primario y las manufacturas que no requieren mano de obra calificada. El presupuesto para la investigación desaparecería y la antigua dictadura quedaría atrapada en una trampa de la pobreza que podría durar centurias. La apertura tendría que ser gradual, acompañada de la protección a un sector desarrollado que cree una nueva ventaja comparativa. Un país así, parece, representa la excepción a la regla que marca la ética.

La condición de la excepción es que contradiga el principio. Bien mirado, el ejemplo de Corea del Norte no contradice el principio de la ventaja comparativa, es un caso particular. La diferencia entre el secreto en la democracia y el país pobre que abre sus fronteras es que el primero se basa en una prescripción normativa (lo que debiera ser), mientras que el último en una positiva (lo que es). Entender la diferencia puede significar mucho para generaciones que han sufrido bajo una autocracia .

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