La cifra es grotesca: el 82% de las ganancias que se obtuvieron en el mundo en 2017 fueron a dar al 1% de la población mundial. Y no es que se lo roben (a pesar de que muchos así lo crean), sino que son dueños de los negocios más grandes y lucrativos. Claro que eso no lo hace menos preocupante.

Dejemos a un lado las ideas sobre la lucha de clases y las tensiones provocadas por la división social. Pensémoslo llanamente en términos de justicia: un millón más a Slim no le hace ni cosquillas, pero cincuenta pesos (o menos) hacen un mundo de diferencia para el que no tiene qué comer. Así que como los multimillonarios no requieren tanto y los pobres necesitan de todo, a la sociedad le interesa que haya redistribución.

Pero a la redistribución se le pone atención harto seguido, y se deja de lado otro fenómeno: la reproducción de las élites. ¿Por qué los afortunados que nacimos en familias acomodadas nos quedamos de acomodados y los hijos de acaudalados se quedan con sus millones?

Usualmente se han pensado dos razones: la biológica y la de crianza. La primera dice que hay algo hereditario, puramente a nivel fisiológico, que hace que unos sean ricos y otros pobres. Los millonetas reproducen la condición favorable y los depauperados la perjudicial. Algo así como un gen del dinero. Aquí los causantes de la riqueza de los hijos no serían los padres, sino sus genes. Esta teoría -de ser cierta- debería alarmarnos, porque implica que no tenemos poder sobre nuestra vida, somos esclavos: el que nació pobre está condenado a morir pobre, sin importar lo que haga (además de las connotaciones de inferioridad biológica). La segunda propone que son ciertas cosas aprendidas por los niños de familias ricas las que hacen que ellos también tengan niveles de riqueza elevados. Ciertos comportamientos aprendidos, como los hábitos de ahorro o su aversión al riesgo. Aquí los causantes sí son los padres, a través de la crianza.

Tres economistas (Magne Mogstad, Andreas Fagereng y Marte Rønning) se beneficiaron de un cuasi-experimento natural para evaluar si la crianza en realidad repercute en la riqueza futura. Analizaron los datos de niños nacidos en Corea que durante su infancia fueron adoptados por familias noruegas, y cuya asignación fue aleatoria. Esta es la parte clave de su investigación: al evaluar a los hijos de Bill Gates no tenemos forma de saber si la educación en casa fue extraordinaria o se debe simplemente a algo genético, empero, cuando estudiamos a niños adoptados estamos seguros de que el componente biológico no existe. Si los hijos adoptados de los millonarios, en promedio, son más ricos que los del resto de las familias, entonces podemos asegurar que el dinero no se lleva en la sangre.

Encontraron que, en promedio, ser adoptado por una familia 10 percentiles arriba en la distribución del ingreso resulta en un incremento de 1.7 percentiles en la posición del niño en la distribución de ingreso (cuando crezca, obviamente). A primera vista puede no parecer tan escandaloso, pero pongámoslo en perspectiva: en EU, para un hogar en el percentil 18 significaría un incremento de 50 mil pesos al año (2,500 dólares), y con eso la familia saldría de la línea de pobreza.

De ese efecto, los economistas noruegos estiman que solo el 40% se debe a transferencias directas de riqueza, id est, la herencia. Es decir, la mayor parte del efecto no es porque papi y mami les dejaron hecha la vida a sus pequeños. Una teoría muy intuitiva es que los papás más ricos pagan mejores escuelas durante más años, así que una mejor educación (en el sentido de escuela formal) sería la causa. Pero su investigación demuestra que no, la diferencia en escolaridad entre niños adoptados por familias ricas y familias con menos dinero es prácticamente nula. Esto tiene que ver con el sistema educativo gratuito y de primer mundo que tiene Noruega; sin embargo, nos dice algo muy importante: incluso si los niños de familias ricas y pobres van a la escuela el mismo tiempo, estudian lo mismo y en instituciones de calidad similar, y además les quitamos la herencia, persiste algo que hace que a los niños de familias ricas les vaya mejor (en términos de ingreso) cuando son grandes.

¿Qué es ese algo? Difícil saberlo. A partir del comportamiento de los niños cuando crecen sabemos que no hay diferencias significativas en su conocimiento del mercado financiero (no existe correlación con que inviertan más en la bolsa, por ejemplo), pero para entender a fondo tendríamos que meternos a las casas a estudiar cómo los acaudalados educan a sus hijos. A lo mejor está relacionado con las amistades y los contactos, o la actitud frente a la vida, o habilidades no medibles de negociación. Por ahora, lo que sabemos con certeza es que nacer en una familia con dinero importa en el futuro, y por razones que van más allá de la herencia.

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