La persona promedio con acceso a internet pasa dos horas y media diarias en redes sociales, y hay casi 4 mil millones de usuarios en el mundo. Tenemos evidencia de que las personas usan más redes sociales que televisión. Un gringo, en promedio, ve su teléfono no menos de cincuenta veces al día.
Podemos ver el uso masivo y continuo de redes sociales neutralmente: las personas usan Instagram porque les gusta, igual que a algunas personas les gusta leer un libro al día y a otras coleccionar vasos tequileros. Pero podemos preguntarnos si no hay un exceso en el uso, si, incluso, no generan adicción, como el alcohol o el tabaco. Desde 2018, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud incluye la adicción a videojuegos como una condición médica.
Definamos adicción como la combinación de un hábito y un problema de autocontrol. Hábito de consumir refresco significa que un incremento en consumo de refresco hoy incrementará mi cantidad demandada de refresco mañana. Tener un problema de autocontrol significa que hoy consumo más refresco de lo que habría elegido consumir si lo hubiera hecho por adelantado (verbigracia, si ayer me hubieran preguntado cuánto refresco consumiría hoy).
Hace unos meses escribí sobre un experimento que le pagó a algunos participantes por desactivar su cuenta de Facebook. Vivir sin Facebook no tuvo resultados significativos en la ansiedad y depresión de los participantes, pero redujo la polarización de sus opiniones políticas y el uso no solo de Facebook, sino de otras redes sociales, dejándoles, en promedio, una hora más de ocio diario.
Hoy tenemos nueva evidencia al respecto. Hunt Allcott (investigador de Microsoft), Lena Song (investigadora de la Universidad de Columbia) y Matthew Gentzkow (profesor de economía en Stanford), reclutaron dos mil adultos gringos con teléfono inteligente para su experimento. Instalaron en cada teléfono una aplicación -hecha ad hoc- para registrar el tiempo usado en aplicaciones del teléfono y poder establecer tiempo límite de uso.
Se enfocaron en Facebook, Instagram, Twitter, Snapchat, buscadores (como Google) y YouTube, a lo que ellos se refieren con el acrónimo FITSBY. Durante seis semanas midieron el tiempo empleado por los participantes en redes sociales. Luego, aleatoriamente seleccionaron un grupo de tratamiento, y a cada miembro le dieron 2.5 dólares por cada hora menos que usaron FITSBY. El incentivo monetario duró tres semanas.
El incentivo económico -mientras duró- redujo 56 minutos el consumo diario de FITSBY. Casi cuarenta por ciento menos de uso que las personas que no recibieron dinero por disminuir su actividad digital.
Los investigadores siguieron monitoreando a los participantes después de que terminó el subsidio. Tres semanas después de que dejaron de recibir dinero los participantes que fueron subsidiados seguían usando FITSBY 19 minutos menos al día, y seis semanas después el efecto persistió, con 12 minutos menos diarios. Los resultados son consistentes con la formación de un hábito. La disminución en el consumo de redes sociales durante el experimento resultó en menor consumo después de que terminó.
Los participantes tienen problemas de autocontrol. En promedio, cuando les preguntaron sobre la cantidad de tiempo que usarían FITSBY en las tres semanas siguientes, los usuarios subestimaron el tiempo que pasarían en el teléfono cuatro por ciento. Gentzkow y sus colegas adoptaron un cuestionario para diagnosticar adicción -hecho por sicólogos- y encontraron que las personas que recibieron dinero por reducir su uso de FITSBY tuvieron resultados significativamente menores en el índice de adicción. Las personas que recibieron dinero aseguraron perder menos tiempo de sueño por estar en alguna red social, y dijeron usar menos su celular para evitar sentirse ansiosos o para procrastinar. Aunque los cambios que reportaron en felicidad, satisfacción en la vida y depresión son insignificantes, los participantes subsidiados sí reportaron una capacidad de concentración significativamente mayor luego de reducir el consumo de FITSBY.
En nuestro mundo digitalizado, alejarse de Facebook, Instagram y Twitter parece imposible, pero la evidencia dice que, si logramos hacerlo durante tres semanas, podemos tener beneficios de largo plazo.
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