Casi ochenta por ciento de la población mexicana es católica (datos del INEGI). Con semejante cifra (que ha caído, dicho sea de paso, cerca de siete puntos porcentuales en los últimos diez años) a nadie le sorprende que las fiestas religiosas en nuestro país sean la norma. En pleno 2023 sigue sin ser exageración que el día que queramos podemos encontrar alguna pachanga dedicada a una virgencita, santo o sus derivados.
La religión nunca ha sido una esfera separada del resto de la actividad social. La cruz fue tan importante en la conquista de América como la espada, y no en vano Weber argumentó que la ética protestante está positivamente ligada al crecimiento económico (a diferencia de la católica, por ejemplo).
Dos economistas, Eduardo Montero y Dean Yang (de la Universidad de Chicago y la Universidad de Michigan, respectivamente), lideraron una investigación para dilucidar la relación entre las fiestas religiosas y el desarrollo económico de las comunidades en las que se hacen las fiestas.
El análisis no es sencillo, porque puede que las fechas de las fiestas de un pueblo se hayan establecido (al menos en parte) tomando en cuenta el efecto que tienen en el desarrollo económico de la sociedad. Por eso Montero y Yang se enfocaron en las fiestas establecidas por la colonización europea en México, es decir, impuestas: las fiestas patronales. Las fiestas patronales están esparcidas a lo largo del año, y están establecidas por la autoridad eclesiástica en Roma; no las pueden cambiar a placer los creyentes.
Los festivales religiosos, en principio, podrían contribuir al crecimiento económico, si incrementan los niveles de confianza entre los ciudadanos, mejoran la provisión voluntaria de bienes públicos o desarrollan el capital social (la solidaridad entre vecinos, por ejemplo). Por otro lado, si obligan a los creyentes a desviarse de actividades más productivas podrían disminuir el crecimiento económico de la comunidad.
Como el clima de las comunidades a lo largo y ancho del país cambia, y las advocaciones a los santos fueron arbitrarias, hay pueblos en los que la fiesta patronal coincide con el periodo de siembra o el periodo de cosecha. Los investigadores juntaron aquellos municipios en que la fiesta patronal coincide con el periodo de siembra o de cosecha en un grupo, y los compararon con los municipios en los que la fiesta patronal no coincide con ninguno de los dos periodos.
Las regresiones muestran que, en el largo plazo, el ingreso por hogar es 20 por ciento menor en los municipios donde la fiesta patronal coincide con la época de siembra o cosecha, y el índice de desarrollo económico del municipio también es significativamente menor. El estimado de Montero y Yang -alarmante- es que el PIB de México es 4.2 por ciento más bajo hoy debido al efecto de fiestas patronales durante épocas de siembra y cosecha. Pongámoslo en perspectiva: en 2022 el PIB de México creció solo 3 por ciento.
¿Por qué las fiestas patronales en épocas de siembra y cosecha son perjudiciales para el crecimiento económico? Por los efectos negativos que tienen en la agricultura. Durante la época de siembra y cosecha los hogares tienen que dedicar más recursos (humanos y materiales) a la agricultura. Tener una fiesta patronal en cualquiera de estas dos épocas implica dejar de invertir lo necesario (trabajo y dinero) en la agricultura para invertir (trabajo y dinero) en la fiesta.
Las fiestas patronales en tiempos de siembra hacen que se desvíen recursos monetarios que podrían haberse ocupado para comprar semillas y fertilizante, reducen el tiempo disponible de los campesinos para preparar la tierra y provocan que muchas veces siembren en momentos que no son óptimos (antes o después de la fecha ideal).
De forma similar, las fiestas patronales en época de cosecha muchas veces provocan que los campesinos recojan la cosecha muy pronto o muy tarde; además, en periodos de cosecha la comunidad tiene más ingresos de lo normal (por la venta de la cosecha), y la fiesta patronal incentiva el gasto de esos ingresos, lo que resulta en menos ahorros para invertir en la próxima temporada de siembra.
En resumen: las fiestas patronales que coinciden con periodos de cosecha o siembra reducen la productividad agrícola, y la baja productividad agrícola (persistente) impide una transformación estructural que modernice la economía de la localidad.
Entonces, ¿por qué no cambian la fecha de las celebraciones si es tan dañina para el crecimiento? Primero, desde luego, porque el efecto es en el largo plazo; de un año a otro la afectación es casi imperceptible, así que los ciudadanos no lo notan en su cotidianidad. En segundo lugar, por la fuerza de la adherencia religiosa. El análisis de las encuestas en México revela que los ciudadanos de estos municipios (donde la fiesta patronal coincide con la época de siembra o cosecha) son significativamente más propensos a reportar que la religión tiene un rol importante en su vida.
Concluyamos: la religión institucionalizada sigue teniendo consecuencias graves, e irse de pachanga en los días cruciales del año sí afecta nuestro bolsillo, sobre todo en el largo plazo.