En momentos como este conviene alejarse de la todología imperante en la discusión mediática. Son incontables los casos de filisteos que aseguran tener la receta para salvar al país. Ayer eran sabihondos en seguridad pública, hoy son epidemiólogos y economistas, mañana serán poetas. La ignorancia disfrazada de sabiduría por el prestigio del medio que publica es peligrosa.
Para elevar el nivel del debate público hay que escuchar a los expertos en cada materia, no a los expertos en opiniología. Y en este caso, poner atención a los datos. Datos, datos y más datos. No importa lo que alguien crea sobre lo que está pasando, importa lo que está pasando. Hechos, no creencias.
Hace unos días, Ceyhun Elgin, Gokce Basbug y Abdullah Yalaman, de las universidades de Columbia, Sungkyunkwan y Eskisehir Osmangazi, respectivamente, publicaron los resultados de una de las primeras investigaciones sobre los determinantes de la respuesta económica gubernamental a esta crisis.
Seamos precisos: la crisis económica no la provocó el virus. Habrá recesión porque las personas están en sus casas, da igual si el gobierno lo impone o la gente decidió recluirse por miedo. Hay dos efectos inmediatos del acuartelamiento que disparan el problema: consumo y trabajo. Si no salgo a trabajar no tengo ingresos, pero aun si salgo encuentro que la gran mayoría de la gente está encerrada, así que no hay consumidores, y si no hay consumidores no hay ventas, por ende el negocio pierde, y un negocio que pierde no es negocio, entonces cierra, y corre a los empleados, y esos desempleados se quedan en casa, sin ingreso. Como la economía es una cadena en la que todo está enlazado, el problema se complica, porque los trabajadores también son consumidores, así que los nuevos desempleados provocarán otra caída en el consumo, y es como la onda que empezó en una esquina de la alberca termina por dañar prácticamente todos los sectores de la actividad productiva.
Esto no insinúa que la cuarentena es mala, solo aclara la causa de la recesión. Si no hubiera pandemia, pero los ciudadanos de improviso decidieran enrejarse, tendríamos una crisis igual de severa (aunque sin riesgo de colapso del sistema de salud).
Tres áreas de respuesta gubernamental son cruciales en una recesión: política fiscal (desde construcción de carreteras hasta ayudas directas a desempleados), política monetaria (el tamaño del paquete macroeconómico y la reducción de la tasa de interés) y tipo de cambio (o balanza de pagos). Elgin, Basbug y Yalaman usaron los indicadores de la respuesta gubernamental en los tres rubros para crear el índice de respuesta económica ante el covid-19 (CESI, por sus siglas en inglés). Un número más alto del índice significa una respuesta gubernamental más fuerte (no necesariamente mejor). El índice es útil porque permite la comparación entre países, a pesar de que las políticas sean muy distintas (por ejemplo, entre países con políticas retrógradas de tipo de cambio fijo y países como México, con tipo de cambio flotante). Al entender cómo se toman las decisiones de respuesta sabemos si vamos por el camino correcto.
Calcularon el índice para 166 países con la información disponible hasta el 31 de marzo. Después, evaluaron posibles determinantes de la respuesta económica: número total de casos confirmados, tasa de infección (total de casos entre total de la población), número de camas de hospital por cada mil habitantes, gasto en salud (como porcentaje del PIB), la mediana de la edad de la población, PIB per cápita y el Stringency Index -creado por investigadores de la Universidad de Oxford- que mide qué tan estricta ha sido la respuesta de los gobiernos del mundo ante la pandemia (exempli gratia, qué tan estricto es el confinamiento y qué tantas pruebas se hacen); es decir, un índice de rigurosidad.
Los mejores predictores de la magnitud de la respuesta económica son la mediana de la edad de la población, el número de camas de hospital, el PIB per cápita y el número total de infectados. (La única correlación negativa es la del número de camas; el resto de las correlaciones son positivas.) Entre más alta la mediana de la edad más vieja es la sociedad, y dado que el coronavirus es particularmente peligroso para los adultos mayores (la probabilidad de morir en Italia por covid-19 es casi nula para los menores de 60, y el 87% de los fallecidos por covid-19 en Reino Unido tenían 65 años o más; cifras del 27 y 17 de abril, respectivamente), esperamos que los países con poblaciones viejas implementen medidas más fuertes.
El número de camas es más interesante. Parece que entre más camas de hospital tiene un país menos responde en términos económicos. Tiene sentido: si hay camas disponibles para todos los enfermos el distanciamiento social se puede relajar, así que no se necesita tanto apoyo económico (como en Suecia, donde los restaurantes no han cerrado). El PIB per cápita tampoco sorprende. Los países ricos tienen más dinero para hacer cualquier cosa, incluida la respuesta a una crisis económica que emerge de súbito. El número total de casos aparenta tener sentido, pero es erróneo ponerle mucha atención: suena lógico aumentar la respuesta económica si el número de casos aumenta, pero comparar el número de casos en México con el número de casos en Bélgica (en términos absolutos) carece de sentido, por el simple hecho de que los belgas equivalen al 9 por ciento de los mexicanos.
Deberíamos poner atención a la tasa de infección, pero esa se muestra insignificante en las regresiones.
El porcentaje de gasto público en salud y el índice de rigurosidad de Oxford también son irrelevantes. Pero que el Stringency Index sea irrelevante debe preocupar. Como la pandemia no causa la crisis, sino que es originada por las medidas de distanciamiento social, entre más rigurosas sean las medidas más severa será la recesión.
Queremos que los gobiernos cuyas medidas sean las más estrictas también sean aquellos que estimulen más la economía, pero los resultados de Elgin, Basbug y Yalaman dicen que eso no les está importando. Para decidir sobre la magnitud de sus paquetes de ayuda económica están volteando a ver indicadores de la pandemia, no del impacto económico que tienen sus medidas de confinamiento. Los indicadores de la pandemia tienen un efecto indirecto sobre la economía (entre más contagios habrá más días de encierro, por ejemplo), pero están lejos de capturar todo el efecto. El número de camas y la tasa de infección debe determinar las medidas sanitarias, pero la política económica tiene que estar basada en indicadores económicos: desempleo, inversión, consumo, calificaciones crediticias, etcétera. Y como los indicadores económicos son golpeados directamente por la rigurosidad de las medidas de distanciamiento, los hacedores de política pública deben fundar su respuesta en el daño económico causado por la cuarentena.