De acuerdo con el gobierno de Estados Unidos, faltan 4.3 millones de personas trabajando, el nivel más alto desde el 2000. En total, en agosto hubo 10.4 millones de vacantes no ocupadas.

Después de una crisis mundial, provocada por el confinamiento, esperamos lo contrario. Los despidos por recortes de producción redujeron el ingreso de millones de hogares, que ahora, cuando la economía empieza el camino de la recuperación, buscan volver a su nivel de vida pre-pandemia. Con jóvenes que no pueden continuar estudiando porque sus papás se volvieron desempleados, la predicción es que más personas estarían buscando un trabajo hoy que en febrero de 2020. Pero tenemos lo opuesto: millones de vacantes que no se llenan porque no hay quien quiera ocuparlas. La situación es, por demás, extraña.

Pero, bueno, si esos 4 millones de personas no quieren trabajar seguro tendrán ingresos no laborales o suficientes ahorros que les permitan quedarse en su sala disfrutando la tarde. Sin embargo, eso impacta negativamente a la sociedad. Son necesarios esos millones de trabajadores para que se mueva la economía, y no están ahí.

Los sectores más afectados por la escasez de empleados son los de manufactura y servicios. Los efectos se ven ya en todo Estados Unidos: Starbucks y restaurantes que cierran tres días a la semana, supermercados que abren medio día porque no tienen suficiente personal para operar. El problema no es solo de comodidad para el consumidor que quiere cenar y encuentra el restaurante cerrado. Preocupa particularmente el sector de transporte. Si no hay personal suficiente para empacar las verduras que comemos a diario, subirlas al camión y llevarlas hasta la tienda de la esquina, la escasez de trabajadores se traducirá en escasez de alimentos. Al mismo tiempo, las empresas tienen que ofrecer salarios más altos para contratar o simplemente retener a los empleados actuales, y eso reduce el margen de ganancia, así que aumentarán los precios para compensar. El precio de los productos de la canasta básica subirá, y eso implica presiones inflacionarias que ya tienen alerta a los bancos centrales. Al sector transportista lo afecta, además, una escasez mundial de los microchips que usan los automóviles y los cortes drásticos de producción ocasionados por el confinamiento.

Estados Unidos no es la excepción. La zona euro está a solo 0.4 puntos porcentuales de alcanzar su mínimo histórico de desempleo y el gobierno del Reino Unido ya está ofreciendo visas temporales de trabajo para solucionar la escasez de conductores y trabajadores en el sector ganadero. En México, la inflación lleva más de medio año por encima de la meta de Banxico, y apenas en septiembre fue de 6 por ciento respecto al año anterior. Si recordamos que EU es nuestro principal socio comercial el panorama no es alentador.

Hay varias razones posibles. La obvia es la preocupación de enfermarse y los nuevos requisitos de vacunación impuestos por el gobierno estadunidense a las empresas, así como el cierre de fronteras, que impide el paso de los migrantes que ocupan puestos con bajos salarios. Si esas son las razones principales el problema será temporal; conforme la población se vacune y las fronteras reabran los niveles de empleo regresarán a la normalidad. Pero la complicación podría ser mayor. Si lo que tenemos son millones de personas que decidieron retirarse prematuramente, combinado con un cambio de mentalidad de muchos trabajadores, que ante la amenaza de enfermar y morir ahora valoran más la satisfacción con su trabajo y menos los ingresos, la escasez de empleo -a través de precios más altos y menor crecimiento económico- nos afectará a todos por varios años. Claro que se puede arreglar con más inversión en tecnología que sustituya la mano de obra faltante, pero en un futuro cercano no vamos a tener ciudades llenas de robots manejando, así que la solución es de largo plazo.

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