Hace unos días feneció Robert Lucas, uno de los economistas señeros del siglo veinte. Es un buen momento para repasar la relevancia de su trabajo.

Lucas -premio Nobel en 1995- encabezó en la década de los setenta una revolución en la economía con su teoría de las expectativas racionales. El postulado es sencillo: las personas, al hacer predicciones sobre el futuro, hacemos uso de toda la información disponible. Y como la información que tenemos puede cambiar de un día a otro, nuestras predicciones sobre el futuro son también cambiantes. Puede parecer demasiado simple, pero sus implicaciones provocaron un revuelo que dejó atrás la escuela Keynesiana de macroeconomía.

Los economistas keynesianos de los sesenta y setenta confiaban en la curva de Philips. Es decir, aseguraban que la relación entre desempleo e inflación es estrictamente inversa. A más inflación menor desempleo, y viceversa. Desde este punto de vista el banco central solo puede aspirar a cierto balance entre ambas.

Empero, en la década de los setenta la realidad desmintió a los keynesianos. EU (y algunas otras economías) vieron cómo incrementaban sus índices de desempleo, pero la inflación no bajaba. A esta situación, desempleo alto e inflación alta, la llamamos ‘stagflation’. Aquí es donde entran las expectativas racionales.

Lucas explicó que la curva de Philips está mal porque no toma en cuenta cómo cambian las expectativas de los ciudadanos a medida que obtienen información nueva. Expliquémoslo mejor: si la inflación explota súbitamente las personas pueden interpretarlo como un incremento en los salarios, lo cual aumentaría la cantidad de personas dispuestas a trabajar, y por lo tanto reduciría el desempleo.

Eso es cierto en el corto plazo. Pero a medida que el tiempo pasa, y los ciudadanos se dan cuenta que el incremento en los salarios es nominal, pero no real (id est, no aumenta su poder adquisitivo, porque el incremento es inflacionario) dejarán de estar tan dispuestos a trabajar como antes, y la inflación alta resultará en desempleo alto. En resumen, la curva de Philips refleja un mundo estático, mientras que la realidad es dinámica. Una política monetaria expansiva puede funcionar en el corto plazo, pero no es la solución al desempleo.

La teoría de Lucas tiene otra implicación muy importante, conocida como la Crítica de Lucas. Al hacer política pública es un error basar nuestras predicciones únicamente en los datos que tenemos del pasado. Como las predicciones de los ciudadanos cambian conforme cambia la información que tienen disponible, antes de implementar un cambio en la política pública los responsables deben considerar cómo dicho cambio afectará las expectativas de las personas.

La Crítica de Lucas es muy relevante en economía, pero va más allá. Pensemos en ADX Florence, la cárcel de máxima seguridad en Colorado donde está el Chapo. Es la cárcel más resguardada de EU. Nadie ha escapado de ahí. Un observador cándido podría decir que no se necesita tanta seguridad,

porque nunca ha escapado un prisionero. Reducir la seguridad disminuiría los costos y le permitiría al gobierno invertir en otros programas. Esta ingenuidad, desde luego, ignora que muy probablemente nadie ha intentado escapar de ADX Florence debido a la seguridad que tiene. Para algunos puede parecer una observación casi ridícula: no lo es, y para muestra está el sinfín de tonterías que los gobiernos hacen por no entender el principio de Lucas.

Robert Lucas también ayudó a que comprendiéramos mejor la importancia de ver el largo plazo cuando se trata de crecimiento económico. Por ejemplo, entre 1929 y 1939 el ingreso de los estadunidenses cayó 7 por ciento en términos reales, pero esa caída es cosa menor cuando vemos lo que sucedió entre 1929 y 2018, cuando el ingreso real creció 350 por ciento. La moraleja es clave: para mejorar la calidad de vida de la humanidad tenemos que diseñar políticas públicas que generen crecimiento de largo plazo.

La lección más importante de Lucas, sin embargo, tiene que ver con su reflexión sobre el quehacer del economista, y del investigador en general. Los economistas, dijo Lucas, “son contadores de historias, y la mayor parte del tiempo operan en mundos creados por ellos”, y esto, lejos de ser una razón para menospreciar a los economistas, es un elogio, pues “el reino de la imaginación y las ideas no es una alternativa, ni mucho menos una forma de evadir la realidad práctica. Por el contrario, la imaginación y las ideas son la única forma que hemos encontrado de pensar seriamente la realidad”. Lo mismo es cierto de los biólogos, los químicos, los físicos, los matemáticos, los novelistas y los poetas: recurrimos a la imaginación porque es la única forma de aspirar a aprehender un poco de la realidad.

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