Con la crisis económica ha regresado la conversación sobre el alcance de la política monetaria.

El principal instrumento del banco central es la tasa de interés. Cuando la inflación es alta el banco responde subiendo la tasa, para reducir la circulación de dinero y mantener la estabilidad de la economía.

No queremos niveles de inflación muy altos, pero tampoco demasiado bajos.

En una recesión el problema suele ser lo contrario: el dinero no circula. La gente sabe que no es momento para darse lujos; guarda su dinero por si lo necesita después. Y si el dinero no circula no hay ventas, los negocios quiebran, se desborda el desempleo y los ciudadanos se quedan sin comer.

El dinero es a la economía lo que la sangre al cuerpo, como diría Quesnay.

Entonces el banco central baja la tasa de interés. Por un lado, es menos atractivo tener el dinero en una cuenta de ahorro, y por otro, es más barato sacar un préstamo. El banco mueve los incentivos para apresurar la recuperación económica.

Pero en la última década algunas economías punteras han tenido niveles inusualmente bajos de inflación y por eso bajaron mucho la tasa de interés. En general, el problema vino después de la lenta recuperación de la recesión del 2008. El Banco Central Europeo y japonés veían con preocupación el estancamiento de sus economías. Si la tasa ya es muy baja, cercana a cero, o incluso cero, y la economía no muestra signos de alivio, ¿se puede bajar más?

El paradigma económico aseguraba tajantemente que no. ¿Por qué alguien pagaría para que le guarden su dinero? Una tasa de interés negativa significaría una corrida bancaria, pues las personas preferirían guardar sus billetes debajo del colchón a perder una parte en el banco. La tasa de interés negativa -nos decía el libro de texto- destrozaría la economía en un efecto dominó que empezaría con la bancarrota del aparato financiero.

Pero el Banco Central Europeo implementó una tasa de interés negativa en 2014, el Banco de Japón lo hizo en 2016, y sus economías no han colapsado. La tasa de interés europea sigue siendo negativa (-0.5% en depósitos a junio de 2021).

¿En qué falló la predicción? Mil pesos caben en la cartera. Cien mil no, pero se pueden poner en el clóset. Un millón es más complicado. Para guardar doscientos millones probablemente se necesite una caja fuerte del tamaño de un cuarto y un costoso sistema de seguridad. Es decir, que una familia (a excepción de los Slim) podría fácilmente retirar su dinero en una tarde, pero un banco como BBVA no puede retirar sus fondos de Banxico.

Así que el banco central puede enfocarse en los peces gordos, cobrarle a los bancos privados por guardar su dinero y confiar en que los bancos no estarán dispuestos a pasar el nuevo costo a los clientes. El miedo a la corrida ha hecho que, hasta ahora, los bancos asuman el costo, y en gran medida por eso ha funcionado.

La primera objeción es que si los bancos tienen que pagar por guardar sus reservas los bancos mismos podrían dejar de ser negocio. La respuesta ha sido una estrategia llamada ‘tiering’, o plan de pastel: los bancos pagan un interés alto solo por la última porción de sus reservas, y muy poco o nada por las siguientes porciones. El Banco Central Europeo, por ejemplo, exenta del pago de interés a las reservas que son hasta seis veces la cantidad mínima que todo banco debe tener, y luego cobra 0.5% por el excedente.

Este cobro hace que los bancos se movilicen para dar préstamos, y así evita el apozamiento de grandes cantidades.

Como en todo, hay que tomarlo con calma. Los grandes bancos pueden aguantar un ligero cobro por su excedente, pero bancos pequeños podrían quebrar al intentar absorber los nuevos gastos. Esta es una advertencia para los países en vías de desarrollo, donde los bancos tendrían que elegir entre declararse en bancarrota o cobrar por guardar el dinero y arriesgarse a una corrida.

Hasta ahora las tasas negativas han sido pequeñas. No sabemos qué pasará si el banco central sube sus costos de bodega. Incluso los grandes prestamistas podrían tener problemas si la tasa de interés baja todavía más.

El otro problema es el spillover: como el banco central es la referencia para todas las transacciones que se concretan en la economía, las tasas de interés negativas se propagan a otros instrumentos financieros, así que tendremos inversionistas perdiendo dinero si esperan a que maduren sus bonos.

Además, la moneda se deprecia porque la tasa de interés deja de atraer a los inversionistas. La respuesta, claro, es que eso no sucederá cuando la mayor parte de los bancos centrales tenga tasas de interés negativas.

Hay quienes ya defienden con entusiasmo la medida, como Kenneth Rogoff (profesor de economía en Harvard), pero la evidencia es imprecisa. Una investigación del Banco Central Europeo no encontró pruebas de que la tasa negativa haya incentivado a hogares y corporaciones a tener más dinero a la mano para moverlo en la economía. La investigación de la Swedish House of Finance -parte de la Escuela de Economía de Estocolmo- encuentra evidencia de lo contrario. Mauricio Ulate -del Banco de la Reserva Federal en San Francisco- encontró evidencia de que la tasa negativa puede ser hasta un 90 por ciento igual de efectiva que la política monetaria convencional. Por lo pronto, Jerome Powell ha descartado que la tasa negativa llegue a EU.

La pregunta que falta es qué pasará con los prestatarios. Si la tasa de interés es negativa, ¿pagarán menos de lo que recibieron? Parece inconcebible, pero Jyske Bank, en Dinamarca, ofreció en 2019 los primeros préstamos con una tasa anualizada de -0.5%, para pasar un poco del costo de sus reservas a los consumidores. El Nordea Bank, de Finlandia, ya ofreció hipotecas a 20 años con cero por ciento de interés. Sí. Cero.

Sigue siendo inverosímil que el banco nos pague por usar la tarjeta de crédito, pero hace diez años nadie hubiera creído que un banco pagaría a quien le pide un préstamo. ¿Cuáles serán las consecuencias para la economía en el largo plazo? Estamos en territorio desconocido.

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