Uno de los objetivos de todo sistema democrático es la igualdad de derechos y responsabilidades entre hombres y mujeres, tanto a nivel constitucional como legal que tenga como consecuencia una sociedad equilibrada, equitativa, justa y con oportunidades en igualdad de circunstancias para los géneros.
La madurez de cualquier sistema político es observado en la medida en que son creadas o adecuadas diversas leyes más específicas y delimitadas que buscan que fenómenos sociales que atentan contra dichos derechos sean erradicados para converger hacia una sociedad libre.
Ejemplo de ello lo encontramos en el trato desigual que históricamente las mujeres en México han padecido y, por ello, sin ir más lejos, apenas en 2019 y 2020 el Congreso de la Unión llevó a cabo profundas reformas constitucionales y legales para arribar a una tan anhelada democracia paritaria. La reforma de 2019, conocida como “Paridad en Todo “y la segunda, de 2020, como la reforma para erradicar la “Violencia Política contra las Mujeres en Razón de Género”.
Esta última reforma, modificó ocho diversas leyes generales y federales, para erradicar este cáncer que aqueja a nuestra sociedad con el objetivo de garantizar condiciones igualitarias, equitativas y libres de violencia en el acceso y ejercicio de cargos públicos y de toma de decisiones en los que participen las mujeres.
No obstante, y a pesar de que la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia determina claramente los tipos de conductas consideradas como violencia política, la raíz de las ellas, generalmente, proceden de una cultura machista que ha prevalecido durante mucho tiempo y que es impostergable erradicar.
Bajo este contexto, estudios sobre masculinidades como parte de los estudios de género indican al machismo como un rasgo cultural que perpetúa el sistema de dominación de los hombres entre mujeres. Así, el término micromachismos fue propuesto en 1991 para dar nombre a prácticas y mecanismos machistas sutiles de dominación que suelen aprenderse desde la niñez pero que son prácticas de violencia que surgen en la vida cotidiana e inclusive naturalizados, legitimados e invisibilizados.
El machismo y el micromachismo no son cosas diferentes, pero el término se ha popularizado para referirse a los gestos de machismo cotidiano (Requena,2018). Son llamados “micro” por su naturaleza casi imperceptible y generalmente toleradas que se producen a través de ideas, expresiones, representaciones simbólicas, entre otras. No obstante, son usadas para justificar una discriminación de género lo que irrumpe el derecho igualitario y de respeto que debemos tener todas las mujeres.
Un ejemplo de este tipo de violencia lo encontramos en el denominado mansplaining u “hombre que explica”, en el cual cuando un hombre explica algo a una mujer, lo hace de forma condescendiente, porque, con independencia de cuánto sepa sobre el tema, siempre asume que sabe más que ella (Solnit, 2014). Este tipo de violencia genera que el hombre minimice a la mujer sin que en apariencia ejerza una actitud abiertamente machista o, inclusive de violencia física.
Se cuestiona el conocimiento de una mujer (por el simple hecho de ser mujer) e intenta iluminar el discurso femenino con su sabiduría sin mayor especialización en el tema.
Rebeca Solnit indica que ocurre un silenciamiento, por la arrogancia de los hombres para expresarse, sepan o no del tema. En todo caso, deben ser opiniones aprobadas por los hombres para que tengan mayor relevancia.
Existen otros tipos de micromachismos contra las mujeres, por ejemplo el de manterrupting: hombre que interrumpe, práctica de interrumpir el discurso o lo que la mujer trata de expresar generalmente de forma irrespetuosa; el bropiating o “apropiarse del colega” que es la apropiación del esfuerzo mental de la mujer; el gaslighting o “iluminación de gas” que es el abuso emocional para terminar provocando desconfianza, ansiedad y depresión, haciendo creer que la mujer exagera en temas o que imagina cosas.
Este tipo de violencias contra las mujeres que reproducen estereotipos de género y refuerzan relaciones de dominio-sumisión deben ser erradicadas de igual forma de nuestra sociedad para lograr un Estado libre de prácticas y consecuencias negativas para las mujeres. Por ello, debemos caminar no solo en la conformación de mejores normas y leyes sino también que las instituciones del Estado generen los cursos y talleres especializados para ser impartidos a trabajadores de todos los niveles que desconocen estos tipos de violencia y a la población en general para visibilizar y erradicar estas formas de violencia. Solo así abatiremos un mal que no nos deja crecer, que nos oprime y nos discrimina, para lograr justamente la tan anhelada y necesaria igualdad sustantiva.