Somos de donde venimos, hacia donde vamos y donde nos hallamos; el ahí en que nos encontramos buscándonos, haciéndonos uno con el propio andar.

A mi madre y padre, universitarios de cepa
A mi hija e hijo, pumas de linaje

En ese proceso que es la vida que se vive, el tiempo vivido y sus vivencias, descubrimos que el hogar está donde ponemos el corazón y las querencias, y donde afloran los afectos gozosos que nos mueven.

El pasar del tiempo es un develamiento que nos revela y muestra, entre otras cosas, que la casa es un lugar y un estado anímico, una serie de pertenencias vivenciales. Sentirse en casa es la sensación plena del espíritu en estado de resuelto, el descanso momentáneo del andar en caza, persiguiendo sueños, permanentemente en fuga. Estar en casa es siempre un anhelo que se realiza.

Familia, refugio, pareja, proyecto existencial son nombres del hogar, que en ocasiones también se erige en el espacio-tiempo universitario. Y es así que algunas personas reconocen en la Universidad un lugar donde habitar, algo que en el caso de la UNAM se universaliza como morada de muchos, segundo hogar de otros y la Máxima Casa de Estudios de nuestra nación.

Se sabe que las tres funciones sustantivas de toda universidad son la docencia, la investigación y la difusión cultural. Se ignora o se comprende poco que quizá su función más sustancial es ser un espacio público de convivencialidad donde las personas pueden coincidir y rencontrarse.

Si algo se ama de nuestra Universidad y tiempo universitario son las relaciones humanas que nos posibilitan los intercambios, experiencias y aprendizajes compartidos que no necesariamente se dan en la institucionalidad de los servicios, compromisos y actividades formales.

Hay quien debe a la UNAM su fortuna y suerte, alguien quizás no más que la oportunidad de crecimiento; pero otras tantas se deben a ella por lo más importante: el haber encontrado en su seno el valor y la dignidad que otorga el asumir un compromiso social. Querer contribuir para que el futuro de nuestra especie sea un poco menos absurdo (por violento e injusto) y un tanto más luminoso, eso nos hace universitarios.

Es inconmensurable el valor que tiene la UNAM y la conviviencialidad que en ella acaece, pues fomenta la ayuda mutua y la construcción solidaria de modos de vida donde el respeto a la pluralidad, la libertad, el diálogo y la diversidad es irrestricto.

Afortunadas todas las personas que hemos tenido el beneficio y privilegio de poder nutrirnos con el humus universitario, de enraizar nuestra vida también en el fértil territorio de una institución que, no obstante trascender generaciones e individuos que la habitan, debe su autoridad moral y basa su esencia precisamente en todas aquellas vidas que han sabido responder a su espíritu y a su llamado. Ser universitario es, ante todo, una vocación.

En la UNAM encontré y forjé las amistades que atesoro; en ella acontecieron muchas de las experiencias fundamentales con las que me configuro y reconfiguro al remembrarlas.

En Fundación UNAM he hallado un modo de seguir agradeciendo y devolviendo un poco de lo mucho recibido, de diversificar mi apoyo a la comunidad del hogar propio, lo cual es también un sueño común, un proyecto de nación y un ideal de la humanidad.

Origen y destino de millones, la UNAM nos obliga a entender que ser universitario nunca es algo individual.

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Coordinador de la Cátedra Nelson Mandela de Derechos Humanos en las Artes y profesor de la FFYL, UNAM

 

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