A menos de un mes de la elección presidencial estadounidense una serie de inesperados dramáticos eventos, aparejados de la crisis sanitaria por Covid-19, le han dado un tono surrealista a la que será una elección crucial para el futuro de la democracia en la principal potencia global.

La noche entre el jueves y viernes de la semana pasada, el presidente estadounidense anuncio vía Twitter –como es su costumbre– que tanto él como su esposa Melania habían dado positivo a Covid-19. Las disonantes declaraciones del equipo médico y el equipo político del presidente este fin de semana, combinadas con la larga lista de flagrantes mentiras dichas por Trump a lo largo de su vida política y con el hecho de que históricamente los ciudadanos estadounidenses han sido privados de conocer información sobre el deterioro de la salud de sus presidentes (Woodrow Wilson, Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy, Ronald Reagan, entre otros) explican la incredulidad sobre cuál es el verdadero estado de salud del presidente de la mayor economía del mundo.

Ante la imposibilidad de seguir realizando mítines políticos, que son el fuerte de Trump, su equipo parece querer aprovechar la situación para posicionar al menos dos mensajes. El primero, que ahora el magnate conoce de primera mano lo que es el Covid-19 y por tanto puede entender mejor la problemática que vive su país, un mensaje cacofónico cuando a lo largo de estos meses ha brillado su desdén por el análisis científico sobre el virus y su falta de empatía por las víctimas y sus familiares. El segundo, que Trump es un guerrero, un luchador, el Capitán América que puede vencer a todos, incluso al virus. Este mensaje también encierra enormes paradojas, ¿después de meses en los que Trump minimizó repetidamente la gravedad de la pandemia ahora quiere jugar el rol de sobreviviente?

Según una encuesta de Reuters/Ipsos, publicada el pasado sábado, el 65% está de acuerdo en que "si Trump se hubiera tomado el coronavirus más en serio, probablemente no se habría infectado". Esta percepción podría reforzar la idea que busca impulsar el campo demócrata: “si Trump no pudo protegerse a sí mismo, no podrá proteger al país”. Pero, hasta ahora, a pesar del drama médico que está en curso, no solo para el presidente de Estados Unidos sino para lo que ya es un clúster de contagios entre sus allegados y colaboradores de la Casa Blanca, las preferencias electorales parecen no estar siendo alteradas de manera sustancial.

Ante la mar de incertidumbre, pocas cosas hay claras, pero todo indica que, de continuar la carrera electoral con los actuales candidatos, Joe Biden obtendrá la mayoría del voto popular, como lo obtuvo Hillary Clinton en 2016. Sin embargo, en el sistema electoral estadounidense lo decisivo no es el voto popular sino quién se corona en los famosos estados bisagra y ahí los márgenes de diferencia a favor de uno u otro candidato continúan siendo muy estrechos.

En todo caso, salvo el escenario en el cual Biden ganara por un margen amplio que no diera lugar a una lucha post-electoral, todos los demás escenarios presentan un reto importante para la democracia estadounidense. No se descarte el escenario en el cual los primeros resultados podrían ser favorables a Trump, dado que un mayor porcentaje de republicanos irán a votar físicamente, pero que en los días o semanas siguientes a la elección esa tendencia se revierta con la llegada de los votos por correo, por el efecto “blue shift” (término acuñado por el académico Edward B. Foley, quien tras analizar las elecciones de los últimos 20 años descubrió que los candidatos demócratas tienen más probabilidades que los republicanos de lograr avances importantes en el recuento final de boletas) que podría verse potenciado por el alto porcentaje de estadounidenses que votarán por correo en el contexto de la crisis sanitaria. De presentarse dicha situación, podemos esperar una lucha judicial pero también una lucha discursiva por la legitimidad del triunfo, con Donald Trump cuestionando el cambio en las tendencias iniciales y argumentando que se trata de un fraude, y con los grupos de supremacistas blancos dispuestos a montar una resistencia armada.

El simple hecho de que de continuar Trump en la carrera electoral estos escenarios estén sobre las diversas mesas de análisis nos habla de la fragilidad de la democracia aun en países con instituciones sólidas y una larga historia democrática. Celestin Monga, destacado líder camerunés que estuvo preso por su lucha por la democracia en su país y que hoy es titular de la Banca Africana de Desarrollo, lanzó un tuit después del lamentable espectáculo que presenciamos en el debate presidencial estadounidense de la semana pasada: “Aterradora situación en un país con 244 años de práctica democrática… Me pregunto que deberían pensar y aprender del experimento estadounidense las personas que todavía luchan por los derechos políticos básicos en diversos países del mundo”. Sirva esto para reflexionar.

@B_Estefan

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