Tras veinte años de ausencia, los talibanes están de regreso a la cabeza del poder político afgano. La noticia ha sacudido al mundo. Una intervención militar de dos décadas y miles de millones de dólares inyectados en Afganistán y no se logró nada. Ni instituciones, ni desarrollo, ni oportunidades para la población. La famosa “construcción de nación”, de la cual habló durante años el gobierno estadounidense, fracasó brutalmente. Quedó claro, que la intervención militar obedeció a intereses estratégicos que hoy ya no son prioritarios para Washington y que los recursos invertidos no pretendían, más allá del discurso, generar ningún tipo de cambio positivo de largo aliento para la población afgana.

Las imágenes del caos en el aeropuerto Hamid Karzai de Kabul en los últimos días han estremecido a todo aquel que las ha visto. Mareas de afganos tratando de escapar de un sombrío futuro, personas asidas desesperadamente a los aviones que despegan, madres entregando sus hijos a soldados estadounidenses para intentar salvarlos. No deberíamos ser testigos de tanto dolor y sin embargo lo más preocupante no es lo que se está viviendo hoy en Afganistán sino lo que está por venir en los próximos días, meses y años.

Es muy revelador que, de acuerdo a la ONU, el 80% de quienes están buscando huir de Afganistán son mujeres y niños. Las mujeres temen perder las libertades que parecían haber comenzado a adquirir. Bajo una aplicación rigorista de la ley islámica, sharía, el anterior régimen talibán, de 1996 a 2001, implementó un auténtico apartheid de género, privó a las mujeres de acceder a la escuela, de trabajar y viajar. Debían salir de casa solo para lo indispensable y de hacerlo tenían obligatoriamente que portar una burka, el velo completo que cubre cuerpo y cara, y estar acompañadas por un “mahram”, un acompañante masculino miembro de su familia. Los matrimonios forzados las convertían de facto en esclavas sexuales y aquellas acusadas ​​de adulterio eran azotadas y apedreadas en plazas públicas y estadios. Su único derecho era el de procrear.

No debemos hacer cuentos rosas sobre la realidad de la mujer afgana en las últimas dos décadas, en las zonas rurales seguía siendo poco común verlas en la calle, su presencia se limitaba en muchas regiones al ámbito del hogar y en los años recientes Afganistán había sido considerado por diversos rankings internacionales como uno de los peores países para ser mujer y para ser madre. Pero a pesar de ello, había esperanza, desde la caída del régimen talibán al menos en las zonas urbanas, las niñas pudieron regresar a la escuela e incluso cursar estudios superiores y trabajar en diversos ámbitos económicos. Se creó un Ministerio de Asuntos de la Mujer y se estableció una cuota para que al menos el 27% de la Cámara Baja del Parlamento fuera compuesto por mujeres.

Estos modestos pero significativos avances se ven hoy amenazados. Símbolo de lo que viene son los carteles de mujeres en las calles de Kabul, que habían sido colocados en los últimos años para promocionar salones de belleza y cuyas imágenes femeninas fueron cubiertas con pintura por los talibanes tan pronto regresaron al poder. Primero las desaparecieron de los anuncios, después querrán desaparecerlas de las calles y borrarlas de la sociedad.

Los talibanes requieren de fondos internacionales para que el país no caiga en una grave crisis humanitaria. La compleja situación económica del país se ha visto agravada por una grave sequía que devastó la producción de trigo. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU estima que uno de cada tres afganos está en riesgo de padecer hambre grave, mientras que hasta la semana pasada el 75% del gasto público era financiado por donaciones de instituciones internacionales y países como Estados Unidos. Hoy, millones de dólares y euros de fondos para el desarrollo han sido congelados y condicionados a la protección por parte del gobierno talibán de los derechos humanos, particularmente los de las mujeres. De ahí que no sorprende la campaña de propaganda echada a andar por parte de estos islamistas para mejorar su imagen ante el mundo. Los talibanes no han cambiado, pero son hoy más peligrosos pues han entendido la importancia de manejar la comunicación a su favor.

Bajo esa lógica, se ha anunciado una amnistía general y Zabihullah Mujahid, uno de los voceros talibanes, ha declarado que las niñas podrán ir a la escuela, que el uso de la burka no será obligatorio y que las mujeres podrán trabajar, dentro del marco de los principios del Islam. Reportes iniciales ya hablan de las discrepancias entre la retórica y los hechos. En algunas provincias el acceso de las niñas a las escuelas ha sido limitado o el currículo modificado para convertirlo meramente en educación religiosa. También diversas ONG’s acusan a los talibanes de levantar un registro de los afganos que trabajaron con los países occidentales y de que misteriosamente muchos de los enlistados han desaparecido. Lo cierto es que en cuanto las cámaras del mundo dejen de voltear a Afganistán, en cuanto la comunidad internacional deje de tener los ojos en los talibanes y su gobierno, la población afgana verá la verdadera cara del talibán.

En 1980, en Herat, Afganistán nació Nadia Anjuman. Entre 1996 y 2001, bajo el primer gobierno encabezado por los talibanes, Anjuman formó parte de un pequeño círculo clandestino de mujeres que estudiaban literatura. Al caer el gobierno talibán, la joven poetisa se matriculó en la universidad y en 2004 publicó una colección de poemas, Gul-e-dodi (Flor roja oscura), un éxito de ventas en su país. Anjuman murió el 5 de noviembre de 2005 en el hospital, horas después de haber sido brutalmente golpeada por su esposo. Absurdamente, el asesino solamente pasó un mes en prisión y después obtuvo fácilmente la patria potestad de su pequeña hija.

Dueña de un talento literario excepcional, Anjuman escribió poesías que a la luz del horror que se vive en su país debieran escucharse en todo el mundo. Como tributo a las mujeres afganas, valga cerrar este texto con algunas de sus poderosas frases:

“¿Qué debo hacer con un ala atrapada, que no me deja volar?”

“Soy una mujer afgana, así que sólo tiene sentido gemir.”

@B_Estefan 

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