Desde hace más de un mes, Colombia es escenario de una ola de manifestaciones antigubernamentales. Un proyecto de reforma fiscal presentado por el gobierno, ahora guardado en un cajón, fue la chispa que prendió fuego a la irascible realidad colombiana. En pocos días, revueltas sin precedentes sacudieron a todo el país, se levantaron barricadas y bloqueos carreteros que han provocado escasez en las grandes ciudades, el uso excesivo de la fuerza policial y la infiltración de vándalos entre los manifestantes han marcado al conflicto, y el gobierno del presidente Iván Duque ha sido incapaz de apaciguar la crisis. Las manifestaciones se han convertido en un amplio movimiento nacional que de acuerdo a una encuesta reciente cuenta con el apoyo del 90% de los jóvenes y del 50% de la población en general.

El mal proyecto de reforma fiscal, que pretendía aumentar el IVA y ampliar la base del impuesto sobre la renta, fue solo la gota que derramó el vaso, pues aun cuando la propuesta fue rápidamente retirada y se presentó la renuncia del Ministro de Hacienda, las protestas no cesaron de crecer. La razón de fondo de la convulsión social es una multitud de añejos problemas como la pobreza, la falta de oportunidades y la desigualdad social; hoy agravados por la pandemia.

En América Latina conocemos bien esta realidad, nuestras historias son distintas, pero compartimos la lengua, la cultura y tristemente también la profunda inequidad y la creciente falta de oportunidades, somos la región más desigual del planeta. La población marginada, que no tiene mucho que perder, tarde que temprano encuentra la forma de reivindicar sus demandas. León Tolstói comienza su obra “Ana Karenina”, novela cumbre del realismo, con la frase “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera.” Parafraseándolo podría decirse que los países latinoamericanos en calma se parecen unos a otros, pero cada país que entra en caos lo hace a su manera. Así, podríamos poner al menos tres ejemplos de actualidad caótica en América Latina, el bueno, el malo y el feo.

El bueno, Chile, que tras el levantamiento social de 2019, de características inicialmente similares al de Colombia, hoy parece estar transitando hacia una solución profunda del problema dando cauce al descontento social a través de un proceso político, la elección de una Asamblea Constituyente cuya conformación política refleja la intención del pueblo chileno de buscar un país más justo.

El malo, México, que a través de la elección de un presidente con liderazgo social, pero con falta de visión y enormes carencias técnicas, está llevando al país a una crisis mucho más aguda de la preexistente. El discurso de “primero los pobres” cayó como bálsamo en un país urgido de un gobierno con auténtico sentido social, pero lamentablemente un gobierno manejado desde las vísceras y no desde el conocimiento está rápidamente aumentando la problemática social de la segunda mayor economía de América Latina. Según el Coneval, en el último año ha habido un aumento de entre 8.9 y 9.8 millones de mexicanos en condiciones de pobreza. Mientras que de acuerdo al INEGI, la tasa de desempleo subió a 4.4% en el primer trimestre de 2021, frente al 3.4% del mismo periodo en 2020. Desde luego que en parte estos números se explican por la pandemia, pero no puede dejar de verse que mientras el resto de los países con economías de tamaño similar a la mexicana implementaron paquetes de estímulo fiscal y aumentaron el gasto social, la respuesta de México para proteger a las familias de menores recursos y salvaguardar las fuentes de empleo ha sido muy limitada. La proclamada austeridad del gobierno se ha convertido en enemigo de un impostergable enfoque social.

Y el feo, Colombia, donde la ira social no es nueva, en 2019, los estudiantes ya habían salido a las calles para exigir una sociedad más justa. Pero las condiciones se agravaron con la pandemia, la pobreza se ha incrementado llegando al 42.5% de los 50 millones de habitantes y un tercio de los jóvenes de entre 14 a 28 años no trabajan ni estudian. Las renovadas protestas se han vuelto cada día más costosas para el país. Durante las últimas semanas, el escenario casi siempre ha sido el mismo: a lo largo del día, las manifestaciones son pacíficas, cargadas de referencias culturales e hipercreativas, por la noche, la rebelión se convierte en disturbios donde cócteles Molotov se mezclan con municiones. El saldo son decenas de muertos, miles de heridos y más de cien desaparecidos, y la convulsa situación muestra pocos visos de amainar.

América Latina reclama una auténtica visión social, es fundamental escuchar ese mensaje, y atenderlo desde la ciencia y el conocimiento a través de las vías democráticas para generar los cambios necesarios a fin de que la región pueda tener un futuro de paz y desarrollo. Como decía el gran Rubén Darío: “Si la patria es pequeña uno grande la sueña”.

@B_Estefan

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