Ha cambiado mucho el mundo desde que hace catorce días Vladimir Putin decidió comenzar una guerra en Ucrania. El resurgimiento de un militarismo ruso, subestimado hasta ahora, está sacudiendo las placas tectónicas de la geopolítica. La OTAN, que Macron describió en 2019 como una organización en “estado de muerte cerebral”, ha despertado. La Unión Europea, que históricamente ha tenido problemas para adoptar una política exterior común, se ha mostrado particularmente unida y se ha revelado como un actor geopolítico, la decisión de utilizar sus recursos para comprar y enviar armamento a Ucrania no tiene precedente. El tabú pacifista, que había formado parte central de la política exterior alemana tras las atrocidades cometidas por los nazis, se ha roto; Berlín ha anunciado una inversión de 100,000 millones de euros para actualizar sus capacidades militares y un incremento de su presupuesto en defensa por encima del 2% del PIB anual del país. Suecia y Alemania han roto con su histórica práctica de no enviar armas a zonas de conflicto. Suiza ha roto con su tradición neutral y se ha sumado a las sanciones impuestas a Rusia por la Unión Europea. Las poblaciones de Finlandia y Suecia se han tornado sustancialmente más favorables a la idea de que su país se una a la OTAN. Washington ha vuelto a negociar con Caracas para el levantamiento de sanciones impuestas al petróleo venezolano. Y desde luego ha habido un impacto brutal en los precios del petróleo, gas, trigo, maíz, fertilizantes, metales y otros.
Mucho ha cambiado, pero hay algo que parece intacto: la determinación del presidente ruso. En un rabioso discurso al inicio de la invasión, Putin argumentó que pretende la “desmilitarización” y la “desnazificación” de Ucrania, acusando al gobierno de Volodmir Zelenski, un judio, de encabezar un gobierno neonazi. Ucrania, de hecho, sí tiene un problema con grupos de extrema derecha pero estos tienen poca influencia sobre las decisiones políticas y no tienen representación parlamentaria. El tema es que esta misma narrativa es la que continúa repitiendo el Kremlin, ya sea a través de la línea de información oficial o a través de declaraciones de Putin y su Secretario de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, que insisten en que Rusia está dispuesta a ir “hasta el final”. Sus peticiones específicas actuales son que se garantice la neutralidad de Ucrania, el reconocimiento de Crimea como territorio ruso y el reconocimiento de la independencia de las repúblicas separatistas, Donetsk y Luhansk.
Desde que Putin condujo al mundo a este obscuro túnel, utilizando la fuerza para intentar cambiar el orden internacional, hemos entrado a una espiral perversa que ha regresado a Europa al horror de la guerra y ha costado la vida de miles de personas. Dada la globalización, los efectos del aislamiento impuesto a la décimo primera economía del mundo también comienzan a tener un costo en Occidente. La incertidumbre que ha marcado al mundo en los años recientes aumenta. Las expectativas para la recuperación económica global post-pandemia se ensombrecen. La seguridad alimentaria, ya de por sí comprometida en diversos países, se pone en mayor riesgo con el incremento del precio del trigo y el maíz. Una sola persona, encerrada en sus ideas, está rompiendo el futuro de millones de familias alrededor del mundo.
Es indiscutible que la invasión ha tenido enormes costos para Rusia. La creciente pérdida de vidas de miembros del ejército ruso; tremendas sanciones económicas y financieras; sanciones contra la oligarquía, las figuras cercanas al Kremlin y el mismo Putin; la pérdida de conexión aérea; el debilitamiento de algunas de sus alianzas geopolíticas; y las decisiones de una avalancha de empresas occidentales que se han retirado del mercado ruso. Se estima que las sanciones podrían generar una caída de hasta el 15% del PIB de Rusia y ya son evidentes los efectos negativos en el desplome del rublo. Con una visión revisionista de la historia del siglo XX, Vladimir Putin está sepultando el futuro de Rusia en el siglo XXI.
¿Se detendrá Putin en algún momento? ¿Y por qué? Es imposible saberlo a ciencia cierta pero aventuro aquí el análisis de algunos escenarios respecto al eventual fin de la guerra.
Hay quien considera que al sentirse acorralado por el aislamiento internacional el presidente ruso reculará. Pero las evidencias muestran lo contrario. Las sanciones económicas y financieras, cuyo cese no está sujeto al fin de la guerra, imponen a Rusia un costo por la invasión y son un mensaje para el mundo, pero no detendrán en el corto plazo a Putin. De hecho Moscú ha comenzado a imponer medidas retaliatorias. A partir de este miércoles y hasta el 31 de diciembre se ha prohibido la exportación de productos y materias primas rusas. Dicha medida, que pareciera un balazo en el pie para una economía lastimada, es muestra de que Putin no tiene intenciones de detenerse tan pronto. En el ámbito militar sucede algo similar. Se ha reportado extensamente que el ejército ruso no ha logrado avanzar con la rapidez que anticipaba, que ha tenido problemas logísticos y que la resistencia ucraniana ha complicado la ofensiva de las tropas rusas. Esto es cierto, pero eso no significa que Putin vaya a recular en sus intenciones. Prueba de ello es que desde hace algunos días el ejército ruso ha dejado de tener como objetivos únicamente a blancos militares y ha comenzado a atacar civiles. La intención es sembrar terror en la población para que disminuya la resistencia y para que se genere presión al gobierno ucraniano y este capitule.
La opción anhelada por Occidente de que una revuelta social de gran escala termine por alejar a Putin del poder es posible, pero no se antoja en el corto plazo. Hay divisiones en Rusia y las protestas contra la guerra, a pesar del riesgo de encarcelamiento, en diferentes ciudades como Moscú, San Petersburgo y Novosibirsk dan muestra de ello.
Pero ante la amenaza de que estas divisiones crezcan, Putin ha optado por elevar la censura. Los últimos medios de comunicación independientes que existían en el país, como TV Rain (Dozhd) y la estación de radio Eco de Moscú, han sido obligados a cerrar, mientras que Novaya Gazeta, el único periódico que hacía una cobertura mediática independiente sobre lo que sucede en Ucrania, ha decidido dejar de reportar sobre el tema por el riesgo que ello implica para la libertad de sus periodistas. Facebook está ahora bloqueado en Rusia y se ha complicado el acceso a Twitter, mientras que TikTok no permite a usuarios subir nuevo contenido. Quien se manifiesta en contra de lo que está sucediendo en Ucrania o se refiera a ello como lo que claramente es: “una invasión” o “una guerra”, puede recibir una pena de 15 años de prisión.
La otra hipótesis que se escucha con frecuencia en Occidente es que será la propia oligarquía rusa la que se encargue de que Putin deje el poder. Esta opción parece menos improbable en el corto plazo que la de una gran revuelta social, pero aún así hay elementos para dudar que sucederá. Los “Siloviki”, los personajes más cercanos a Putin, son hombres de seguridad, muchos de ellos formados en la KGB o en su sucesora la FSB, y tienen una lógica similar a la del presidente ruso. Mientras que los oligarcas, no necesariamente muy cercanos a Putin pero sí cobijados por él, son los más beneficiados del sistema actual. Si Putin se va pierden todos sus beneficios, un nuevo gobierno no los favorecería como lo hace el actual.
Las guerras se acaban por negociación o por destrucción. Por ello es fundamental mantener una línea de comunicación con Putin. La visita del Primer Ministro israeli, Naftali Bennett, a Moscú el pasado sábado y las continuas llamadas del presidente francés, Emmanuel Macron, con su homólogo ruso dan cuenta de que la diplomacia está haciendo esfuerzos. Si Putin ve una puerta de salida, que le permita regresar a Moscú con algo que pueda presentar como un “triunfo tangible” lo tomará, terminando la guerra por la vía de la negociación. Pero si por el contrario no existen rampas de salida a este conflicto, Putin duplicará su apuesta, aumentará el uso indiscriminado de la fuerza y dará la batalla por Kiev.
Si Rusia logra tomar Kiev, se tratará de una victoria pírrica. No solo por los colosales costos que tendrá esta guerra para el futuro de Rusia sino porque lograr el control militar de Ucrania no implica lograr el control de su población. Un país de 44 millones de habitantes con una férrea voluntad de defensa no será gobernable y la insurgencia ucraniana recibirá apoyo militar de Occidente. Desde luego este escenario se extendería en el tiempo y elevaría los costos para Moscú, pero también traería un mayor número de muertes de civiles ucranianos y aumentaría las posibilidades de que la guerra se expanda más allá de las fronteras de Ucrania. Nadie gana.
¿Hasta cuándo tendremos que ver estas atrocidades? ¿Hasta cuándo las imágenes de ciudades destruidas y personas escapando a la guerra? ¿Hasta cuándo Putin seguirá causando tanto daño a Rusia y al mundo?