Liz Truss se vio obligada a renunciar como primera ministra del Reino Unido, llegando al final dramático de un mandato de apenas 44 días, en los cuales la primera ministra fue artífice de una crisis económica y un daño catastrófico al Partido Conservador gobernante.
Habida cuenta de que los tories tienen una mayoría absoluta en el Parlamento, la más grande desde los años 80, Truss contaba con las llaves para conducir a su país; sin embargo, tras su llegada a Dow- ning Street, una serie de errores la llevaron a este catastrófico final. La presentación, el pasado 23 de septiembre, de un “minipresupuesto” que anunciaba millonarios recortes de impuestos sin explicar cómo se financiarían, desató tremendo pánico en los mercados y un desplome del valor de la libra esterlina, al grado que el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir para evitar una crisis financiera mayúscula.
El famoso “minipresupuesto” era una serie de recetas de hace 40 años que no pueden funcionar en el contexto actual. Y aun cuando Truss intentó enmendar la plana, nombrando a un nuevo ministro de Hacienda y anunciando la marcha atrás de los recortes fiscales originalmente propuestos, la debacle fue inevitable. La renuncia de la ministra del Interior, Suella Braverman , y la pésima gestión de un voto en el Parlamento, fueron los últimos clavos sobre el ataúd político de la primera ministra.
No deja de ser sorprendente un fenómeno de esta naturaleza, en la sexta mayor economía mundial, pero en materia económica la credibilidad es fundamental y Truss la perdió estrepitosamente. Ella, que había buscado proyectarse como la nueva Dama de Hierro, es decir la nueva Thatcher, terminó convertida en la veleta de hierro como la describió un diario francés.
No había claridad sobre el futuro del presupuesto, sus ideas arcaicas de disminuir impuestos a los mayores contribuyentes en un contexto inflacionario se mezclaban con la urgencia de atender apremiantes necesidades sociales, y como telón de fondo: la falsa promesa del bienestar que traería consigo el Brexit.
En medio de una crisis económica, un creciente costo de la energía y una inflación de 10%, que tiene a millones de familias británicas en una situación complicada, los tories reinician una elección interna para encontrar un nuevo líder, el quinto en apenas seis años.
El próximo viernes 28 de octubre se elegirá al nuevo líder de los tories. Entre los candidatos destacan el exprimer ministro, Boris Johnson, cuyo recién terminado mandato estuvo marcado por numerosos escándalos; el actual ministro de Defensa, Ben Wallace; el exministro de Hacienda, quien fuera el primero en renunciar al gobierno de Boris Johnson, y fuera derrotado por Truss hace apenas unas semanas, Rishi Sunak; y la ministra responsable de las relaciones con el Parlamento, Penny Mordaunt.
Los británicos no tienen muchas esperanzas en los tories y su elección interna, seguramente preferirían que se llamara a elecciones generales anticipadas, pero no es probable que eso suceda dado que los conservadores están hoy en las encuestas 26 puntos porcentuales por debajo de los laboristas. “No le pidas a un pavo que vote por la Navidad”, dicen los británicos. Está claro que no se puede esperar que una persona —incluso desprovista de capacidad de raciocinio como un pavo— vaya en contra de su propio instinto de conservación.
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