Brenda Estefan

Ni un encore más para el show de Trump

12/01/2021 |03:36
Redacción El Universal
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El miércoles 6 de enero de 2021 quedará registrado en la historia de Estados Unidos, marcado por lo inimaginable: la invasión del Capitolio. El mundo fue testigo en tiempo real del alucinante asalto al edificio más emblemático de la democracia estadounidense, aquel que figura en los billetes de 50 dólares, icono de la vida política de la mayor potencia mundial y templo secular de su democracia.

Los hechos violentos sucedidos en Washington provocaron un cisma en todo el mundo y las reacciones de diversos líderes no se hicieron esperar. La lista de declaraciones de dirigentes de organismos internacionales y jefes de Estado que condenaron los hechos es mayúscula. Los gobiernos democráticos se mostraron particularmente preocupados, lo sintieron como una advertencia de que lo sucedido en el Capitolio puede ocurrir en cualquier democracia. Así por ejemplo, la canciller alemana, Angela Merkel se dijo “triste y enojada” por lo que se vivía en la capital estadounidense y el Ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Heiko Maas, señaló que “Trump y sus partidarios deberían reconocer los resultados electorales y dejar de pisotear la democracia”, mientras que el presidente francés, Emmanuel Macron, dijo que “lo que sucedió en Washington, no es propio de Estados Unidos”.

Al igual que en la escena nacional, en el contexto internacional aún entre los partidarios de Trump fueron pocas las voces que justificaron semejante barbarie. Una de las excepciones fue el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, quien de alguna forma justificó a su admirado Trump haciendo alusión al “fraude electoral” en lugar de condenar lo sucedido. Otro incondicional de Trump, el presidente polaco, Andrzej Duda, señaló que se trataba de cuestiones de política interna.

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Y como era previsible, Irán, Rusia, China y Venezuela, adversarios de Estados Unidos, aprovecharon la ocasión para cuestionar el modelo de la democracia estadounidense y su autoridad para dispensar llamados de atención por prácticas antidemocráticas a otros países. China incluso fue más allá, mientras los ojos del mundo estaban centrados en el Capitolio, mil militares chinos fueron desplegados en Hong Kong para detener a 53 destacadas figuras del movimiento democrático hongkonés y aunque estas detenciones provocaron condenas en el mundo occidental casi no alcanzó a escucharse la voz del Secretario de Estado estadounidense; Mike Pompeo, dada la crisis política que vive su país. Beijing además aprovechó para hacer una comparación entre lo sucedido en el Capitolio y la invasión y saqueo, hace 18 meses, del Congreso de Hong Kong por parte de manifestantes “apoyados por Washington”. Si bien podría parecer evidente que en un caso los manifestantes buscaban mayor democracia y en el otro querían detener la certificación de un proceso democrático, la cancillería china denunció “la hipocresía estadounidense y su doble racero”.

La hemorragia de poder suave estadounidense es innegable, los mismos republicanos reconocieron como lo sucedido había afectado la imagen de su país en el mundo y había regocijado a Beijing, Moscú y Teherán. El mito del excepcionalismo estadounidense se desmoronó ante los ojos del mundo.

Donald Trump supo leer muy bien la frustración de millones de estadounidenses cansados de un sistema político alejado de su realidad, hartos de las crecientes desigualdades entre las zonas rurales y urbanas, desesperados por las dislocaciones generadas por la globalización y la revolución tecnológica. El empresario neoyorkino supo también presentarse como la solución, encarnó el discurso nacionalista, anti-sistema, que traería de regreso los tiempos de “grandeza”. Pero no supo transformar ese capital político en una fuerza que impulsara el desarrollo incluyente, por el contrario, a fin de servir sus intereses electorales continuó atizando con su discurso de odio las ya existentes divisiones. Los resultados están a la vista del mundo, la violencia de la última semana es el legado por el cual Trump será recordado. A pesar de la resiliencia institucional que mostró Washington ante los embates trumpistas, la factura que pagará la democracia estadounidense y su imagen en el mundo será alta.

Un “encore” es una interpretación adicional solicitada por el público al final de un espectáculo, el término viene del idioma francés que significa “de nuevo” o "un poco más”. Lo vivido la última semana en Washington tiene tufo de acto final del show de la presidencia Trump, por el bien de la democracia ojalá no haya espacio para un “encore”.



@B_Estefan