Putin no salió en la foto. Desde 2014, tras la anexión de Crimea, Putin ya no es parte de la fotografía de la reunión anual de lo que antes era el G8 y ahora G7. Los dirigentes de siete de los países más industrializados del mundo ( Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Japón ) más la Unión Europea se reunieron este domingo, lunes y martes en los alpes bávaros, al sur de Alemania, mandando un mensaje de unidad mientras la ofensiva rusa continúa en Ucrania. Al evento fueron invitados Senegal, Sudáfrica, Indonesia, Argentina e India con el fin de mostrar que los occidentales no están solos. En el marco de esta cumbre se emitió una declaración conjunta en la cual los jefes de estado se comprometieron a “continuar brindando apoyo financiero, humanitario, militar y diplomático” a Ucrania “durante el tiempo que sea necesario” y a “mantener e intensificar la presión económica y política internacional” sobre Rusia.
Las sanciones se amplían pero las bombas no dejan de caer sobre Ucrania. De hecho el domingo cuatro misiles cayeron en Kiev tras varias semanas de relativa calma en la capital ucraniana. Y ayer un frecuentado centro comercial en la ciudad de Kremenchuk, en el centro de Ucrania a 400 km de la línea de batalla, fue bombardeado causando la muerte de al menos 10 personas al momento de escribir este artículo. Moscú vuelve a atacar civiles con un objetivo claro: debilitar la moral ucraniana para que la población ejerza presión sobre Zelenski, quien en línea con la opinión actual de la mayoría de los ucranianos señaló ayer en su participación virtual en la cumbre que “este no es momento para negociaciones” con Rusia.
Las consecutivas reuniones del G7 en Baviera del domingo a hoy y de la OTAN en Madrid de hoy al jueves, muestran un frente unido anti Putin. La OTAN se fortalece con la potencial entrada de nuevos miembros y multiplica sus ejercicios militares particularmente en Estonia a lo largo de las semanas recientes pero no todo va bien para el campo occidental. El liderazgo estadounidense no atraviesa su mejor momento. La toma del capitolio el 6 de enero del año pasado, la caótica retirada de Afganistán e incluso la anulación de Roe v. Wade, que hizo que este fin de semana todas las ciudades estadounidenses de más de 50,000 habitantes vieran manifestaciones importantes, refuerzan la percepción compartida por Moscú y Pekín de que la democracia estadounidense y su liderazgo están en declive. Mientras que la división extrema de la opinión pública y la fragilidad de los liderazgos políticos también es evidente en otros países occidentales como Francia o el Reino Unido. Todo ello, abona a la causa de Vladimir Putin que busca desacreditar las democracias occidentales y particularmente la estadounidense.
Apenas el jueves pasado de manera virtual se llevó a cabo la XIV Cumbre de los BRICS, el bloque de países emergentes que incluye a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Durante la reunión el presidente chino, Xi Jinping, en clara alusión a Estados Unidos, advirtió: “los movimientos proteccionistas serán un boomerang; quien intente formar bloques excluyentes terminará aislado”. Si leemos esta declaración a la luz de la nueva alianza sino-rusa, anunciada públicamente días antes de la invasión a Ucrania, queda claro que Rusia no está tan sola.
Como en el caso de la cumbre del G7, a la reunión del bloque de países emergentes también estuvieron invitados países externos: Algeria, Camboya, Egipto, Etiopía, Fiji, Irán, Kazajistán, Uzbekistán, Malasia y Tailandia; además de tres países que también asistieron a la del G7: Indonesia, Argentina y Senegal. Las alianzas geopolíticas buscan mostrar su fortaleza. El poder global se sacude, se acomoda, se replantea.
Putin falló en su plan inicial de una guerra relámpago (Blitzkrieg) que generaría un rápido colapso del ejército y del estado ucraniano, pero ha doblado su apuesta. Hoy presenta la guerra como un enfrentamiento entre Rusia y Occidente; y si bien es cierto que el Kremlin ha tenido que ajustar su estrategia militar también lo es que ha continuado avanzando con paso lento pero firme en sus conquistas territoriales en el sudeste ucraniano, logrando hacerse del control de ciudades clave como Mariupol, hace algunas semanas, y Severodonetsk hace apenas un par de días. Pronto la mitad del territorio de Donbás estará bajo control ruso. En paralelo la guerra energética continua. Alemania y Francia advierten sobre el riesgo de que Rusia suspenda por completo el suministro de gas a Europa.
Putin no está dispuesto a frenar esta guerra hasta no poder cantar victoria, a pesar del creciente costo humano y económico para su país. Nadie gana. La resiliencia del rublo por el aumento de los precios de los hidrocarburos no ha impedido que Moscú haya comenzado a incumplir con sus compromisos financieros, las crecientes sanciones traen paulatinamente consecuencias para su economía y las muertes de soldados rusos se cuentan en los miles.
Los impactos de la guerra se encuentran en una fase inicial, el potencial de desestabilización en términos energéticos, alimentarios, económicos y geopolíticos es aún enorme y no se ve cercano un acuerdo de paz. Vaya perspectiva sombría, desde luego para los ucranianos que pagan el costo más alto de la guerra con vidas y sufrimiento y cuyo país está siendo devastado, pero también para el resto del mundo porque los impactos de esta guerra también tienen víctimas a miles de kilómetros de distancia de Ucrania.
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