En un discurso de cuarenta minutos, Vladimir Putin oficializó el pasado viernes la anexión a Rusia de cuatro regiones ucranianas: Donetsk, Luhansk, Zaporiyia y Kherson. Esta es la primera vez, desde 1940, que el mundo presencia la anexión forzada de un territorio de tal tamaño. Estamos hablando de más de 90 mil kilómetros cuadrados, casi la superficie de Portugal.

En un tono victorioso, el presidente ruso señaló en su mensaje que en estos territorios los habitantes “serán rusos para siempre”. Y en un momento en el cual China e India toman cierta distancia de la posición militarista rusa, Putin buscó presentarse como la punta de lanza de la oposición antioccidental en el mundo.

El discurso de Putin fue triunfalista, pero hay otras realidades. Los cuatro territorios ucranianos anexados no están totalmente controlados por el ejército ruso. En el caso de Zaporiyia, por ejemplo, Rusia solo controla 50% y de hecho no tiene bajo su control la capital. Además, desde hace varias semanas, el ejercito ucraniano continúa ganando terreno. Este fin de semana Moscú reconoció haberse retirado de Lyman, en la recién anexada región de Donetsk, y videos en los cuales la bandera ucraniana volvía a ondear en esta ciudad, luego de cuatro meses de ocupación rusa, circularon ampliamente. A ello hay que sumarle el éxodo de miles de jóvenes rusos que han escapado de su país por no querer pelear una guerra que no consideran suya y los crecientes errores en la movilización parcial. El mismo Putin ha reconocido que deben corregirse las fallas, luego de que personas de hasta 50 años fueran llamadas a la movilización. Y el presentador de televisión ruso, Vladimir Soloviov, señaló que hay errores que ameritan “tirarle un balazo” a los responsables del reclutamiento.

Era evidente que Ucrania no iba a aceptar los referéndum celebrados la semana pasada ni la decisión de anexión por parte de Moscú. El General Zaluzhnyi, jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas de Ucrania, escribió en una columna que incluso un ataque nuclear táctico no rompería la voluntad de los ucranianos de recuperar estos territorios. Pero en la narrativa del Kremlin a partir de ahora la contraofensiva de Ucrania en esta zona es una agresión a territorio ruso, incluso si nadie más lo reconoce como tal. El argumento es burdo: Moscú pasa de ser el agresor a convertirse en el agredido. Y eso abre la puerta para plantear el supuesto de una “amenaza existencial” a la Federación Rusa, que justificaría una escalada aun mayor en la cual el presidente ruso irresponsablemente no deja de asomar la opción nuclear.

La arbitraria anexión no hará que Occidente deje de apoyar militarmente a Ucrania e incluso lo contrario ha sucedido. Alemania, Eslovaquia, Noruega y Dinamarca firmaron ayer un acuerdo para financiar la producción de mayor armamento que se entregará a Ucrania, con un valor de 92 mil millones de dólares. Mientras que Francia anunció la entrega al ejército ucraniano de seis cañones Caesar adicionales.

Rusia lo sabe y quizás por ello el tono de sus propagandistas en la televisión ha cambiado en los días recientes, ahora muchos de ellos buscan justificar que la situación es más difícil de lo esperado porque no solamente están combatiendo contra los “ucro-nazis” sino también contra Occidente.

Por lo pronto, en los territorios anexados habrá que esperar el mismo escenario de Crimea en 2014, es decir una rusificación acelerada. Se instalará un gobierno local controlado por el Kremlin, el idioma ruso será oficial en las escuelas, se reescribirán los libros de texto de historia, el rublo se impondrá como moneda, el sistema telefónico será integrado al ruso y los ciudadanos recibirán pasaportes de Rusia. Es decir, el Kremlin construirá la mayor cantidad de lazos administrativos, políticos, económicos, militares, energéticos, en el menor tiempo posible; una integración a marchas forzadas para dificultar que los ucranianos puedan retomar estas regiones.

En esta guerra todos están quemando sus barcos y no habrá vuelta atrás que sea posible. En el caso de Rusia, la constitución prohíbe la cesión de territorio. Es decir que incluso en la hipótesis de que eventualmente se llegara a una gran negociación, Putin no podría regresar los territorios anexados. Mientras que Zelensky, después de haber dicho al inicio de la guerra que el tema de la adhesión a la OTAN no sucedería, ahora ha enviado a la alianza una solicitud de ingreso inmediata, y nueve países miembros, todos excomunistas, han apoyado la petición de Kiev. Es imposible que un estado en guerra y con territorios ocupados se incorpore a la OTAN, además de que se requiere de la unanimidad del voto de los treinta países miembros, cosa que no sucederá; sin embargo, el simbolismo es claro: Ucrania no está sola y está cada día más cerca del bloque occidental.

No podemos entrar en la psicología de Putin, pero es evidente que el destino personal del presidente ruso está ligado al de la guerra, él no puede recular. Su apuesta es a que el miedo al uso del arma nuclear y los altos precios de los energéticos lleven a la opinión pública occidental a presionar a sus gobiernos para que dejen de apoyar a Ucrania. Pero si esta estrategia falla, ¿cuál sería su siguiente paso?

Estamos viviendo un momento histórico del cual no habrá vuelta atrás.

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 @B_Estefan  

 

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