La relación México-Estados Unidos es asimétrica y está plagada de retos. La complejidad de la agenda bilateral es tal, que iluso sería pensar que cambiando las cabezas del gobierno, ya sea de este o del otro lado de la frontera, la relación se tornaría “cómoda”. Pero tener en la Casa Blanca a un presidente que a punta de amenazas arancelarias busca trasladar a México problemas en los que hay una clara responsabilidad compartida, y que ha hecho de la retórica antiinmigrante una bandera política, le añade una complejidad brutal a la relación bilateral.

Uno de los puntos más álgidos de la agenda entre los dos países es sin duda el tema migratorio. De entrada porque los gobiernos de México y Estados Unidos tienen visiones distintas sobre la migración. Mientras que para el gobierno de México la migración es un derecho, que incluso se refleja en el articulo 11 de nuestra constitución, para Estados Unidos se trata de un acto criminal de acuerdo a la sección 1325 de la Ley de Migración estadounidense.

Más allá de las divergentes visiones sobre el tema, hay que decir que durante la segunda mitad del siglo pasado se dio una enorme disonancia entre la realidad y las leyes fronterizas y migratorias estadounidenses. Las restricciones impuestas a las opciones de migración legal no fueron aparejadas de un cambio real en la demanda de trabajadores migrantes, ni se desmantelaron las redes sociales y laborales que permitían esos flujos, como resultado de ello la migración de México a Estados Unidos continuó dándose pero ahora bajo el estatus de “ilegal” de acuerdo a las autoridades estadounidenses.

Fue hasta inicios de los años 90’s que el número de deportaciones comenzó a aumentar de manera significativa, alcanzando su nivel máximo histórico durante la administración de Barack Obama. Y aun cuando la criminalización de la migración existía en la legislación estadounidense desde 1929, fue hasta el gobierno de George Bush, con la “Operación Streamline”, que se empezó a procesar judicialmente a migrantes indocumentados, tendencia que se incrementó durante el gobierno de Obama y aun de manera más dramática durante la administración Trump.

Pero el magnate neoyorkino ha inyectado mayor presión a la ya de por si intrincada agenda migratoria bilateral, no sólo por sus acciones de gobierno sino también por el discurso racista y xenófobo que las ha acompañado desde la Casa Blanca.

Desde que asumió el poder, Trump ha lanzado una batería de políticas públicas dirigidas a atacar a migrantes y solicitantes de asilo (imposible mencionar todas en este texto). Intensificó esfuerzos para criminalizar la migración, con su política de “tolerancia cero” ha pretendido procesar legalmente a toda persona que entre a EEUU de manera indocumentada lo cual generó la aberrante separación de miles de niños de sus padres.

En 2018, Trump lanzó los mal llamados Protocolos de Protección Migratoria, mejor conocidos como “Quédate en México”, que han obligado a más de 60,000 solicitantes de asilo a esperar sus audiencias en territorio mexicano en situaciones que vulneran su seguridad e integridad física; y a través del Asylum Ban 2.0, de facto, Trump nos convirtió en un tercer país seguro.

Su rival político, Joe Biden, ha sido criticado por su papel dentro del gobierno de Obama, el cual deportó 3 millones de migrantes indocumentados. Biden ha calificado estas deportaciones masivas como un “grave error”. Pero mas allá de actos de contrición que pudieran ser meramente electorales, su plataforma propone "deshacer las erradas políticas migratorias de Trump". Biden ha señalado que en sus primeros 100 días de gobierno dará marcha atrás prácticamente a todas las acciones tomadas por Trump en materia migratoria, incluyendo el “Quédate en México” y “Tolerancia Cero”, además de cancelar la declaratoria de emergencia nacional que ha permitido redireccionar miles de millones de dólares para la construcción del absurdo muro fronterizo. Eso en sí ya es un alivio, pero adicionalmente Biden promete trabajar con el Congreso para aumentar el número de visas para trabajadores agrícolas y en general las visas basadas en ofertas laborales. También ha asegurado que aumentará la cuota de admisiones de refugiados a EEUU y trabajará con los gobiernos centroamericanos para atender las causas que generan la migración de su población.

¿Conoce usted la fábula judía de la cabra?, permítame resumirla. Un hombre acudió a buscar consejo de su rabino: “vivo en una casa demasiado pequeña con mis diez hijos y mi esposa, peleamos mucho, la situación es insoportable. ¿Qué puedo hacer?”. El rabino escuchó al afligido hombre, y luego de pensar un rato le aconsejó que llevara a su casa una cabra. “¿Una cabra?”, exclamó sorprendido el hombre, pero el rabino insistió en su consejo. El hombre hizo lo que le indicó el rabino. Un mes después el hombre volvió a buscar al rabino y desesperado le dijo: “Seguí su consejo y ahora sí estoy al borde del suicidio. La cabra es ruidosa, hace sus necesidades por toda la casa, mi familia está más molesta que nunca, ¡no se puede vivir así!”. El rabino le respondió: “regresa a tu casa y ahora saca a la cabra”. Nuevamente el hombre obedeció al rabino, y tras sacar a la cabra, la casa resultó, para toda la familia más tranquila y grande que nunca.

En tanto el Congreso estadounidense no apruebe una reforma migratoria integral que ofrezca caminos para que los millones de migrantes indocumentados que viven en EEUU puedan obtener la ciudadanía, la esclerosis de la política estadounidense en este tema seguirá siendo una piedra en el zapato en la relación bilateral ad infinitum pues en juego está el respeto a los derechos de nuestros connacionales migrantes. Pero un eventual triunfo de Biden permitiría deshacer las disparatadas acciones ejecutivas de Trump en contra de los migrantes y refugiados, retomar el cauce de la relación por una vía institucional y sin amenazas, y favorecer el dialogo franco y una necesaria visión de responsabilidad compartida. No sería la relación perfecta pero sin duda estaríamos en un mejor escenario.

@B_Estefan

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