La inteligencia artificial (IA) ha comenzado a democratizarse y con ello las incógnitas y preocupaciones se multiplican. Geoffrey Hinton, considerado uno de los padres de la IA, renunció a Google para poder expresar libremente sus inquietudes. En una de sus declaraciones, señaló: “Existe un riesgo existencial de lo que sucede cuando estas cosas se vuelven más inteligentes que nosotros. He llegado a la conclusión de que el tipo de inteligencia que estamos desarrollando es muy diferente de la inteligencia que tenemos”, dijo. “Es como si tuvieras 10 mil personas y cada vez que una persona aprendiera algo, todos automáticamente lo supieran. Y así es como estos chatbots pueden saber mucho más que cualquier persona individualmente”.

A principios de este mes, los líderes de las empresas de IA se congregaron en la Casa Blanca con Joe Biden y Kamala Harris para debatir los riesgos que conlleva esta tecnología. El problema no radica tanto en que las máquinas acaben controlando por completo a los seres humanos como en una escena cinematográfica, sino más bien en el hecho de que perturben profundamente nuestras sociedades.

Hace apenas unos meses, Sam Altman, director general de OpenAI, la compañía que desarrolló el célebre Chat GPT, era conocido únicamente en círculos especializados en tecnología, ahora está recorriendo el mundo y siendo recibido por personalidades y jefes de Estado en lo que él mismo denomina un “world tour” o “gira mundial”.

Tan solo en la segunda mitad de este mes, Altman visitó Toronto, Río de Janeiro, Lagos, Lisboa, Madrid, Varsovia, París, Londres y Munich, y fue recibido personalmente por Pedro Sánchez, Olaf Scholz, Rishi Sunak y Emmanuel Macron, entre otros.

No es coincidencia que las puertas de 10 Downing Street o El Elíseo se abran de par en par para recibir a Altman. Los líderes globales tienen claro que la inteligencia artificial representa un salto cualitativo que afectará todos los ámbitos de la actividad humana y de manera particularmente preocupante el mercado laboral y la democracia.

Incluso si obviamos las previsiones catastróficas de la desaparición de empleos debido a la incursión de esta nueva tecnología en el mundo laboral, no se puede negar que existen profesiones en riesgo de desaparecer. Los cambios en el mercado laboral serán vertiginosos y las decisiones gubernamentales, que suelen ser burocráticas y lentas, podrían no llegar a tiempo para afrontarlos.

El desafío para la democracia también es enorme. Ya estamos experimentando la polarización que ha suscitado en el debate público el creciente papel de las redes sociales con algoritmos desconocidos y somos conscientes de la manipulación que se lleva a cabo para influir en asuntos públicos a través de empresas como Cambridge Analytica. Pero todo esto podría palidecer en comparación con el impacto potencial de la IA en nuestras democracias.

La competencia internacional en inteligencia artificial se ha acelerado y el reto que esta tecnología plantea afecta a la comunidad global en su conjunto. Por ello vale la pena insistir en la importancia de que no se escatimen esfuerzos diplomáticos para encontrar acuerdos en la materia y en la necesidad de que los actores políticos se preparen para una adecuada toma de decisiones en la materia.

En la reunión del G7 la semana pasada en Hiroshima, se anunció la creación de una instancia de reflexión sobre inteligencia artificial e incluso hay quienes consideran que este podría ser un primer paso rumbo a la creación de una autoridad global de regulación sobre el tema, siguiendo el ejemplo de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la ONU. Sin embargo, el camino de los acuerdos globales no será sencillo debido a las crecientes tensiones geopolíticas, especialmente la rivalidad entre China y Estados Unidos, que tiene como principal campo de batalla la tecnología.

Para evitar dar la razón a aquellos, que como Eric Schmidt, exdirector de Google, sugieren que la regulación sea llevada a cabo por la propia industria tecnológica y no por políticos que tienen un conocimiento limitado del tema, los políticos, diplomáticos y particularmente los legisladores de todo el mundo, deben hacer un esfuerzo por empaparse de los avances tecnológicos; sería una tremenda irresponsabilidad tomar decisiones públicas cerrando los ojos ante los vertiginosos avances de la inteligencia artificial.

Internacionalista. @B_Estefan

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