Hace veinte años, los atentados del 11 de septiembre sacudieron al mundo. Es posible que, al igual que yo, usted haya presenciado ese día en total asombro las imágenes de dos aviones comerciales que se impactaban contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York para luego ver a los gigantescos edificios colapsar. La gran potencia global sufría un duro golpe al corazón, una serie de atentados contra símbolos del poderío estadounidense cobraría la vida de 2,977 personas. A partir de ese momento, el terrorismo fue percibido en Washington como una amenaza estratégica y potencialmente existencial.
Ante la negativa del gobierno afgano a la petición de entregar al autor intelectual de los atentados, Osama bin Laden, las tropas estadounidenses no tardaron en aterrizar en Afganistán seguidas de miembros de los ejércitos de sus países aliados. Este fue el inicio de la guerra contra el terrorismo a la cual Estados Unidos ha destinado inmensas cantidades de recursos humanos y financieros tanto en el plano militar como en el de inteligencia.
En este vigésimo aniversario del ataque contra las torres gemelas, la actualidad ofrece al mundo un trago amargo de realidad: la catastrófica retirada de las fuerzas militares estadounidenses de Afganistán y la toma del poder por parte de los talibanes desenmascararon el resultado de la guerra contra el terrorismo ante los ojos del mundo: un fracaso total, por usar un eufemismo. Puede argumentarse que a lo largo de estas dos décadas hubo una relativa eficacia en algunos operativos específicos, pero ni se acabó con el terrorismo internacional, ni se logró “construir naciones”.
Adicionalmente, la “guerra contra el terrorismo” es un concepto absurdo y peligroso, desprovisto de visión estratégica. No se lucha una guerra contra un modo operativo, léase: “el terrorismo”, sino contra grupos concretos con agenda política, ideológica, religiosa, social, educativa, etc. De ahí que la ocupación militar de Afganistán y especialmente la guerra en Irak lejos de debilitar al adversario, han incrementado la tensión y alimentado las filas de los grupos terroristas. A pesar del fortalecimiento del yihadismo, la retirada de Estados Unidos de Afganistán marca el fin de la guerra antiterrorista como la conocemos, se antoja más probable que en el futuro esta lucha se lleve a cabo de una forma más modesta, teniendo claro que es inútil pretender reconstruir estados desde el extranjero y a golpe de presencia militar. Seguramente veremos una concentración en acciones dirigidas, ataques de drones o ataques aéreos en un lugar y espacio específico, buscando eliminar concretamente a los actores considerados más peligrosos para los intereses occidentales o estadounidenses. También es probable que la presencia militar en Irak disminuya y que Francia retire al menos la mitad de sus tropas encargadas de la operación militar Barkhane, que persigue fines antiterroristas en los países del Sahel (Burkina Faso, Mauritania, Níger, Chad y Malí).
Una de las razones por las cuales vimos una retirada de los Estados Unidos tan abrupta de Afganistán es porque Washington quiere concentrar sus recursos humanos y financieros en otros retos estratégicos, en concreto en la competencia contra China y en el fortalecimiento de la clase media estadounidense. Francia por su parte se plantea si invertir mil millones de euros por año en la operación Barkhane es el mejor uso de sus recursos en un momento plagado de emergentes retos globales. El contraterrorismo pierde progresivamente jerarquía en la lista de prioridades en materia de seguridad y defensa a nivel global.
Dado que las elecciones intermedias de los Estados Unidos son el año que entra, Joe Biden parece apostarle a que la economía estadounidense se reactive y los electores se olviden de lo sucedido en Kabul. Puede que los votantes estadounidenses logren olvidar el atentado suicida que cobró la vida de trece militares estadounidenses y las terribles escenas de desesperación y caos que acompañaron la caída de la capital afgana en manos de los talibanes, pero los rivales y aliados de Estados Unidos no olvidarán fácilmente lo ocurrido. Los rivales ven los acontecimientos de las últimas semanas como una confirmación de que Estados Unidos no es invencible. Mientras que los aliados consideran que aunque Joe Biden quiera pretender que Estados Unidos está de regreso en el mundo, la realidad es que su política sigue pareciéndose a la máxima trumpista de “America First”. Detrás de las sonrisas y la empatía, se percibe el mismo unilateralismo y el mismo desinterés por otras regiones y aliados.
Hace veinte años, tras los ataques del 11 de septiembre, los aliados de Washington se preguntaban qué podían hacer para ayudar a Estados Unidos, hoy se preguntan cómo reorientar su estrategia de defensa sabiendo que la amenaza terrorista sigue vigente y que ya no contarán con la protección estadounidense.