La serie coreana “El Juego del Calamar”, estrenada apenas el pasado 17 de septiembre, va en camino a convertirse en la serie más vista en la historia de Netflix. Un diverso grupo de personas terriblemente desesperadas, pues sus vidas están destrozadas debido a impagables deudas, se ve ante la posibilidad de acceder a una exorbitante suma de dinero. Pero para ello, los participantes deben ganar un ultraviolento juego de supervivencia. Consideraciones artísticas aparte, no es difícil trazar ciertos paralelismos entre los primeros capítulos de la viral serie y el fenómeno migratorio.
Si bien quien migra lo hace por distintas razones, el migrante tiene algo en común con el participante del Juego del Calamar: la desesperación. Esa desesperación que lleva a la imperante necesidad de buscar otras opciones incluso cuando estas ponen en riesgo la propia vida. De hecho, aun cuando los competidores de la serie en un punto son regresados a su realidad inicial, la crudeza de sus vidas los empuja a volver a tomar brutales riesgos con el fin de alcanzar la prometida recompensa, de igual forma que con frecuencia sucede con los migrantes. Las deshumanizantes imágenes convierten a la mayor parte los personajes de la serie televisiva en meros números, de la misma forma que el fenómeno migratorio suele deshumanizarse; hablamos del número de personas que integran las caravanas y cuántas de ellas pierden la vida pero solemos olvidar que cada migrante es una vida con historia, con anhelos e ilusiones.
En los años recientes cada cierto tiempo la migración vuelve a convertirse en crisis en nuestra región. Lacerantes imágenes de indefensos niños y familias desesperadas buscando un mejor futuro regresan a las primeras planas de la prensa. El tema se reinserta en el debate público y la mano dura de las fuerzas del orden, ya sea estadounidenses o mexicanas, nuevamente pretende poner fin a la ola migratoria en curso.
En las recientes semanas vivimos la crisis de los migrantes haitianos. Diversos medios comenzaron a reportar que en nuestra frontera norte se gestaba una crisis humanitaria. Un campamento improvisado había sido instalado en el puente internacional que une Ciudad Acuna, Coahuila con Del Rio, Texas. Cerca de 15,000 migrantes, la mayoría de ellos haitianos, se encontraban ahí varados en condiciones insalubres y peligrosas, agravadas por la pandemia, con la intención de eventualmente lograr entrar a territorio estadounidense.
Hace no muchos años quienes buscaban migrar a Estados Unidos, entonces en su mayoría hombres adultos, lo hacían fundamentalmente de forma clandestina. Pero en los años recientes el fenómeno cambió de manera sustancial. Comenzamos a ver filas de personas esperando su turno para entrar a territorio estadounidense y solicitar condición de asilo o refugio en plena luz del día y ante los ojos de las autoridades; apareció el inédito fenómeno de las caravanas y se registró un mayor porcentaje de familias, mujeres, niños y adolescentes migrantes.
Esta situación fue utilizada por el expresidente Trump como argumento para echar a andar una serie de nefastas políticas que pretendían restringir al máximo las vías legales de acceso de migrantes a territorio estadounidense. Así vieron la luz el programa conocido como “Quédate en México” y políticas como “Tolerancia Cero” y el famoso “Título 42”.
Al llegar al poder Biden, muchas de estas medidas fueron desmanteladas pero hay una que se ha mantenido firme: el Título 42. Bajo esta regulación, con el argumento de la crisis sanitaria, la administración Biden está realizando “expulsiones exprés” de haitianos sin darles la posibilidad de aplicar a la condición de asilo o refugio; lo cual permitió que el campamento en Del Rio, que apenas hace un par de semanas tenía 15,000 personas, hoy este completamente desmantelado. Sin embargo, recientemente la Ministra de Relaciones Exteriores de Panamá, alertó de una nueva ola de cerca de 60,000 migrantes, la mayoría de ellos haitianos, que van camino a Estados Unidos.
La migración es un problema estructural y como tal requiere de atención estructural. El enfoque basado en medidas unilaterales, coercitivas y de corto plazo ha traído consecuencias negativas tanto para la región como para los migrantes, ha fortalecido las redes de tráfico de personas y no ha evitado el resurgimiento del fenómeno migratorio. Ahora son los haitianos, hace apenas unos meses eran migrantes del triángulo norte de Centroamérica y poco antes fueron niños migrantes.
Desde luego que buscar el desarrollo de las comunidades de origen es fundamental para atacar las causas de raíz, pero es también indispensable promover un enfoque regional migratorio para un buen manejo del fenómeno en el futuro próximo. De entrada habría que explorar los siguientes temas:
· Expandir las vías de migración documentada existentes o crear nuevas, y modernizar y profesionalizar las instituciones de migración y asilo.
· Establecer mecanismos de información cruzada que puedan conducir a cifras consolidadas bilaterales sobre nuevas tendencias migratorias.
· Recopilar información de campo compartida sobre fenómenos específicos, como las caravanas de migrantes. La inteligencia recopilada podría ayudar a identificar causas desencadenantes específicas, líderes, medios y rutas de transporte, así como otra información útil.
· Trabajar en conjunto para brindar una protección eficiente que garantice la integridad de estos grupos de personas.
· Mejorar y fortalecer los programas y servicios de reintegración.
En uno de los episodios de la serie dirigida por Hwang Dong-hyuk, los competidores deben cruzar un puente de paneles de vidrio sin saber cuáles podrán soportar su peso y cuales se romperán. Con la amenaza de muerte cerniendo sobre sus cabezas, los participantes avanzan hacia “el otro lado”, de la misma forma que avanzan los migrantes con la ilusión de una recompensa, pero con el horror de vivir en constante riesgo mortal.