En referencia al método de hidroterapia escocés, que consiste en una ducha que alterna chorros de agua muy fría y muy caliente con el fin de activar la circulación, en Francia suele utilizarse la frase “ducha escocesa” para referirse a una rápida alternancia de eventos buenos y malos, que pueden repentinamente cambiar una situación. Ese es el caso claro de la interminable negociación sobre la suerte del Acuerdo Nuclear con Irán.

Hagamos un breve recuento. Tras más de tres décadas de tensiones entre Irán y Estados Unidos, la poca común coincidencia de presidentes de línea moderada en ambos países, Obama en EEUU y Rohaní en Irán, permitió la negociación y firma del acuerdo nuclear en 2015. El Plan Conjunto de Acción Integral, JCPOA por sus siglas en inglés, firmado entre Teherán, Washington y cinco potencias más la Unión Europea, implicaba que Irán reduciría su programa nuclear, que por cierto había iniciado en la década de los 50 con el apoyo estadounidense, a cambio de salir del aislamiento económico que le había sido impuesto por Washington.

A pesar de las críticas de los opositores al Acuerdo Nuclear, al momento de su firma había un ánimo optimista y de esperanza en la comunidad internacional que lo consideraba un triunfo del multilateralismo y la diplomacia. Pero en 2018, Donald Trump cumplió su amenaza de campaña de abandonar unilateralmente el Acuerdo que tenía el “gran defecto” de ser un éxito de su antecesor, Barack Obama. Trump impuso nuevas y mayores sanciones contra Irán y readoptó un discurso de demonización iraní. Estados Unidos le daba la espalda a cualquier negociación y el resto de los países signatarios (China, Francia, Alemania, Rusia, Reino Unido y la Unión Europea) hicieron un esfuerzo por mantenerlo a flote, pero sin Washington en la mesa el ánimo de cooperación de Teherán desapareció. El acuerdo pasó por años aciagos, luego llegó Biden a la Casa Blanca. Durante su campaña, el demócrata habló de regresar a la vía diplomática con Irán y buscar revivir el acuerdo nuclear, y desde las primeras semanas de su gobierno dedicó importantes esfuerzos diplomáticos para lograrlo.

Las cosas no han sido fáciles. Primero porque Irán, en retaliación a la imposición de sanciones estadounidenses, relanzó su programa nuclear. Además, la decisión de Trump y sus diatribas cayeron como dagas en Teherán y ayudaron a debilitar a los moderados.

A pesar de ello, los esfuerzos diplomáticos hicieron que hubiera esperanza. Meses de negociaciones en Viena intermitentes e indirectas, pues Estados Unidos e Irán no se hablan entre sí sino a través de los europeos, lograron concretar un texto que permitiría un levantamiento parcial de las sanciones estadounidenses y un regreso de Irán a los ejes centrales del acuerdo de 2015. Todo parecía marchar bien hasta que Irán puso como condición para la firma que Estados Unidos eliminara a los “Guardianes de la Revolución”, la fuerza armada de los mollahs, de la lista de organizaciones terroristas. El tema generó mucho escozor en los aliados estadounidenses de la región (las monarquías del golfo e Israel) y la Casa Blanca optó por no ceder ante la petición de Teherán. A esto ha seguido un estancamiento de las negociaciones.

Con cada semana que pasa las capacidades nucleares de Irán crecen, lo que hace que el regreso a un acuerdo sea cada vez menos probable. El pasado jueves, Teherán informó su decisión de retirar 27 cámaras de vigilancia de sus actividades nucleares para protestar contra una resolución votada por los gobiernos miembros de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) que llamaba enérgicamente al orden a Irán y condenaba las reiteradas violaciones del acuerdo. Esta resolución provocó la cólera del presidente iraní Ebrahim Raisi, quien declaró “¿Ustedes creen que están adoptando una resolución en la OIEA y que por eso vamos a dar marcha atrás? En nombre de Dios y de nuestra gran nación, no vamos a dar ni un paso atrás”.

La tormenta en contra del acuerdo es perfecta, la tensión por la guerra en Ucrania mientras que Rusia es signataria del acuerdo original, la creciente rivalidad entre Washington y Pekín mientras que China forma parte del acuerdo, la flamante alianza entre Israel y las monarquías del golfo que se oponen a cualquier negociación con Teherán, y ahora la noticia de un avión de carga venezolano varado en el aeropuerto Ezeiza de Buenos Aires cuyos miembros de tripulación estarían afiliados a empresas relacionadas con Al Quds, las fuerza de élite de la Guardia Revolucionaria Iraní.

En la ducha escocesa del Acuerdo Nuclear con Irán ha habido momentos de agua muy fría y muy caliente, pero en esta ocasión parece que el agua está hirviendo.

@B_Estefan 

 

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