Hoy se lleva a cabo la última jornada de los octavos de final de la Eurocopa, la actual edición del torneo de selecciones nacionales de futbol más importante de Europa, organizado por la UEFA cada cuatro años, ha atraído de manera singular no solamente a los amantes del futbol sino también a quienes nos dedicamos al análisis de la geopolítica.
La Eurocopa - que al igual que los Juegos Olímpicos de Tokio, tuvo que ser pospuesta debido a la pandemia y por ello su nombre oficial conserva el año para el cual estaba originalmente planeada - este año celebra su 60 aniversario y la UEFA decidió que se desarrollara en once países anfitriones. Como resultado de esa decisión los partidos se están jugando en once contextos políticos distintos. Quizás en parte por ello, la Eurocopa 2020 ha estado marcada por cuestiones políticas y geopolíticas como no se veía desde la década de los 80, todas las tensiones que se viven en Europa y todas las fracturas entre países parecen haberse invitado a los estadios de futbol.
Vale la pena repasar algunos de los elementos geopolíticos telón de fondo de este encuentro futbolístico.
Tensiones ruso-ucranianas
Desde antes del inicio de la Eurocopa la casaca propuesta por Ucrania para su selección nacional había generado polémica. En el diseño podía verse el mapa de Ucrania incluyendo a Crimea, península anexada arbitrariamente a Rusia en 2014, y se leía la leyenda “¡Gloria a Ucrania!¡Gloria a nuestros héroes!”, proclama revolucionaria del levantamiento ucraniano pro-occidente que derrocó al presidente Viktor Yanukovych, quien era respaldado por el Kremlin.
Ante las fuertes protestas de Rusia, la UEFA pidió a Ucrania modificar su casaca. El canto revolucionario no debía ser visible, sin embargo, se permitió mantener el mapa que incluía a Crimea, bajo el argumento de que la resolución 68/262 de la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoce las fronteras territoriales tal como están representadas en el mapa de la casaca.
Adicionalmente, no hay que olvidar que, desde julio 2014, tras la anexión de Crimea a Rusia, la UEFA prohibió los partidos entre los equipos nacionales ucraniano y ruso, situación que solamente estaba asegurada en las primeras fases de este torneo pues si en un momento dado ambos equipos hubieran avanzado a cuartos de final habrían tenido que enfrentarse.
Rivalidad Inglaterra-Escocia
El último enfrentamiento futbolístico entre estos históricos rivales deportivos había sido en junio de 2017, antes del Brexit. En esta Eurocopa compitieron el 18 de junio, en el estadio de Wembley. Un clásico del futbol, cuyo resultado fue 0-0, pero que estuvo cargado de una fuerte resonancia política pues el nacionalismo escocés está notoriamente presente en el rugby y el futbol, y el sentimiento independentista escocés se ha reavivado tras el Brexit.
El debut de Macedonia del Norte
Esta es la primera ocasión en que Macedonia del Norte participa en la Eurocopa y eso ha representado una oportunidad para que el pequeño país se haga más visible ante los ojos de Europa y del mundo, pues si bien esta nación era independiente desde 1991, no fue sino hasta 2018 que logró tener su nombre actual, luego de una larga disputa diplomática con Grecia (país para el cual el nombre tiene un valor histórico).
La Hungría de Viktor Orbán
El controvertido gobierno del presidente húngaro, Viktor Orbán, no podía dejar de dar de que hablar. Hungría es el único país anfitrión de la Eurocopa en el cual los estadios admiten una ocupación total. Más que un reflejo de la realidad sanitaria del país, se trata de una decisión con tintes políticos por medio de la cual Orbán pretende enviar el mensaje de que su estrategia contra el coronavirus es la mejor de Europa.
A estos previsibles elementos geopolíticos, en las últimas semanas se han sumado algunos más inesperados. Los gritos de “changos”, escuchados en el Puskas Arena de Budapest, dirigidos a jugadores negros de la selección francesa; los jugadores ingleses y belgas arrodillados en los partidos desarrollados en Londres y San Petersburgo en apoyo del movimiento “Black Lives Matter”; y desde luego la aprobación el martes 15 de junio por parte del parlamento húngaro de una ley discriminatoria contra la comunidad LGTB y la negativa de la UEFA a permitir que la ciudad de Múnich iluminara su estadio con el arcoíris para el partido Alemania-Hungría en protesta a dicha ley.
Como cereza del pastel, la UEFA instó al gobierno británico a permitir la mayor asistencia posible a los partidos, por lo cual a pesar de la creciente presencia de la variante Delta de Covid-19 en el Reino Unido, el sábado pasado 22,000 personas asistieron al estadio de Wembley para presenciar el partido entre Italia y Austria, hoy se espera que sean cerca del doble los espectadores que asistan al partido entre Alemania e Inglaterra y para la final de la copa, el 11 de julio, se esperan 60,000 asistentes. Aun cuando quien asista al estadio debe presentar un certificado de vacunación o una prueba negativa de Covid-19, las imágenes de estadios llenos envían una irresponsable señal pretendiendo una normalidad que en realidad no existe.
Está claro que el apoliticismo futbolístico es un mito, al cual sólo la UEFA parece ampararse cuando le parece conveniente.