No son pocos los temas en los cuales Joe Biden camina en una cuerda floja que requiere de un delicado equilibrio. Con el objetivo de hacer realidad sus promesas de campaña las políticas de su administración se han visto con frecuencia oscilantes entre lo propuesto al electorado y la realidad de los intereses e instituciones estadunidenses que se imponen al ejercicio de su gobierno.

Pensemos primero en Medio Oriente. A finales de febrero la Casa Blanca hizo público un reporte secreto de los servicios de inteligencia estadunidenses sobre el asesinato en 2018 del periodista saudí, Jamal Khashoggi, en la Embajada de Arabia Saudita en Turquía. Khashoggi se había refugiado en Estados Unidos y colaboraba con el Washington Post, el reporte de inteligencia apunta específicamente a la responsabilidad personal del príncipe heredero saudí Mohamed Bin Salman en su asesinato. Pero si bien la Casa Blanca desenmascaró a MBS (como se conoce al príncipe heredero por sus iniciales) como responsable del crimen, no emprendió ninguna acción en su contra. Biden marcó su distancia con MBS pero no quiso tensar la relación con un país históricamente aliado de los Estados Unidos en el Medio Oriente, particularmente no en un momento en el cual Washington pretende retomar las negociaciones para un posible restablecimiento del acuerdo nuclear con Irán, enemigo acérrimo de Arabia Saudita.

En el caso de Irán existe otro escenario de delicado equilibrio. Biden quiere dar marcha atrás a la política de presión máxima impuesta por Trump a Irán y retomar el camino diplomático con Teherán pero no ha querido dejar de marcar su raya con la República Islámica. Por lo que, tras seis semanas en el poder, el presidente de los Estados Unidos lanzó un ataque contra infraestructura utilizada por milicias respaldadas por Irán en territorio sirio. El Pentágono señaló que la ofensiva militar se produjo en respuesta a un ataque contra intereses estadunidenses en Irak por parte de milicias pro Irán. Al atacar intereses iraníes en un tercer país Biden buscó evitar una confrontación directa con Irán sabiendo que un casus belli cancelaría toda posibilidad de dialogo. Washington pretende reavivar la diplomacia con la República Islámica pero mantener una mano firme y no dar “demasiadas concesiones” a un país históricamente adversario de Washington.

Pero el equilibrismo de la Casa Blanca no se limita al Medio Oriente. Pensemos en el tema migratorio, el creciente flujo de migrantes indocumentados cruzando la frontera de México con los Estados Unidos tiene al gobierno estadunidense caminando en arenas movedizas. Por un lado Biden ordenó la detención de la construcción del muro fronterizo, canceló los acuerdos de tercer país seguro con Centroamérica, permitió a EEUU la entrada paulatina de 25,000 solicitantes de asilo que se encontraban en México aguardado la resolución de sus casos, instruyó no se deporte a menores no acompañados y creo un equipo de trabajo para reunificar a niños con sus padres, además de que adoptó un tono más humano respecto a la migración, pero por el otro lado la situación en la frontera se está tornando muy complicada de gestionar. En el mes de febrero las detenciones hechas por agentes de la patrulla fronteriza estadunidense superaron las 100,000, un incremento del 30% respecto al mes inmediato anterior. Específicamente en el Valle del Rio Grande, una importante zona de cruce migratorio, fueron detenidas en febrero cerca de 10,500 familias, mientras que en enero habían sido detenidas 2,000. La situación es particularmente grave por el creciente número de niños migrantes no acompañados. En promedio en las últimas semanas ha habido entre 4,000 y 4,500 niños albergados en estaciones de detención migratoria diseñadas para adultos y aunque la ley estadunidense marca que los menores pueden permanecer en estas instalaciones un máximo de 72 horas la realidad es que en promedio están permaneciendo 117 horas.

La administración Biden ha tomado acciones benéficas para una migración más humana, ordenada y segura, pero no cuenta con las adecuaciones normativas e institucionales necesarias para administrar el creciente flujo migratorio de la mejor manera en el corto plazo. Como paliativo el gobierno estadunidense está enviando recursos adicionales para la gestión fronteriza y ha instruido el apoyo en la frontera por parte de la Agencia Federal de Administración de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés). La compleja situación quizás explique el porqué, a pesar de las críticas de los activistas de derechos humanos, el inquilino de la Casa Blanca ha decidido continuar con el “Titulo 42”, una política echada a andar por Trump en marzo de 2020, que permite a agentes de la patrulla fronteriza expulsar a migrantes indocumentados de manera inmediata, sin procesarlos normativamente, bajo el argumento de buscar evitar los contagios por la pandemia.

Siendo el tema migratorio tan sensible electoralmente, la situación en la frontera se ha convertido en una crisis política para la administración Biden, que cual funámbulo lanza mensajes en cadenas de televisión pidiendo a los migrantes que “no vayan a Estados Unidos”, mientras continúa con un mensaje defensor de los migrantes, al tiempo que desmantela algunas de las xenófobas políticas migratorias trumpistas pero mantiene en vigor el controversial “Titulo 42”.

Biden camina así en una cuerda tensa en diversos temas, de lograr llegar al otro lado sin caer, habrá que reconocer su proeza, pero la situación en la que por ahora se encuentra es a todas luces de alto riesgo.

@B_Estefan

Google News

TEMAS RELACIONADOS