“Íbamos muy bien. Ahora sí que como se dice en mi pueblo, por una expresión de un exgobernador: tan bien que íbamos y se nos presenta lo de la pandemia“, dijo el presidente López Obrador en un mensaje en video. Sus palabras buscan transmitir optimismo en momentos de adversidad. Dan a entender que cuando termine la emergencia sanitaria el país retomará la marcha hacia el desarrollo y la prosperidad. La pandemia nos ha obligado a una pausa momentánea.

El diagnóstico del presidente es incorrecto. La pandemia del Covid-19 no “nos agarró bien parados” como él dice. Para entender la situación en la que se encuentra México hoy en día y lo que sucederá una vez que inicie la “nueva normalidad”, conviene utilizar un término con el que la pandemia nos ha obligado a familiarizarnos: comorbilidades.

Se refiere a padecimientos preexistentes como diabetes, hipertensión, obesidad, etcétera, que pueden coincidir con el Covid-19 en un mismo paciente. Hoy sabemos que la peligrosidad del nuevo coronavirus no depende tanto del patógeno en sí, sino de las condiciones médicas que el paciente venía arrastrando antes del contagio. Lo mismo ocurre con la economía mexicana y el impacto que sobre ella tenga la pandemia del Covid-19.

De hecho, el coronavirus no está creando una nueva normalidad a partir de cero, sino exacerbando los padecimientos preexistentes de la economía mexicana. Algunas comorbilidades son estructurales y han sido un lastre para el crecimiento tiempo antes de que iniciara el gobierno de López Obrador. Tal es el caso del crimen y la inseguridad, una actividad que deja decenas de miles de muertos cada año. Crece como un cáncer que va inhibiendo el potencial de la economía mexicana, ciudad por ciudad, región por región.

Según los expertos, 2019 fue un año perdido en lo que concierne al establecimiento de la ley y el orden, una aspiración que parece inalcanzable para México. El número de asesinatos dolosos, la gran mayoría de los cuales quedan impunes, llegó a un nuevo récord histórico. El año de la pandemia pinta peor todavía. La capacidad de violencia de las bandas del crimen organizado crece, junto con su penetración en las instituciones del Estado y su control sobre vastas regiones del país.

Algunas de las comorbilidades de la economía mexicana son responsabilidad del actual gobierno. La desconfianza de los inversionistas es quizás el padecimiento pre-existente más grave con el que llegó al inicio de la emergencia sanitaria. Paró en seco el moderado crecimiento económico que sostuvo México durante la última década. Fue resultado de decisiones equivocadas como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, el repudio de contratos con empresas operadoras de gasoductos, la suspensión de subastas de electricidad y de las rondas para exploración de nuevos yacimientos de petróleo, así como la falta de un plan de negocios creíble para Pemex y la obsesión por asegurar la dominancia de CFE en el incipiente mercado de electricidad.

La pandemia ha exacerbado la desconfianza de los inversionistas. A ello han contribuido otras decisiones del gobierno federal. En marzo detuvo la construcción de la planta cervecera de Constellation Brands en Baja California, a partir de una consulta popular simulada. En abril, aprobó un acuerdo ejecutivo para cerrar el acceso a la red eléctrica a nuevas plantas operadas por empresas privadas que generan electricidad a partir de energía eólica y solar.

Si a todo esto añadimos el rompimiento público del diálogo entre el presidente López Obrador y las organizaciones empresariales, el espíritu confiscatorio de algunas iniciativas de la 4T en el Congreso y la negativa del gobierno a apoyar a las empresas para sobrevivir el confinamiento, el resultado es el peor clima de negocios en décadas, a pesar incluso de la firma del nuevo tratado comercial con E.U. y Canadá.

Desde luego, el presidente López Obrador debe transmitir esperanza para enfrentar la adversidad. Vienen tiempos aún más difíciles para México. Sin embargo, el optimismo debe estar anclado en el reconocimiento de la realidad propia. Sin este componente, en vez de esperanza transmitirá temeridad y soberbia.

Profesor de la División de Estudios Políticos del CIDE

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