El rostro de Claudia Sheinbaum está por todas partes. No hay portal de noticias, canal de televisión, diario, revista, barda o espectacular donde no aparezca el rostro de quien cree ser la “corcholata” favorita del presidente.
Con el pretexto de que el 7 de octubre rendirá ante el Congreso de la CDMX su Cuarto Informe de Gobierno ha invertido millonarios recursos para promocionarse. Para evadir la ley ha puesto disfraz de propaganda institucional a lo que son, —en el Polo Norte y en Júpiter—, anticipados e ilícitos actos de campaña.
Sheinbaum ya no actúa como jefa de Gobierno. Se siente muy segura de su futuro político. Mira, camina habla, viste, como si ya tuviera puesta la banda presidencial. En los ojos se le nota el hambre de poder. Al igual que su jefe y mentor, blasfema, condena y excluye a los que no piensan igual que ella.
Ni el maquillaje, ni su nuevo vestuario han logrado atenuar la rigidez y expresión amarga de su rostro. Es anticarismática. No emociona, no convence.
¿Sheinbaum podría ser la primera mujer que llegue a la Presidencia? Tal vez. En una dictadura todo se puede. La pregunta es si esa mujer es la que necesita México.
Ella no representa a la mujer mexicana. Las mujeres de México, esas con las que se retrata para presumir de que está cerca del pueblo, son la antítesis de lo que ella es y refleja.
La jefa de familia, la esposa y madre de cuatro o cinco hijos es una líder natural por el esfuerzo que tiene que desplegar cada día para dar de comer a sus hijos. Es por naturaleza generosa, maternal, sobreprotectora, abre su hogar a quien toca la puerta, pero sobre todo tiene un sentido de la tolerancia y solidaridad que no tiene la señora Sheinbaum.
La jefa de Gobierno está más cerca de ser una agente de policía de Stalin, que de una activista de Mahatma Gandhi. Su perfil empata más con las Camisas Negras del fascismo que con las Mujeres por la Paz que trabajan en el planeta por combatir el hambre y la violencia.
A Claudia Sheinbaum le pasa lo mismo que a la precandidata al gobierno del Estado de México, Delfina Gómez. Son lo que son, gracias a lo que el presidente quiere que sean. No tienen vida, ni peso político propio. Están agarradas a la banda presidencial. En el momento en que su jefe cambie de opinión caerán al vacío sin posibilidad de levantarse.
Algo más sobre la mujer mexicana. Sobre esa que tiene puesto un delantal y vende tomates en los mercados. A esa que lava ropa en los lavaderos de las vecindades y zurce los pantalones gastados de sus hijos les gusta la verdad. Se defiende todos los días de la corrupción, del extorsionador, del que le arrebata la cartera o intenta violarla.
Esa mujer no puede sentirse representada por una política que evadió su responsabilidad por el colapso de la Línea12 del Metro. Que, en lugar de enfrentar a las víctimas, fue a llorar en el hombro del presidente para que la defendiera ante la opinión pública y la sacara del problema. Los muertos le preocupaban a #EsClaudia sólo porque obstaculizaban su camino rumbo a la Presidencia de la República.
Es fría, ambiciosa, el poder la electriza. No siente, políticamente es frígida. Es más dogmática e intolerante que López, aunque también inexperta y sin habilidad política. Su dependencia psicológica y emocional la perfilan para ser la perfecta marioneta de un maximato.
Sheinbaum apuesta a su lealtad absoluta y a la cercanía familiar y sentimental que tiene con López Obrador para ser la elegida. Pero, al presidente se le están descomponiendo los escenarios de la sucesión. Mas que lealtad va a necesitar de otra cosa. De que no se le caiga el gobierno y alguien impida llevarlo ante la justicia.
¿De qué otra forma puede explicarse su obsesión por entregar cada vez más poder a los militares?
Así que #EsClaudia puede convertirse en #EsClaudio, el emperador que fue envenenado.
@BeatrizPagés