Veinticuatro horas después de la apoteósica contramarcha, el gobierno entró en estado de emergencia.

Si bien, la reforma electoral del presidente ya está muerta, su Plan B también huele a funeral. De ahí, la decisión del coordinador del grupo parlamentario de Morena, Ignacio Mier, de aplazar la votación para el martes de la próxima semana.

El régimen comienza a resquebrajarse y el presidente lo sabe. Por eso la necesidad de organizar una marcha, una farsa populista y demagógica organizada por un caprichoso mandatario que se niega a aceptar la realidad.

Desde el Zócalo —y en respuesta a supuestos espontáneos— aventó la culebra: “¡No a la reelección, que somos maderistas!”. Lo cierto, es que el multimillonario y cínico acarreo era para dar un claro mensaje: cueste lo que cueste, tenga que recurrir a lo que tenga que recurrir, impondré el triunfo de Morena en el 2024.

En el templete del Zócalo no había un Jefe de Estado. Era el autócrata demagogo, el merolico de aldea, imponiendo la versión de un país inexistente. Era la mala caricatura de un Díaz Ordaz, un Luis Echeverría o un López Portillo tratando de ocultar el desastre nacional con verdades a medias, mentiras completas y cifras opacas.

López Obrador ordenó meter mano a las arcas públicas para arrastrar hambre y pobreza a la marcha. Era el César romano estrellando sobre el cuerpo del macilento el fuete de la amenaza y la extorsión para que las masas llenaran la plaza pública y gritaran loas al emperador.

La noche del 27 de noviembre —ya en la soledad—, parado frente a un espejo y con la “corona” vencida tuvo que haber reconocido su fracaso. Que la suya no fue una marcha ciudadana, sino burdamente fabricada, hechiza e ilegítima, sin alegría ni pasión, donde hubo miedo, sumisión y fingimiento.

Pese a la calidez del sol, los nubarrones cubrieron la Plaza de la Constitución cuando a miles de kilómetros del centro político del país, el coordinador del grupo parlamentario de Morena en la Cámara de Senadores, anunciaba que buscaría ser candidato a la Presidencia de la República por la oposición.

La noticia —lo quiera o no reconocer López Obrador— representa el peor cisma de su movimiento. Pone en evidencia el declive de su proyecto político. Implica el inicio del desgajamiento de Morena y la atomización de un seudo partido que difícilmente mantendrá su unidad si Monreal logra ser candidato a la Presidencia.

En el Zócalo ya no estaban los 30 millones que votaron por él. Los arrepentidos, los decepcionados, las víctimas de su régimen ya forman parte de la “marea rosa”. El temprano abandono del acto, los espacios vacíos, el hartazgo por un discursos trillado y repetitivo, dejó ver la soledad de un rey que sólo sueña con ser rey.

López Obrador ha logrado construir la narración de un país ficticio que solo existe en su imaginación. La contramarcha le puso la verdad en frente: ya no eres, lo que un día, creíste ser.

Exdiputada

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