Por: Luis Pereda

La primera defensa en contra de un mal gobierno es la memoria.

Recordar las acciones u omisiones que le dieron notoriedad a un presidente en los momentos más simbólicos de su administración, así como la reacción de aquellas personas que integraron su primer círculo, ayuda a anticipar, con algún grado de certeza, lo que su delfín hará.

Iniciar el sexenio en jetta blanco y terminarlo en suburban blindada, algo dice. Destruir de un plumazo programas de gobierno creados bajo el sello de otras administraciones y sustituirlos por cajas de cartón, algo dice. Designar en importantes cargos públicos a personas con cero experiencia en la responsabilidad asignada, algo dice. Solapar la corrupción de los propios pero desgañitarse por la corrupción ajena, algo dice. Confundir los gustos personales con políticas públicas, algo dice. Meter a los militares a las oficinas públicas, desde aeropuertos hasta agencias turísticas, pasando por el negocio de las medicinas, la aviación y la obra pública, algo dice. Revelar desde el estrado del poder público los datos personales de reporteros incómodos, algo dice. Desvivirse por hacer saber que en la detención del Mayo no tuvieron nada que ver las autoridades mexicanas, algo dice.

Sin duda el sexenio recién concluido será muy difícil de olvidar, por razones diversas. Y aunque el pasado vive en el pasado, sus consecuencias salpican el presente y anticipan el futuro. Por ejemplo, que la nueva persona titular del Ejecutivo Federal integre a altos funcionarios de la administración anterior en la titularidad de las secretarías de la Función Pública, Gobernación, Hacienda, así como la Coordinación de Asesores y la Unidad de Inteligencia Financiera, algo dice. Que la nueva titular del Ejecutivo Federal retome el mismo ejercicio de comunicación mañanero, para similares propósitos, algo dice. Que adopte como propios a los mismos adversarios de su antecesor, algo dice.

Por supuesto, al inicio será fácil maquillar la realidad utilizando las tácticas de distracción y defensa ya conocidas: “la víctima soy yo”, “antes robaban más”, “es que el neoliberalismo”, “no contestó la carta”, etc., pero con el tiempo, de nueva cuenta, las verdaderas marcas de nacimiento se mostrarán a flor de piel y el demócrata se mostrará demócrata, el déspota se mostrará déspota y el autoritario se mostrará autoritario. Dicen que el poder no cambia a las personas, simplemente las muestra como realmente son.

Y frente a todo ello estamos las y los ciudadanos. Los que no ejercen ni cargos ni presupuestos públicos. Los que vivimos al día, nos preocupamos por el precio de los alimentos, el vestido, la renta, los útiles escolares, la salud, el transporte, la educación de los hijos, la seguridad pública… y tener un buen gobierno.

El escrutinio ciudadano hacia el ejercicio del poder público debe de ser constante, de lo contrario, un día cualquiera, dejaremos de vivir en una república, representativa, democrática, compuesta por estados libres y soberanos. Dejaremos de ser ciudadanos y comenzaremos a ser vasallos; y lo peor, habremos sido nosotros los que empoderamos a nuestros captores.

La primera defensa en contra de un mal gobierno es la memoria, que la nuestra no sea corta.

P.d.: Que al presidente del Senado le dé lo mismo presumir que circula en una moto, sin casco, por el carril exclusivo del transporte público o que orina en una coladera afuera de un baño público, algo dice.

Miembro del consejo directivo de la BMA

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