Por Jorge Sepúlveda
Hace unos días me encontraba manejando desde la Ciudad de México rumbo a la ciudad de Querétaro, por supuesto que era a plena luz del día, ya que hacerlo en penumbra es una actividad de alto riesgo, como tantas otras cosas que la incapacidad del gobierno nos ha dado como resultado de sus abrazos.
Durante el trayecto se presentó ante mí un bache de esos que nos hacen levantar del asiento. Milagrosamente logré esquivar aquella caverna que hubiera aniquilado la llanta y probablemente el rin de mi vehículo. El susto me sirvió para agudizar los sentidos y la mente. Lo cual me llevó a centrar mi preocupación en el precipicio jurídico que algunos vemos aproximarse en nuestro país.
Me refiero desde luego, a la inminente conclusión del periodo para el que fueron designados dos ministros de nuestra atacada Suprema Corte de Justicia de la Nación y las respectivas ternas que se enviarán al Senado para reemplazar a los ministros salientes. Ello en el marco del debilitamiento del Estado de Derecho dirigido desde el púlpito presidencial y la tónica con la que la más reciente designación se dio.
La sensación constante que me asalta (también nos han robado la tranquilidad) es el de estar en una delgada cornisa, con grandes posibilidades de caer en cualquier momento hacia un páramo yerto; uno donde impere el caos, la anarquía y la ley del más fuerte. Un lugar nada propicio para el crecimiento económico con equidad, el disfrute de libertades y la creación de empleos. Siempre me ha parecido claro el beneficio de vivir bajo un Estado de Derecho y en una sociedad en la que prospere quien se esfuerce, estudie y trabaje, pero aparentemente desde los otros datos de Palacio Nacional, ser aspiracional es incorrecto.
Mi primer postulado es que, para todas y todos para los que tuvimos la vocación de estudiar la carrera de Derecho (quizá con la excepción de los egresados del Centro Universitario Cúspide de México), es un reto cotidiano defender el respeto y el fortalecimiento del Estado de Derecho. ¿Cómo aspirar una convivencia y crecimiento económico sin reglas definidas y acatadas? Si no nos gobierna el Derecho, ¿qué queda? Al parecer la doctrina que anima a nuestro Presidente es la de “matanga, dijo la changa”.
Mi segundo postulado es el reto de defender el principio de la división de poderes y la independencia de ellos, especialmente la del poder judicial. Lo cual es complicado, por decirlo de alguna manera, cuando el 90% de los mexicanos desconoce la diferencia entre un ministerio público, un juez local y un juez federal. ¿Cómo explicar la importancia de lo anterior a las y los mexicanos de entre 15 y 25 años? Tenemos un gran reto, los jóvenes de hoy no parecen estar muy preocupados por la política, algunos explican esta indiferencia señalando que es porque no vivieron los 70s y 80s en nuestro país. Si no hacemos algo, volveremos a ese país.
Debemos conversar y sensibilizar respecto la trascendencia de la búsqueda de un equilibrio de poderes mediante una serie de pesos y contrapesos, mecanismo que tradicionalmente se ha basado en la existencia de tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que dependen uno del otro y que derivado de una reglamentación inicial en la constitución política de cada país, permite controlar la natural inclinación al abuso de la autoridad.
Una excelente oportunidad para la abogacía y estudiantes de Derecho se nos presenta en el horizonte cercano, pues los días 22, 23 y 24 de febrero estaremos precisamente en Querétaro celebrando el XIX Congreso Nacional de Abogados de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados, A.C. Estudiaremos, discutiremos y defenderemos este y otros muchos temas, junto con ministras y ministros de la Suprema Corte de Justicia, personas académicas, abogadas y abogados postulantes, personas juzgadoras y, los más importantes, jóvenes estudiantes. El futuro nos va en ello.
Miembro del Consejo Directivo de la BMA