La arquitectura y el urbanismo, ambas estrictamente vinculadas a un proceso creativo, estarán siempre supeditadas a la subjetividad del gusto del cliente.

Cuando se trata de una casa, de un edificio, de una unidad arquitectónica, la interacción es bipartita, es decir, entre dos personas físicas o morales. Al hablar del diseño de un barrio, de la reconfiguración de un subcentro urbano, de la concepción de un espacio público, la interacción es multidimensional y polifacética. En el primer caso se trata de una persona, de una familia o de una sociedad compacta; en el segundo se trata de cientos, de miles o de millones de personas quienes no sólo desean vivir en un mejor lugar y tener áreas comunes y de esparcimiento seguras y agradables para ellos y sus familias, sino que tienen todo el derecho a vivir en una ciudad tal y como lo dice el Artículo Cuarto de nuestra Ley General de Asentamientos Humanos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano.

Los estudiosos de las ciudades y quienes nos dedicamos al urbanismo, tenemos que involucrar como regla intrínseca de nuestros procesos creativos a la gente, a la ciudadanía, al usuario. Somos nosotros quienes guiaremos los destinos territoriales de la ciudad bajo una lógica de equidad social y de beneficio económico para la colectividad.

Pues bien, estoy seguro que durante muchos años hemos errado en la estrategia para crear adeptos y para convencer convencidos. Durante mucho tiempo, gran parte de nosotros hemos estado equivocados al pensar que tenemos que convencer al mandatario, al político y al gobernante para conseguir que la planeación territorial se lleve a cabo. Creo firmemente que el conducto para llegar gobernante es a través del ciudadano, de la gente. Por lo tanto, es a la ciudadanía a quienes nosotros, como planificadores urbanos, tendríamos que convencer y hacerles partícipes con suma claridad de nuestros proyectos para la ciudad. Ya luego, y “como cuchillo en mantequilla”, estas ideas permearán con suma fluidez hacia nuestros gobernantes y no solo veríamos la culminación exitosa de un proceso de diseño urbano sino que veríamos concretados y plenamente avalados al unísono, por la sociedad en general y por nuestros gobernantes, nuestras ideas y estrategias para lograr mejores ciudades.

Primero convencer a la gente y que ellos convenzan y exijan al gobernante. Eso es el garante de continuidad que todos queremos en nuestros ejercicios de planeación urbana.

Finalizo y parafraseo al inmortal Domingo García Ramos en su “todos tenemos la culpa”. El Frankenstein que nos amenaza es obra de todos nosotros, hallemos pues la fórmula, para que entre todos nosotros, construyamos las ciudades que queremos.


José Luis Llovera Abreu
Presidente de la Representación Estatal de la Asociación Mexicana de Urbanistas, AC en Campeche.
contato@amu.org.mx


 

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