Como suele suceder en Washington con los ciclos electorales tan cortos de la política estadounidense, ya estamos en plena especulación sobre la fortuna de ambos partidos – y del presidente- en las elecciones legislativas del próximo año. Y pocas variables hay tan relevantes con respecto a la interrogante de si el Presidente Joe Biden continuará beneficiándose de mayorías Demócratas en el Congreso después de esos comicios como la actuación y los patrones de participación y apoyo de votantes negros e hispanos en las urnas.
De por sí todo presidente estadounidense históricamente ha perdido escaños de su partido en las elecciones intermedias. Combinen este patrón con el hecho de que en el Senado solo el voto de la vicepresidenta le otorga la mayoría al partido del presidente y que en la Cámara de Representantes los Demócratas cuentan con apenas ocho escaños más que los Republicanos (se celebrarán tres elecciones especiales en noviembre, dos de ellas en distritos que estaban en manos de los Demócratas, con lo cual podrían llegar a diez de diferencia), el margen más estrecho con el que ha contado el Partido Demócrata desde la Guerra Civil , y el escenario es poco halagüeño para el presidente y la posibilidad de retener esa mayoría y el control en ambos recintos. Ahora a esto agréguenle el peso de los votantes negros e hispanos. No solo son una porción enorme y creciente de la base Demócrata, sino que su participación en elecciones intermedias tiende a ser menor que en las presidenciales y mucho menor que los patrones de participación de votantes blancos. Los votantes negros fueron determinantes en resucitar las aspiraciones de Biden en la primaria Demócrata el año pasado y junto con nuevos votantes hispanos, jugaron un papel decisivo para su victoria en la elección presidencial en estados bisagra del Colegio Electoral . Pero en semanas recientes, la administración ha enfrentado problemas que el próximo año podrían costarle caro electoralmente al presidente. Hace 15 días, la parlamentaria del Senado reventó la posibilidad de que los Demócratas lograsen incorporar cláusulas en materia de reforma migratoria, sobre todo para la legalización de millones de migrantes indocumentados, en su proyecto de ley de infraestructura que pretenden aprobar mañana a través del proceso de reconciliación. Esperaban incluirlo en el proyecto de ley porque la medida no está sujeta al umbral habitual de 60 votos para aprobar legislación en el Senado. Y la semana pasada, las imágenes del uso de violencia de la Patrulla Fronteriza contra migrantes y potenciales refugiados haitianos atizaron un fuego que ya ardía en la izquierda del partido desde hace meses con respecto a la política de inmigración de la Administración Biden.
Lo que ha venido ocurriendo en la frontera con México, particularmente en materia del paradigma estadounidense de refugio y asilo -a lo largo de la primavera y el verano primero con centroamericanos y ahora con haitianos- ha unificado a grupos pro-migrantes y de derechos civiles contra Biden de una manera sin precedente. La administración había continuado con el uso que le dio la Administración Trump a una disposición llamada Título 42, que permite la deportación acelerada durante una emergencia de salud como el Covid, para deportar a inmigrantes sin evaluar sus solicitudes de asilo. Este ya era un punto álgido para la izquierda. Sin embargo, el cabreo estalló con los videos e imágenes que vimos todos de la actuación de elementos montados de la Patrulla Fronteriza. El líder del Senado, Chuck Schumer, un legislador que en el pasado ha sido cuestionado por no apoyar plenamente intentos anteriores de reforma migratoria integral, criticó abiertamente al gobierno: “Insto al presidente Biden a que ponga fin a estas expulsiones y abandone la aplicación del Título 42 en nuestra frontera sur”. “No podemos continuar con estas políticas odiosas y xenófobas de Trump que ignoran nuestras leyes sobre refugiados”, remató. Pero el hecho de que los migrantes son haitianos y negros y están siendo deportados de regreso a un país hecho trizas derivó en que el caucus afroamericano en el Congreso y organizaciones cupulares afroamericanas del país pusiesen -en el contexto de un debate ya de por sí turbocargado con las acusaciones de racismo policiaco durante el último año- el grito en el cielo. “La crisis humanitaria que está ocurriendo bajo esta administración en la frontera sur refleja de manera repugnante algunos de los momentos más oscuros de la historia de Estados Unidos”, fustigó el presidente de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), Derrick Johnson. Un día después, casi todos los principales grupos de derechos civiles del país se unían a la NAACP en una carta que afirma que las promesas de campaña de Biden de una política de inmigración más humana “se están haciendo trizas ante nuestros ojos.”
Si bien en estos días la Casa Blanca ha ajustado las disposiciones para permitir el ingreso sobre todo de familias haitianas, Biden quedó arrinconado. Ha sido atacado desde la extrema derecha a lo largo de su mandato por los flujos migratorios que llegan a la frontera, por ser demasiado “blando” con la inmigración. El GOP buscará explotar este tema y narrativa trumpista cara a las elecciones intermedias de 2022, lo cual además explica por qué el presidente está determinado en evitar a toda costa incomodar a su homólogo mexicano con otros temas de la agenda bilateral que en esta coyuntura pudiesen poner en jaque la voluntad del gobierno mexicano de ayudar a cortar esos flujos migratorios hacia la frontera con EE.UU. Pero ahora también enfrenta la embestida que proviene de la izquierda, que argumenta que está siendo demasiado duro. El hecho de que la circunstancia actual en la frontera incluye a inmigrantes negros y no solo latinoamericanos hace aún más intratable el tema para la Casa Blanca. Los votantes negros, en particular, han sido durante mucho tiempo un bloque sociodemográfico Demócrata clave; los hispanos, crecientemente relevantes , abren interrogantes importantes para un partido que sigue sin saber del todo cómo conectar con ellos de manera sostenible. Y si bien algunos de éstos se inclinaron de manera relevante por Trump en las elecciones presidenciales de 2020, sobre todo en Florida y distritos fronterizos de Texas, un estudio de UCLA encontró que los enormes márgenes de Biden entre votantes hispanos jugaron un papel determinante para ayudarlo a triunfar en estados bisagra como Pensilvania y Wisconsin, dos estados con contiendas clave para el Senado en 2022. Su peso particular también se dejará sentir en otros estados competitivos que celebren elecciones para el Senado, incluidos Arizona, Georgia y Nevada. Y si bien para muchos votantes hispanos, sobre todo de segunda o tercera generación, el tema migratorio incide poco en cómo votan, para nuevos votantes hispanos y de la generación del milenio, más alineados con el ala progresista del Partido Demócrata que es la que se encuentra levantada en armas con las acciones en materia de política migratoria de Biden y que fueron clave en arrebatarle al GOP Arizona y Georgia, la migración, y sobre todo el tono del debate y la narrativa en torno al tema, sí que pesa.
El postulado de Marx de que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa, parece ser hoy el caso con la tragedia de una segunda administración Demócrata, al igual que la de Obama en su momento, debatiéndose internamente sobre cómo cuadrar un discurso y posiciones pro-migrantes con la realidad (en 2009 fueron Rahm Emanuel y Valerie Jarrett quienes pugnaron por no otorgarle un frente de ataque al GOP, aplicando políticas agresivas de control migratorio), sin entender que los controles migratorios jamás resolverán las causas estructurales de una crisis migratoria y que los Republicanos nunca se darán por satisfechos haga lo que haga la Casa Blanca: mueven hacia atrás las porterías, sacándole raja política, como lo están haciendo ahora, a los temas de seguridad fronteriza y la migración. Dado esto, la situación en la frontera se vuelve hoy mucho más problemática para la administración, y en frentes más amplios que los que prevalecían hasta antes de los flujos de haitianos cruzando el río Bravo . La elección para Biden es entre doblar la apuesta y cancelar lo más rápido posible un flanco de ataque del GOP cara a las elecciones intermedias u optar por una política menos restrictiva para apaciguar a la izquierda de su partido, pero que conlleva el riesgo de alentar mayores números de migrantes cruzando territorio mexicano. La decisión que tome la administración hablará mucho acerca de dónde están sus prioridades y cómo calibra el peso de estos bloques de votantes clave para sus aspiraciones el año que entra y en la elección presidencial de 2024, y ya no digamos las implicaciones que tiene para México y la agenda bilateral.