Parece que estamos en una encrucijada chovinista a ambos lados de la frontera México-Estados Unidos, en una espiral que podría tener profundas implicaciones para México camino a -y potencialmente después de- las elecciones presidenciales de 2024 en EE.UU. Los momentos de tensión en la relación bilateral, particularmente en temas vinculados a la seguridad o la soberanía, tradicionalmente tienden a favorecer a voces extremas en cada uno de nuestros países. Y me temo que estamos entrando de lleno a uno de esos momentos. El discurso alarmante -beligerante y preñado de nacionalismo rancio- y fuera de lugar del Presidente López Obrador en Veracruz este fin de semana pasado se da a la par de que crecientemente, el uso de la fuerza unilateral por parte de EE.UU para confrontar al narcotráfico operando desde territorio mexicano, sobre todo en materia de producción y trasiego de fentanilo, se está convirtiendo en uno de los pilares de la narrativa y doctrina en materia de política exterior del Partido Republicano.

Junto con un profundo antagonismo hacia todo lo que tenga que ver con China, antipatía por el argumento de que los intereses de seguridad nacional de EE.UU pasan por apoyar a Ucrania ante la agresión rusa, su rechazo a la migración y designar al narcotráfico mexicano como organizaciones terroristas internacionales por el papel que juegan en la epidemia de abuso de opiáceos en EE.UU, se afianza cada vez más la convicción de que la verdadera amenaza a la seguridad nacional proviene de la frontera con México. Y con ello, "bombardear México" -es decir, a los laboratorios, operaciones y propiedades del crimen organizado mexicano- se está consolidando como mantra Republicano, a lomo de las posturas y declaraciones de Donald Trump y ex funcionarios y colaboradores suyos -como su secretario de Estado, Mike Pompeo, o su procurador general, Bill Barr- y de algunos legisladores Republicanos.

Es más, les puedo apostar que en los debates de las primarias del GOP a partir de enero, habrá dos preguntas que se le formularán de cajón en los primeros debates a todos los precandidatos Republicanos: a) ¿está usted de acuerdo en designar a los narcotraficantes mexicanos como terroristas internacionales?; b) ¿está usted de acuerdo en usar de ser necesario de manera unilateral la fuerza militar en México para detener el flujo de fentanilo hacia EE.UU? Todos responderán que sí a ambas preguntas. Y si bien hay varias voces Republicanas sensatas en este momento, sobre todo proviniendo del presidente del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, el texano Mike McCaul, que advierten los peligros y efectos bumerán que encierran esas posturas y acciones, este tema es ya una especie de prueba del ácido para todos aquellos que buscarán rebasar a Trump en su partido por la derecha.

Para quienes en México persisten en postular que a nuestro país siempre le va mejor con un presidente Republicano que Demócrata, o para el presidente mexicano que claramente apuesta por su amigo, Donald Trump (sí, ése que cada vez que puede presume cómo lo dobló en las negociaciones en torno a la migración en 2019 o que ahora un día sí y el otro también declara que usará la fuerza para cortar el trasiego de fentanilo), les tengo dos mensajes: a) por mucho que les puedan gustar sus posiciones en materia de aborto, o posesión/portación de armas, o derechos y valores sociales, este ya no es el GOP de antaño. Es un partido dominado por la ultraderecha, sin espina dorsal, trumpizado y que volverá, como en 2016, a insertar a México de lleno en su narrativa de campaña, usando a nuestro país de piñata electoral; b) más vale que nos pongamos las pilas porque de regresar el GOP -con Trump o con un mini-me de Trump- a la Casa Blanca en enero de 2025, se nos viene un problema mayúsculo de política exterior y seguridad nacional.

México siempre ha tenido que jugar de manera cuidadosa en los procesos electorales estadounidenses, buscando no revelar sus preferencias partidista-electorales en los comicios de ese país. Las veces en que ha mostrado abiertamente sus cartas -Salinas con Bush padre y López Obrador con Trump- o se ha equivocado en la ejecución de su postura cara a los comicios -Peña Nieto con Trump y Clinton- nos ha costado mucho recomponer relaciones político-partidistas. En 2024 no puede ser distinto. México, su presidente (claro está, si es que le importa el legado que le deje a quien lo suceda), el gobierno, el Congreso, suspirantes y candidatos presidenciales, tendrán que ser, en la palestra pública, cuidadosos, neutrales y asépticos. Y si las reacciones del presidente ante todo esto buscan precisamente montarse sobre el síndrome “masiosare”, el nacionalismo antiamericano, como palanca electoral interna en México, es perentorio un atento aviso: antes, y sobre todo en la época pre-TLCAN, el anti-americanismo mexicano se daba cara a un EE.UU que básicamente pasaba de largo con respecto a su vecino al sur.

Hoy, recurrir al anti-americanismo ya no da los réditos políticos de antaño, como adivino que el propio presidente se dio cuenta con base en lo que arrojaron encuestas previas a su discurso del 16 de septiembre pasado cuando amenazó con responder en él al panel solicitado por EE.UU en materia de política energética. Pero además ahora, de articularse un anti-americanismo vocal desde el atril presidencial, como empieza a suceder, solo se empalmaría en el anti-mexicanismo de Trump (sí, también ese al que López Obrador se refiera como alguien que le “cae bien”) y trumpiano de la ultra derecha y de aquellos que sin ser necesariamente antimexicanos, recurren a esa fórmula porque les es política y electoralmente útil y rentable. El que el anti-americanismo y el anti-mexicanismo pudiesen enarbolarse al mismo tiempo a cada lado de la frontera en 2023 y 2024 cara a una contienda electoral presidencial simultánea ya en sí es preocupante. Que ello empate con la posibilidad de que un partido con un ala claramente antimexicana, espoleada además por los ataques ad hominem del presidente mexicano a algunos de sus legisladores y su llamado a votar en contra de esos congresistas en las elecciones, pudiese hacerse de la Casa Blanca el 5 de noviembre del próximo año, pone la mesa para un escenario poco halagüeño.

No obstante estas consideraciones, que no nos quede duda alguna. En función de los intereses nacionales y de seguridad de México, de su sociedad y de nuestra comunidad -documentada e indocumentada- en EE.UU, de la agenda con nuestro socio diplomático más relevante en el mundo -y mientras se exorcice al Partido Republicano o éste no sea recuperado por quienes sí creen en una democracia institucional y una sociedad abierta, tolerante, plural y diversa- es fundamental que los Demócratas, con o sin Joe Biden, se mantengan en el poder en 2024.

Pero de igual manera, y en el ínterin, adicionalmente hay que tener algo claro. La preocupación y presión por el tema del fentanilo es bipartidista. Y la Administración Biden ha mandado ya un mensaje diáfano en el transcurso de las semanas previas al discurso en Veracruz del mandatario mexicano: Washington tiene la intención y el interés de seguir cooperando con México, trabajando de la mano en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, pero si el gobierno mexicano no responde o persiste en ignorar el reto, empezará a tomar medidas por su cuenta. Y contrario a lo que pregona el presidente López Obrador, en la historia reciente de la relación bilateral, no es la confianza la que abona a y permite la cooperación; es la cooperación la que detona la confianza.

Consultor internacional; diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México