La metáfora de la Torre de Babel explica en gran medida lo que le ha sucedido en la última década a muchas sociedades alrededor del mundo -empezando con Estados Unidos e incluyendo a México- y las naciones fracturadas en las que ahora habitamos. Algo, repentinamente, salió terriblemente mal. Hay al menos tres fuerzas principales que han unido colectivamente a las democracias liberales exitosas: capital social (tejidos sociales extensos con altos niveles de confianza), instituciones sólidas e historias compartidas. El surgimiento y peso de las redes sociales ha debilitado a esos tres pilotes, constituyendo, sin duda, uno de los factores -ciertamente entre muchos otros- que han contribuido a esa fragmentación y polarización sociales e ideológicas en la esfera pública. Se trata de la ruptura, de todo y entre todos. El resultado es que hoy pareciera que todos estamos desorientados, habitando compartimientos estanco separados, incapaces de hablar el mismo idioma, de identificar lo que nos une y reconocer la verdad. Hoy estamos tribalizados, balcanizados.
Por ello, la decisión del magnate y emprendedor Elon Musk de buscar comprar Twitter ha desatado un vendaval de preocupaciones y de debate en torno a lo que ello implica, desde su decisión de impulsar la libertad de expresión por encima de todo hasta el potencial regreso de Donald Trump -expulsado (Musk discrepó con la decisión) después de su intentona sediciosa del 6 de enero de 2021- a la red social. Musk se presenta a sí mismo como un libertario, defensor de la libertad de expresión, decidido a tomar medidas enérgicas contra una gestión de Twitter que él cree modera el discurso hasta el punto de la censura y suprime ciertos puntos de vista políticos. Desde que Musk anunció que compraría Twitter el mes pasado, el multimillonario ha enviado tuit tras tuit describiendo sus planes para la plataforma, abordando todo, desde el combate a bots y nuevas funciones hasta actualizaciones de seguridad y monetización. La retórica de Musk ya ha generado algunas preocupaciones sobre cómo afectaría el enfoque de la plataforma para manejar el acoso y la mentira, desinformación y moderación de contenido y para hacerla menos tóxica. Pero la postura de Musk también podría crear nuevas incertidumbres para la plataforma sobre todo fuera de EE.UU, en donde está la gran mayoría de la base de usuarios de Twitter. Esto se debe a que las definiciones de libertad de expresión y las leyes que la rigen y controlan a menudo son y se perciben de modo muy diferente en otras partes del mundo, y que es poco probable que Musk haya dedicado siquiera un minuto a ponderar el complejo entorno regulatorio y político que enfrenta Twitter en el extranjero y cuánto estaría dispuesto a hacer para, por un lado, confrontar la presión y censura gubernamentales en algunos países y, por el otro, evitar que los ejércitos de bots de propaganda, desinformación, mentira y polarización -del Estado, de actores políticos o de otros países- sigan pululando en la red.
De todas las regiones del mundo, Latinoamérica pesa poco en el radar de Musk, pero éste poseerá y dirigirá una red social clave que define en buena medida su narrativa política. Mientras la mayoría de los usuarios en Latinoamérica recurren a Facebook para chatear con la familia, Instagram para compartir sus vidas y TikTok para hacer lo que sea que la gente hace en TikTok, WhatsApp y crecientemente Telegram son los principales foros de discusión entre ciudadanos de la región. Pero buena parte de la conversación política latinoamericana ocurre en Twitter y es ahí donde los políticos y la comentocracia se expresan, interactúan y se increpan. La discusión en Twitter impulsa gran parte del debate y la narrativa política en los medios tradicionales en casi todos los países de nuestro continente, incluso si bien muchos de los ciudadanos de la región no están en Twitter y el debate que ocurre en la plataforma no siempre es representativo de una región y de países tan heterogéneos. Pero es sin duda el principal teatro de batalla y de comunicación política en este momento y es probable que lo siga siendo durante al menos los próximos años.
Ahora que Twitter ha sido comprado por alguien que pugna por una posición absolutista de la libertad de expresión, el espacio de regulación y control de las redes sociales está a punto de ser sacudido, y esto podría tener consecuencias importantes en nuestra región, donde las redes sociales han sido usadas desde el poder -sea desde Brasilia, Ciudad de México o San Salvador- para manipular, desinformar y acosar. No es coincidencia que la adquisición de Musk fuera celebrada y aplaudida por Nayib Bukele vía su cuenta de Twitter y que Andrés Manuel López Obrador -que en su momento criticó que Trump fuese expulsado de la plataforma- haya declarado que espera que Musk garantice que no haya censura. Y es que en las últimas décadas, líderes latinoamericanos han edificado grandes redes de manipulación en redes sociales. Hugo Chávez construyó una de las cuentas de Twitter con el mayor número de seguidores en el mundo, y dejó un legado de censura, control y manipulación de las redes sociales que continúa hoy en Venezuela. En México, Enrique Peña Nieto recurrió a granjas de bots y botnets para manipular la narrativa pública; luego, López Obrador lo superaría con sus redes de bots hostigando 24 horas al día a sus críticos y opositores y operando a tope y con eficacia.
Musk opera a partir de una interpretación errónea, aunque generalizada, del reto de la libertad de expresión. La libertad de expresión que necesitamos en una democracia liberal de pesos y contrapesos requiere hoy, en el siglo XXI, niveles mínimos de civilidad y mecanismos básicos para validar lo que se dice, desde los atriles presidenciales y los micrófonos de radio y televisión hasta los teclados de computadoras y teléfonos móviles. No está claro que Musk entienda y comparta esta preocupación. Por el momento, parece que la “filosofía” de Musk es simplemente que la libertad de decir lo que sea, sin cortapisas, es lo más importante, sin comprender que en las redes sociales la libertad de expresión no equivale a la libertad de decir lo que sea, que las mentiras y las llamadas fake news se propagan más rápido que la verdad y que hay en ellas una tensión inherente entre lo viral y lo certero. Trump y Orban o, en el caso de Latinoamérica, Bolsonaro, Bukele y Lopez Obrador, siempre han entendido que una mentira potente es más atractiva y memorable que una verdad aburrida.
Musk ha dicho que está obsesionado con la verdad y que eso es lo que lo motiva al encarar el reto de encabezar una plataforma como Twitter. El problema sin embargo es, como apuntó Timothy Snyder en su libro “Sobre la Tiranía”, que el momento en el cual en una sociedad la verdad se vuelve oracular en vez de fáctica, la verdad y los datos duros se vuelven irrelevantes. El potencial efecto Musk en cómo se use Twitter en una región donde la desinformación y la mentira pululan sin mayor contrapeso y control en redes sociales es sin duda preocupante.