En una campaña calificada como la más negativa en la historia de Canadá, Justin Trudeau ganó la elección parlamentaria la semana pasada, pero perdió su mandato. Hace cuatro años, Trudeau prometió devolver a su país un futuro esperanzador y “soleado”, en contraste con el gobierno de Stephen Harper, un líder cínico, refractario y mezquino. Pero en esta reelección no hubo euforia, solo un suspiro de alivio, con su partido -el Liberal- perdiendo el voto popular pero manteniéndose en el poder por un estrecho margen sobre su rival, el Partido Conservador. La elección, que se convirtió en un referéndum sobre el primer ministro, estaba en manos de Trudeau y casi la pierde. Escándalos generados por acciones poco éticas y por fotografías divulgadas a pocos días de los comicios (con Trudeau en disfraz con el rostro pintado de negro) acabaron por minar la imagen del mandatario. Pero tuvo la fortuna de enfrentarse a una oposición chata, insípida, falta de imaginación y encabezada por un líder socialmente conservador, Andrew Scheer, que fue incapaz hasta de formular y articular posturas torales para él en materia de aborto y matrimonio igualitario. Pero eso no esconde el hecho de que al primer ministro le fue como el cohetero. Fue vapuleado en Quebec y con el voto progresista -que había aplaudido su plataforma contra el cambio climático- cuando decidió proseguir con el proyecto del gasoducto Trans-Mountain. Y eso no le sirvió tampoco de gran cosa: la promesa de Scheer de eliminar el impuesto sobre emisiones de carbono, una medida impopular de Trudeau en las provincias occidentales del país, la región productora de petróleo y gas, le arrebató todos los escaños ahí, si bien enajenó a votantes en las zonas suburbanas densamente pobladas de la provincia de Ontario, que fue la clave para que los Liberales se mantuvieran en el poder. Y muchos de los escaños que perdió el Partido del primer ministro no fueron a dar a manos de los Conservadores, sino al Bloc Québécois, de tendencia separatista. Trudeau logró arañar la victoria porque pudo retratar al conservador Scheer como una amenaza a la política social y a los servicios que provee el Estado. Con la mayoría de los votantes decantándose por otro partido, un Trudeau magullado gobernará a un país dividido, encabezando a un gobierno de minoría y dependiente del apoyo -à la carte y tema por tema- de por lo menos uno de los partidos de oposición.

En su siguiente capítulo como primer ministro, Trudeau tendrá que redefinir su marca política, la cual ya no puede solo descansar en el hecho de que representa una cara fresca, joven, idealista y menos reumática de la política. Y en este nuevo capítulo, hay tres temas en particular y que trascienden el ámbito meramente canadiense que considero importante destacar.

Primero, la victoria del Partido Liberal en Canadá es una señal alentadora de que un candidato sí puede ganar con posturas a favor de la mitigación del cambio climático y el calentamiento global. La derrota de Scheer subraya una nueva realidad política en Canadá (y ojalá en otras partes del mundo): se antoja casi imposible que en el futuro cualquier partido canadiense acceda al poder sin una estrategia integral en materia de mitigación de carbono. El cambio climático, la energía y las recetas de política pública a esos retos seminales para el mundo fueron el tema más determinante de la elección y de la intención de voto de los canadienses. Pero en un país vasto, frígido, que aún depende en gran medida de energías fósiles, cómo y qué tan profundamente impulsar una agenda verde seguirá siendo política y regionalmente polarizante. Jagmeet Singh, líder del Nuevo Partido Democrático -a la izquierda y el aliado parlamentario previsible del gobierno con sus 24 escaños- demandará acciones más enfáticas contra el cambio climático. Pero las provincias occidentales seguirán rechazando muchas de estas posturas, y el sector energético del país, que aún descansa en recursos no renovables y energías fósiles, representa el 11 por ciento del PIB canadiense y emplea al 4.4% de la fuerza laboral de la nación. Se va a requerir mucha destreza política -táctica y estratégica- para mantener a Canadá en la ruta correcta como un líder en combatir el cambio climático y a la vez no antagonizar aún más a las provincias occidentales (en Alberta han surgido

voces a favor de la secesión), en momentos en que los precios del petróleo y gas natural, junto con más restricciones en construir gasoductos, han deprimido la economía -en la antesala de una potencial recesión global- en las provincias occidentales.

Segundo, la reelección de Trudeau es, en términos generales, una buena noticia para el sistema internacional basado en reglas y para el continente americano en particular. En momentos en que a la Administración Trump le importa un bledo la región y tanto Brasil como México se han auto-aislado con su particular visión de política exterior, el liderazgo canadiense en una multitud de temas -refugiados, cambio climático, no proliferación y la fe en el multilateralismo- puede ser un bálsamo en momentos volátiles y fluidos -y de vacío- en las Américas y el mundo.

Y tercero, la victoria de Trudeau fue una campanada de muerte para la incipiente extrema derecha canadiense -el Partido Popular de Canadá- y un alivio para quienes vemos en Canadá al único gobierno liberal, progresista y cosmopolita de los tres que hoy gobiernan en Norteamérica. Su líder, el parlamentario conservador Maxime Bernier, ex ministro de exteriores con Harper, adoptó el tono y la sustancia antiliberal y del nativismo xenófobo trumpiano, atacando al multiculturalismo, prometiendo restringir la migración y cuestionando los datos duros y la ciencia que postulan el calentamiento global. Formado hace un año, el partido no obtuvo un solo escaño, ni siquiera el del propio Bernier.

Tan solo en 2015, el carisma y las credenciales progresistas de Trudeau parecían retratar a cabalidad la cara que los canadienses querían dar al mundo. Pero hoy ese simbolismo y optimismo han dado pie a la preocupación que se cierne sobre la economía canadiense. Y si bien es cierto que la victoria de los Liberales es una señal alentadora, el primer ministro tendrá que hilar mucho más fino en los meses y años por venir para blindar a Canadá como el faro multicultural, progresista, internacionalista y abierto que es hoy.


Consultor internacional

Google News

TEMAS RELACIONADOS