Después de dos semanas de extraordinarias sesiones públicas, doce testigos, mucho grito y sombrerazo y decenas de tuits furibundos del presidente, las siete audiencias de investigación para un juicio político de destitución por parte del Comité Selecto de Inteligencia de la Cámara de Representantes de Estados Unidos en contra de Donald Trump concluyeron el jueves pasado con tres saldos notorios. El primero son las pruebas contundentes e irrefutables acerca del uso faccioso del poder y la diplomacia por parte del presidente en el caso de Ucrania.

Segundo, se ha ahondado la determinación de los Demócratas en la Cámara de proceder con la destitución del presidente. Y tercero, y quizá el más palmario e inequívoco de ellos, es la construcción de un muro Republicano tan imponente como infranqueable alrededor del presidente, y cuyos cimientos son -en esencia- que la realidad se joda, no importa cuán condenatorias sean las evidencias, y que Trump tiene el poder de hacer lo que quiera, incluso si parece inapropiado e incorrecto o es llana y sencillamente ilegal. El puñado de legisladores del GOP que hace unas semanas se pensaba podrían llegar a romper con él, criticaron su conducta pero ominosa y predeciblemente han señalado que seguramente votarán en contra de su destitución porque estiman que las acciones del mandatario no rebasan el umbral que la amerita.

Los datos que arrojan encuestas recientes se ciñen mucho a la radiografía que emana de las audiencias. La encuesta de ABC/Ipsos muestra que una mayoría de estadounidenses -70%- considera que la petición de Trump a su homólogo ucraniano de investigar a Joe Biden y a su hijo estuvo mal, y 51% opina que debería ser destituido, un porcentaje que no se ha movido gran cosa a lo largo del otoño. Pero en paralelo, la aprobación de Trump recuperó algo del terreno perdido desde que Pelosi (quien se dilató en acceder a iniciar el proceso precisamente por estas razones https://www.eluniversal.com.mx/opinion/arturo-sarukhan/siete-dias-que-sacudieron-washington) anunciara que la Cámara iniciaría la investigación: un promedio de encuestas de RealClearPolitics revela que su aprobación es de 44.4%, el punto más alto de toda su gestión con excepción de mayo de este año. En una encuesta Gallup divulgada el miércoles pasado, 43% aprueba la gestión de Trump, 2 puntos porcentuales más que la misma encuesta a fines de octubre; su desaprobación cayó de 57 a 54%. A pesar de estos números, 69% dice no haber tomado una determinación de si el presidente debe ser removido del cargo o no.

Son estos números los que explican por qué el liderazgo Demócrata del Congreso, como aquel que investigó el escándalo Watergate hace más de 45 años, recurrió a la televisión para aportar transparencia y dignidad a la investigación de un juicio político. Pero esta vez, a diferencia de entonces, es más difícil que la estrategia funcione.

Hoy están ausentes dos elementos cruciales de esas audiencias: el papel de los medios y el bipartidismo. El 17 de mayo de 1973, los televidentes estadounidenses encendieron sus televisores con ansiosa anticipación. El comité para el caso Watergate del Senado tenía un objetivo declarado ese verano: dar con los hechos, o como el senador Howard Baker famosamente le preguntó a John Dean, consultor jurídico de la Casa Blanca: "¿Qué sabía el presidente y cuándo lo supo?”. Entonces los estadounidenses podían elegir entre cuatro estaciones (CBS, NBC, ABC y televisión pública) para ver el drama. Pero éstas decidieron conjuntar esfuerzos y se comenzaron a rotar la cobertura. Sensibles a las aseveraciones de la Administración Nixon de que los noticieros se habían vuelto elitistas y sesgados, la cobertura enfatizó la idea de

que los televidentes tomaran sus propias decisiones en lugar de dejarse influir por la editorialización de los medios.

Con Watergate, la televisión ayudó a cultivar el compromiso cívico. Después de haber sufrido acusaciones de cobertura parcial de los eventos más controvertidos del día (derechos civiles, la guerra de Vietnam, protestas estudiantiles) por parte de la izquierda y la derecha, las redacciones enfatizaron la importancia de la participación pública. El presentador de televisión pública Jim Lehrer explicó el primer día de las audiencias: “Creemos que es importante que usted tenga la oportunidad de ver todo y hacer sus propios juicios.” Los estadounidenses también vieron a Republicanos y Demócratas unir fuerzas para evaluar la evidencia, en lugar de anotar puntos partidistas.

Las audiencias también ayudaron al Congreso a reafirmar su relevancia y autoridad en un momento en que la cobertura de los medios había sido dominada por la Casa Blanca. Los miembros del Comité de Asuntos Judiciales se convirtieron en celebridades, recibiendo cartas y llamadas con consejos sobre qué ponerse para la televisión y hasta propuestas de matrimonio. El líder de la mayoría en el Senado, Mike Mansfield, concluyó que la televisión se sumó a la seriedad del proceso: la cobertura trajo integridad y confianza pública al proceso, escribiría.

Qué diferencia con el cuadro que en estos tiempos arroja la balcanización mediática vía noticias en cable, plataformas digitales y redes sociales, y con televisoras que funcionan descaradamente -el caso de Fox News- como medios del régimen. Hoy Fox le garantiza una red de protección a Trump que Nixon jamás tuvo. Es más, una investigación de la Universidad de Stanford sugiere que sin el efecto Fox News, la proporción del voto a favor del GOP hubiese sido 0.46 puntos porcentuales más bajo en 2000, 3.6 en 2004, 6.3 en 2008 y 2012 y 9.6 más bajo en 2016. Estos días, millones de espectadores pueden estar mirando el mismo evento al mismo tiempo, pero la forma en que lo están viendo -y los filtros a través de los que lo hacen- han cambiado. Hoy, las posibilidades de que las audiencias generen consenso o incluso una narrativa común se están desvaneciendo rápidamente. Es mucho más probable que refuercen la polarización que alimenta esta crisis en primer lugar. Y los datos duros sobre el proceso de audiencias públicas evidencian el reto que tendrán los Demócratas en mover la aguja de las percepciones de los votantes estadounidenses, sobre todo porque la apuesta fue que éstas inclinasen la balanza de la opinión pública inequívocamente a favor del proceso de destitución.

El arranque de las audiencias en su primer día generó menos interés que otras audiencias relevantes en lo que va de la administración Trump. El primer día generó 13.8 millones de televidentes en vivo, contra los 19.5 millones que vieron, por ejemplo, el testimonio del ex director del FBI James Comey en 2017; los 16 millones de la audiencia del ex abogado de Trump, Michael Cohen; o los 20 millones de la audiencia sobre el ahora juez de la Suprema Corte, Brett Kavanaugh. Fox fue la cadena más popular tanto durante el primer día como en los momentos más álgidos de las audiencias, con 2.9 millones de televidentes (57% más de lo que registró CNN, por ejemplo), los cuales además escucharon opiniones muy distintas a las prevalecientes en todos los demás canales. En redes sociales hubo 7 millones de interacciones, por encima de las registradas durante el testimonio del fiscal especial Robert Mueller pero menos de las que generó la audiencia de Comey y muy por debajo del caso Kavanaugh (18 millones). Si bien aquellas fueron eventos de un solo día, el que muchas personas tengan ideas preconcebidas a favor o en contra del proceso de destitución

ciertamente muestra el reto que tienen los Demócratas en usar estas audiencias para establecer, en la corte de opinión pública, un caso contundente en contra de Trump, más allá de los testimonios en sí mismos demoledores presentados en ellas.

El apoyo Republicano a Richard Nixon se colapsó porque la mayoría de los estadounidenses compartían básicamente las mismas fuentes de noticias y habitaban un entorno político similar, con traslape ideológico. Y en resumen, los hechos sí importaban entonces. Y a diferencia de Nixon, o de Bill Clinton, Trump tiene frente a sí -después del voto a favor de la destitución y su previsible exoneración en el Senado- una campaña de reelección. Con el cierre de las audiencias públicas, la Cámara de Representantes no volverá a sesionar hasta el 3 de diciembre, cuando toque ahora al Comité de Asuntos Judiciales empezar a redactar los artículos de destitución política del presidente con objeto de votarlos en algún momento a mediados del mes. De cara a ese momento, ¿logrará el Comité mantener el momentum adquirido estas dos semanas previas? Y más importante aún, ¿importará al final para motivar a votantes indecisos o independientes a abandonar a Trump en las urnas en noviembre próximo? Para los Demócratas, el peligro es que los votantes concluyan que están tan centrados en las presuntas fechorías del presidente que han perdido de vista los problemas más apremiantes para el país, como la cobertura médica. Y para Trump, el peligro es que estas semanas -y las que vienen- propicien que votantes independientes que le dieron el beneficio de la duda en 2016 decidan que realmente hay fondo en las acusaciones formuladas contra él. Las encuestas muestran que un pequeño subconjunto de partidarios del presidente respaldaba el inicio de una investigación de juicio político; no necesariamente respaldan su destitución, al menos no todavía. Pero si esos votantes comienzan a desgranarse, podrían marcar la diferencia en varios de los estados en los que Trump le ganó a los Demócratas con márgenes sumamente estrechos. No cabe duda que con la apuesta Demócrata por la destitución, se viene un camino largo, incierto y potencialmente traicionero.

Consultor internacional

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