Los miembros del grupo difieren profundamente. Brasil, India y Sudáfrica son democracias. Rusia y China no lo son. Rusia, China e India poseen armas nucleares; Brasil y Sudáfrica no. China y Rusia son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU; India y Brasil aspiran a serlo. China e India han estado enfrascados en una disputa limítrofe territorial durante décadas. Brasil y Rusia exportan productos básicos; China los importa. La economía china es más grande que todas las demás juntas. Y es que el acrónimo original “BRIC”, que hoy agrupa a estas cinco naciones, fue acuñado en 2001 por el economista de Goldman Sachs, el británico Jim O'Neill, como una medida de marketing para resaltar oportunidades de inversión en las economías de rápido crecimiento que, según predijo, dominarían colectivamente la economía mundial en 2050. Pero a partir de 2009, instados en gran medida por Brasil, que concebía esa alineación como una oportunidad geopolítica formal para destacar su liderazgo en el llamado “Sur global” y aprovecharlo para su objetivo más importante en materia de política exterior, obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, las cuatro naciones BRIC originales empezaron a concebirse a sí mismas como un bloque geopolítico para coordinar posturas y políticas multilaterales. En 2010 invitaron a sumarse a Sudáfrica (y por ende la adopción de la S en el acrónimo) como representante africano, consolidando con ello su perfil como un bloque alternativo al llamado Occidente geopolítico. Pero ello a la vez también desdibujó las promesas económicas del bloque e hizo que se topara con las duras realidades de lo que realmente une y separa al grupo. En 2015, Goldman cerró su fondo BRIC y tres años después, el semanario británico The Economist inquiría, “¿A alguien todavía le importan los BRIC?”
Hoy, si de cobertura mediática y fluidez y cálculo geopolíticos en el sistema internacional se trata, pareciera que la respuesta preliminar en este momento es que sí importan. En medio de la guerra desatada por Rusia en Europa y el ostracismo a Putin (quien no pudo viajar a Johannesburgo a la cumbre BRICS celebrada ahí la semana pasada por la orden de arresto en su contra por crímenes de guerra y de lesa humanidad girada por la Corte Penal Internacional) y el creciente pulso entre China y Estados Unidos, hoy los BRICS han vuelto a apostar por su relevancia geopolítica y su visión de corregir los errores percibidos de un sistema global que favorece a Occidente liderado por EE.UU. Con la cumbre y la decisión de ampliar el bloque invitando a Argentina, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y, sobre todo, Irán, los BRICS dan un paso en esa dirección. Pero las cuatro naciones fundadores del bloque BRIC están divididas sobre las perspectivas de expansión. Mientras que China y Rusia ven la incorporación de nuevos miembros como una manera de crear un polo que confronte de manera más decidida a EE.UU, Europa y Japón y una forma de compensar una OTAN revigorizada por la agresión rusa, esa expansión transita menos para Brasil e India que buscan no ser percibidos en Washington necesariamente como antagónicos.
La cumbre sin duda pone de manifiesto que Beijing parece haber sido particularmente exitoso en dar forma a la agenda y discusión ahí. Gran parte del lenguaje de la declaración de líderes refleja posiciones chinas. En ella se hizo un llamado reiterado a la reforma de organismos internacionales para dar más poder a países en desarrollo. Una de estas demandas es una reforma de las instituciones de Bretton Woods, el Banco Mundial y FMI. El llamado a la reforma incluye una demanda explícita de “un papel más importante para los mercados emergentes y los países en desarrollo, incluso en posiciones de liderazgo”, según la declaración. Tradicionalmente, el presidente del Banco Mundial ha sido un ciudadano estadounidense, mientras que el director gerente del FMI ha sido europeo (claro, poco importa ahora que cuando México postuló a Agustín Carstens para el FMI, fue precisamente Brasil con Lula el que se opuso con todo porque se trataba precisamente de México). La declaración también instó a una “reforma integral” de la ONU, que Beijing considera central para la gobernanza global. Una de las reformas exigidas fue la del Consejo de Seguridad de la ONU, que debería “aumentar la representación de los países en desarrollo”, según la declaración. No hay duda que después de décadas de dominio del mundo Occidental sobre las instituciones globales, China está intentando crear un contrapeso real al G7 y construir un club que, según algunas medidas de poder económico, pondría al mundo patas arriba. El tamaño del nuevo grupo de 11 países articulado en torno a los BRICS deja en la sombra al G7. Excluyendo a la UE, que está clasificada como miembro nominal del G7, el grupo de democracias avanzadas representa sólo el 9.8 por ciento de la población mundial y el 29.8 por ciento del PIB mundial, calculado con base en la paridad de poder adquisitivo. El nuevo grupo BRICS plus, por el contrario, representará el 47 por ciento de la población mundial y el 37 por ciento de su PIB. El nuevo grupo también posee la mayor parte de las reservas mundiales de petróleo y gas, así como una enorme dotación de otros recursos naturales y minerales críticos. Y agregar a Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos es una clara muestra de la ambición de China de desafiar la influencia estadounidense en Medio Oriente, una región que Beijing considera cada vez más vital.
Por ello, hay que leer las claves de la Cumbre BRICS de Johannesburgo en el contexto de la invasión rusa de Ucrania y el recalibramiento estratégico de Washington ante Beijing. La Administración Biden ha estado construyendo alianzas regionales a la medida, desde el llamado I2U2 (India, Israel, Emiratos Árabes Unidos y EE.UU), hasta el llamado Quad de seguridad de Asia-Pacífico conformado por India, Australia, Japón y EE.UU. Cuando la guerra en Ucrania termine, será en el contexto de un orden mundial más sutil, complejo y fluido -y preñado de oportunidades y peligros- que el de febrero de 2022, previo a la agresión rusa. El mundo ha llegado a un nuevo momento de construcción del orden internacional, no muy diferente al de la era posterior a la Primera Guerra Mundial. El equilibrio global de poder está cambiando; la unipolaridad de la post-Guerra Fría está dando paso a un sistema internacional multipolar, y aún no está claro si las democracias que construyeron el orden internacional liberal continuarán, en el largo plazo, apoyándolo y defendiéndolo (solo hay que ver el debate sobre Ucrania al interior del Partido Republicano y las posturas de Trump con respecto a la OTAN). La pandemia de COVID y la debacle económica que produjo han garantizado que la salud global haya pasado a ocupar un lugar destacado en la agenda internacional. La salud pública se suma a una serie de otras cuestiones (incluido el cambio climático, la ciberseguridad, la inteligencia artificial y la desinformación) que dejan clara la necesidad de ampliar las concepciones tradicionales de seguridad y explorar nuevos caminos hacia la cooperación internacional. Puede que el BRICS plus no sea lo suficientemente grande o fuerte en sí mismo para dar forma a ese debate y nueva arquitectura, pero Johannesburgo subraya que su ambición es aumentar su relevancia, y la hiperactividad geopolítica de algunas de las naciones que conformen este bloque ampliado lo hará a su vez más impredecible.
No obstante, también es menester aquí un toque de realidad. Si de inclusión y visiones holísticas para la gobernanza global se trata, habría más bien que fortalecer al G20, en el cual se encuentran muchos de los BRICS, más otros, más Occidente. Y el impulso expansivo de Beijing corre el riesgo de exponer divisiones y contradicciones entre los miembros de los BRICS con respecto al perfil, el propósito y los objetivos del grupo. Los BRICS siguen siendo una estructura superficial e informal, carente de cohesión u objetivos comunes. No estoy seguro de que haya algo que una a estos países aparte del hecho de que hace 20 años todos eran economías en desarrollo. Si bien la sensación de que después de décadas de jugar con las reglas de Occidente la era del “Sur global” está comenzando puede ser suficiente para darle tracción, los BRICS originales y los nuevos miembros tienen intereses muy diferentes y en algunos casos divergentes. Algunos de los principales actores en la cumbre BRICS -India en particular- no tienen el menor interés en permitir que el bloque pase a formar parte de un “club” chino. Por su parte, China, a pesar de su discurso, en privado se opone a que India, su vecino y una potencia militar regional, logre su anhelado objetivo de convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Los BRICS pueden ampliarse, pero es poco probable que logren mucho como bloque en el corto y mediano plazos más allá de gestos simbólicos. Hay, por el momento, mucho ruido pero pocas nueces.
¿Y qué decir a manera de pie de página sobre México? La decisión de la cancillería mexicana de declinar la invitación a participar en la cumbre y en la expansión misma de los BRICS fue la correcta (nuestra apuesta debe seguir siendo, en la medida que Trump no regrese al poder, norteamericana). Pero el contexto en el que ésta se dio vuelve a recordarnos -con la enorme fluidez, oportunidad y riesgo prevalecientes en el sistema internacional- lo que está en juego con el magro alcance, apetito y peso de nuestro país, con la política exterior más rala, chata y sin brújula o apetito estratégico en generaciones, con un presidente que le ha dado la espalda al mundo, que ha eviscerado al servicio exterior y a los recursos para la diplomacia mexicana y que ningunea las relaciones internacionales y nuestra política exterior.