Durante los últimos dos años y desde que se convirtió en candidato presidencial, Joe Biden venía propugnando un mensaje de bipartidismo que generó muchos anticuerpos con Demócratas progresistas y más jóvenes. La retahíla de quejas no cesaba: es demasiado viejo, ha estado en Washington demasiado tiempo, no refleja las nuevas realidades ideológicas de su partido, no entiende cómo ha cambiado el Partido Republicano. Pero Biden insistió obstinadamente en que podía aprobar proyectos de ley con apoyo bipartidista, y lo hizo. Aprobó legislación para estimular la economía, construir nueva infraestructura, financiar la producción de semiconductores y programas de salud para los veteranos, imponer mínimos de regulación a la venta de armas y reducir los precios de medicamentos recetados y las emisiones de gases de efecto invernadero. No ha obtenido todo lo que quería, pero su presidencia ya es -desde un baremo legislativo- sin duda exitosa.

Ahora con las elecciones intermedias a la vuelta de la esquina, Biden ha dado finalmente un giro hacia un tono más combativo. La edad puede deteriorar el cuerpo pero en ocasiones libera la lengua. Su discurso del 1 de septiembre en Filadelfia fue caracterizado por la Casa Blanca como un esfuerzo por preservar “el alma de la nación”, pero en realidad fue una arenga oportuna y más que justificada de preocupación y rabia por lo que se ha convertido el Partido Republicano. El presidente finalmente les está diciendo a los Demócratas y a muchos otros, incluyendo a un puñado -en extinción, ciertamente- de Republicanos lo que querían escuchar: Donald Trump y los suyos que abrevan del MAGA (“hacer a América grande de nuevo”) representan un extremismo que amenaza los cimientos mismos de la república; “¿De qué lado estás?”, preguntó Biden al electorado, con el marcado maniqueísmo que solía evitar en favor de la bonhomía entre partidos. Esa caracterización se dio solo unos días después de que Biden describiera el dogma de MAGA como “semifascismo”. A la vez, el presidente enfáticamente buscó trazar una raya al hacer hincapié en que “no todos los Republicanos, ni siquiera la mayoría de ellos, son Republicanos MAGA; no todos suscriben esa ideología extrema”. Y el 11 de septiembre, durante los actos en memoria de los atentados terroristas de 2001, Biden subrayó la obligación de los estadounidenses de “defender, preservar y proteger” los principios democráticos que sustentan el tejido social, político y económico de la nación.

La respuesta pavloviana de varios líderes y legisladores Republicanos no dilató, acusando a Biden de buscar “dividir, degradar y menospreciar a sus compatriotas estadounidenses” y de repudiar su promesa de campaña de “unir al país” y no avivar la “división”, convenientemente ignorando el discurso y accionar de buena parte del GOP desde el asalto sedicioso al Congreso en enero de 2020. Incluso algunos medios y analistas describieron a un presidente con ánimo divisivo. Eso es falso; lo que hay finalmente es un presidente realista. Y el discurso no creó una polarización política o ideológica. Reconoció que ésta ya existe. La alternativa, exhortar a la unidad nacional, ha sido esgrimida hasta el cansancio. “No hay una América liberal y una América conservadora”, dijo Barack Obama en 2004. Sí, sí que la hay. “Escuchémonos unos a otros”, dijo el propio Biden en su toma de posesión, como si nadie hubiera pensado en eso antes. Estos lugares comunes ya no sirven hoy. Apelar a una unión falsa mientras el asalto a la democracia por parte de uno de los dos partidos políticos continúa es insostenible. También lo es la noción de que el propio partido de Biden encarna el extremismo en el polo opuesto. Esta fue la otra línea de ataque contra el discurso de Filadelfia: su supuesta hipocresía. Nada en la historia de Estados Unidos (o de otras naciones) sugiere que la derecha tenga el monopolio de la violencia política. Pero por ahora, sin embargo, si bien los Demócratas son un partido con algunos activistas con ideas disparatadas, no es uno cuyos líderes o legisladores estén en desacuerdo con las reglas y normas del juego político. Como tal, ninguna equivalencia que se establezca entre ellos y el GOP hoy pasa la más mínima prueba del ácido. Que no se puede persuadir a la gente regañándola, apuntaron algunos otros comentaristas a raíz del giro discursivo de Biden en Filadelfia. Eso es cierto. Pero entonces, ¿qué los persuade de que EE.UU enfrenta la crisis política y democrática más severa -encarnada hoy en Trump y los suyos- desde la Guerra Civil? ¿Cómo zangolotear la amnesia histórica de buena parte del electorado estadounidense que ha olvidado las lecciones que nos ha dejado la historia moderna del mundo con respecto a lo que le sucede a una democracia -y a sus vecinos- cuando un político demagogo y xenófobo accede al poder a través de procesos electorales? Desde hace varias décadas, líderes bien intencionados del país han apelado a la unidad nacional. Mientras tanto, la nación se ha dividido. La transgresión de Biden en Filadelfia, en todo caso, fue dejar de fingir.

Y lo que está haciendo el presidente es tácticamente inteligente, aunque difícil de lograr. Al centrarse en los “Republicanos MAGA”, Biden está tratando una vez más de persuadir a los independientes y al pequeño número de Republicanos moderados para que apoyen a los candidatos Demócratas en noviembre. El problema, como reconoció, es que los Republicanos MAGA no son un movimiento marginal: el GOP de hoy está dominado, impulsado e intimidado por Trump y el movimiento MAGA. Como quedó demostrado con la Representante Liz Cheney al perder ésta su primaria por casi 40 puntos, no hay lugar para los críticos de Trump en el GOP. Una encuesta reciente de The Economist-YouGov mostró que el 69 por ciento de los Republicanos no cree que Biden ganó legítimamente las elecciones de 2020. En este momento, decenas de Republicanos buscan posiciones de control sobre la maquinaria electoral de cada estado, con el apoyo activo de Trump, mientras hacen campaña explícitamente sobre su negativa a reconocer que Biden fue legítimamente elegido presidente. Más de uno de cada dos estadounidenses tendrá un “negacionista” electoral en la boleta este noviembre. Todo esto representa una amenaza real y presente de usar el poder una vez en sus cargos para buscar anular futuras elecciones que no les favorezcan. Esto debería asustar a todos quienes creemos en la democracia.

Es cierto, la estrategia de Biden podría resultar contraproducente, inflamando el entusiasmo entre los partidarios de Trump (como fue el caso del comentario de Hillary Clinton sobre la “canasta de deplorables” en la elección de 2016), pero hay evidencia que sugiere que aquella podría estar funcionando. En elecciones legislativas que probablemente se decidirán en los márgenes en un puñado de estados bisagra o distritos competitivos, cambios relativamente pequeños en el sentimiento del votante pueden producir un terremoto político. En 2020, Biden obtuvo el 6 por ciento de los votos Republicanos en comparación con el 4 por ciento de Clinton en 2016 y, lo que es más importante, el 52 por ciento de los independientes en comparación con el 42 por ciento de Clinton. Eso fue suficiente para expulsar a Trump de la Casa Blanca, con Biden volteando cinco estados Republicanos en el Colegio Electoral por un margen combinado de solo 279,000 votos.

A la par del ataque de Biden a los “Republicanos MAGA” -a la vez hilando fino para no estigmatizar a otros Republicanos moderados- las perspectivas electorales de los Demócratas han mejorado, impulsadas sobre todo por las ganancias entre votantes independientes. Gran parte de ese cambio se debe al apoyo al derecho al aborto, la disminución en los precios de la gasolina y el éxito Demócrata en la aprobación de legislación. Pero de manera más notable, una encuesta reciente de NBC News encontró que los votantes identifican el asalto a la democracia y los derechos como su principal preocupación hoy en el país. La reacción del GOP al discurso, las palabras y la narrativa de Biden ha sido tan histérica, uno sospecharía, precisamente porque los Republicanos temen que esa estrategia de convertir al movimiento “MAGA” en una marca tóxica, pudiera tener éxito en las urnas en noviembre y camino al 2024.

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