Cuando hace ya casi un mes Vladimir Putin ordenó al ejército ruso iniciar lo que el Kremlin denominó una “operación militar especial”, un eufemismo ingente para lo que no es más que una invasión masiva de Ucrania, la suposición casi unánime en capitales alrededor del mundo era que Rusia lograría una victoria militar expedita y relativamente fácil. Pero ahora, con los ucranianos librando una heroica y tenaz resistencia y las tropas rusas empantanadas a las puertas de casi todas las ciudades importantes del país, aquí en Washington y en varias de las embajadas de naciones de la OTAN en esta capital crece la impresión de que no se avizora un desenlace claro para la fase militar de este conflicto, derivando en una guerra aún más letal y prolongada, causando devastación en Ucrania , provocando una crisis humanitaria masiva -con casi tres millones de refugiados en movimiento- y amenazando con escalar las hostilidades. Entramos con ello a una etapa más turbia y difícil del conflicto, donde el nuevo desafío es cómo controlar lo que en gran medida es incontrolable: ¿cuáles son los cálculos, las reacciones y metas finales del mandatario ruso?
Hasta el momento, las operaciones militares rusas parecen tener como objetivo tomar gran parte de Ucrania al este de una línea que va desde Kiev en el norte hasta Odesa en el Mar Negro. Las fuerzas terrestres rusas aún no han penetrado en el tercio occidental del país, mientras que en el norte parecen estar preparándose para asaltar Kiev . Es posible incluso que Putin podría conformarse con lo que algunos asumen era su objetivo original: apoderarse de una amplia franja del sur y este del país, conectando Rusia por tierra con Crimea , la cual anexó en 2014. El ejército ruso, con unos 125 grupos tácticos de batallón en Ucrania, tiene la ventaja de masa y números. Si ambos factores determinan quién ganará esta guerra, Rusia prevalecerá. Sin embargo, las guerras suelen tratarse de algo más que números. El control de la narrativa es ucraniano y el presidente Volodymyr Zelenskyy se ha convertido en un verdadero e inspirador líder en tiempos de guerra. Eso conduce a la cuestión del objetivo político de Putin. Si los rusos derrotan al ejército ucraniano y toman Kiev, es de suponer que Putin querrá establecer un gobierno títere pro-ruso. Sin embargo, mantener ese gobierno requeriría casi con certeza la ocupación del país -o un país partido en dos, el sureste controlado por Moscú y el resto de Ucrania como una nación “independiente”- por parte de las fuerzas militares y de seguridad rusas. Se enfrentarían muy probablemente a un movimiento de resistencia y guerrilla ucraniana y la ocupación podría resultar en una carga onerosa para una Rusia económicamente debilitada.
Yendo hacia delante, gran parte de la discusión es acerca de cómo construir o habilitar rampas de salida para el conflicto y para que Putin no se sienta arrinconado y sin el margen de maniobra para salvar cara al interior de Rusia. Hay tres canales de negociación abiertos, pero infructuosos (Francia, Israel y Turquía) en momentos en que Washington no se ha sentado a hacer lo propio con Moscú, en gran medida por la convicción de que Putin no está aún dispuesto a negociar. Y las rampas de salida para Putin son particularmente relevantes en momentos en que crece la posibilidad de que naciones de la OTAN se vean envueltas más directamente en el conflicto, ya sea por accidente o diseño. Esa probabilidad se volvió más real el domingo, cuando misiles rusos atacaron una base ucraniana a solo 10 kilómetros de la frontera con Polonia, país miembro de la OTAN, y cuando a la par Rusia declaró que las sanciones económicas en su contra equivalían a “actos hostiles” y que los esfuerzos para canalizar armas al ejército ucraniano a través de países de la OTAN convertirían a los convoyes en “objetivos legítimos”. La Casa Blanca y el Pentágono han estado modelando cómo responderían a una serie de escaladas, incluidos ataques cibernéticos contra instituciones financieras estadounidenses y el uso de un arma nuclear táctica sobre el terreno por parte de Putin para señalar al resto del mundo que no toleraría ninguna interferencia mientras avanza para aplastar a Ucrania.
La pregunta clave al pensar en rampas de salida es si aceptará Putin una negociación real o seguirá presionando con posiciones maximalistas y con la expansión y profundización del asalto a Ucrania. El 7 de marzo, el portavoz del Kremlin expuso una serie de demandas para detener las acciones militares rusas: Ucrania debe cesar sus operaciones militares, asumir la neutralidad e incluirlo en su constitución, aceptar que Crimea es parte de Rusia y reconocer la independencia de las llamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Luhansk en Donbás. Sin que se mencione, casi con certeza en esa lista está la instalación de un nuevo gobierno en Kiev y una demanda previa de desmilitarización. Un esfuerzo potencial de solución podría proceder a lo largo de tres vías: una negociación entre Kiev y Moscú, una negociación entre la OTAN y Rusia sobre medidas para mejorar la seguridad en Europa y una discusión sobre el alivio de las sanciones de Estados Unidos y otras naciones que las han impuesto. Si Moscú mostrara interés en una verdadera negociación con Kiev, Estados Unidos y la OTAN también podrían renovar sus ofertas para negociar sobre control de armas en Europa, reducción de riesgos y medidas de transparencia que podrían hacer una contribución genuina a la seguridad europea, incluida Rusia. Occidente también podría dejar en claro que, si las fuerzas rusas abandonan Ucrania, habría un alivio de las sanciones (aunque podría mantener algunas para garantizar cumplimiento por parte de Moscú).
Pero también se abren frente a nosotros dos interrogantes y una certeza. Primero, así como este mes reveló que el ejército ruso fracasó en su plan original de invasión, las próximas dos o tres pueden revelar si Ucrania sobrevivirá como Estado y estará en posición para negociar el fin de la guerra. Segundo, ¿se replanteará Putin sus objetivos con los sucesos de las últimas cuatro semanas? Dadas las actuales trayectorias militar, diplomática y de percepciones públicas de la invasión, una “victoria” militar parecería implicar para Moscú años de ocupación de una Ucrania hostil y anti-rusa, aislamiento político de buena parte del mundo y sanciones económicas que devastarán a la economía rusa. Sin duda, ello conlleva un riesgo real y latente: que Putin crecientemente lea las medidas no como sanciones diseñadas para modificar su comportamiento en Ucrania sino como un esfuerzo por derrocar a su gobierno. Por ello, la administración Biden sigue enfatizando, tanto en público como en privado, que no tiene intención alguna en propiciar un cambio de régimen en Rusia. Y finalmente, hay ocasiones en las que las disyuntivas políticas o morales que enfrentamos son muy claras, y hoy el mundo -México incluido- vive uno de esos momentos. Hay espacio para estar en desacuerdo sobre los porqués de la invasión, hay áreas grises, incógnitas y espacio para debate. Pero hay una pregunta que hoy no permite ambigüedad alguna: ¿De qué lado se está? ¿Con una nación agresora que ha violado el derecho internacional, o con un país soberano que enfrenta una invasión premeditada e injustificada?