Hace medio siglo, la guerra de Yom Kippur entre Israel y los Estados árabes puso a un nuevo cartel de productores de petróleo en el centro del tablero de las relaciones internacionales. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) detuvo el suministro de petróleo a países occidentales que habían apoyado a Israel. Fue la primera crisis mundial del petróleo. El miércoles pasado en Viena, el mismo día sacro del calendario judío, Arabia Saudita y sus aliados petroleros, que ahora incluyen a Rusia en el llamado grupo OPEP+ -y en el cual participa México- se activaron para nuevamente sacudir el orden energético mundial. Su decisión de recortar 2 millones de barriles por día de los objetivos de producción -o el 2 por ciento del suministro mundial- puede sonar modesta. El recorte real del suministro será menor, probablemente más cercano a 1 millón de barriles, ya que muchos de sus miembros, como Nigeria, están produciendo por debajo de sus objetivos. Aún así, la medida es un intento agresivo para aumentar los precios del petróleo. Si bien el precio del crudo está muy por debajo de los niveles alcanzados poco después de la invasión rusa a Ucrania, está más alto que en cualquier momento entre 2015 y principios de 2022. Hacerlo mientras el crudo Brent se cotizaba a $90 dólares el barril, casi el doble de su precio histórico a largo plazo, es una amenaza para una economía global acosada por la inflación y la creciente ansiedad de consumidores por los precios y la escasez de energía. Los precios de la gasolina en el Reino Unido, por ejemplo, están por encima de los niveles de 2008, cuando el petróleo alcanzó un récord de casi $150 dólares el barril, lo que avivó la inflación y la crisis del costo de vida. El malestar social por los precios más altos se ha visto agravado además para muchos países por un dólar más fuerte, ya que deben comprar su petróleo en la divisa estadounidense. Y la medida marca una nueva y quizás peligrosa brecha entre países productores y consumidores, especialmente entre Estados Unidos y Arabia Saudita.

El momento de los recortes fue especialmente revelador para EE.UU, ya que se produjo solo meses después de que el presidente Joe Biden, reculando después de declarar (a raíz del brutal asesinato y desmembramiento del periodista saudí del Washington Post Jamal Khashoggi) que el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman era un “paria”, tuvo que tragar sapos en Jeddah chocando puños con el líder de facto del reino. Y se da también a solo cuatro semanas de las elecciones legislativas estadounidenses. Si bien los precios de la gasolina en EE.UU han venido a la baja ya durante meses, comienzan a subir de nuevo, sobre todo en la costa oeste del país, donde seis refinerías en California y Washington redujeron la producción debido a labores de mantenimiento. El miércoles, el precio promedio de la gasolina en el condado de Los Ángeles alcanzó un récord: $6.49 por galón. Días antes de la reunión en Viena, enviados de la Casa Blanca habían viajado a Arabia Saudita para implorar al reino que no recortara el suministro. La respuesta, en lo que no puede ser interpretado más que como un mensaje político diáfano, no dilató: el Ministro de Energía, el Príncipe Abdulaziz bin Salman, selló el acuerdo para reducir el suministro en la sede de la OPEP en Viena de la mano del viceprimer ministro ruso, Alexander Novak, solo unos días después de que Estados Unidos incluyera a éste en la lista de individuos sancionados en represalia por la invasión a Ucrania. Novak está desempeñando un papel central en la cooperación con otros países productores de petróleo en la búsqueda de formas de salir del corral estadounidense y europeo que busca estrujar el precio pagado a Rusia por sus exportaciones de petróleo. Para Arabia Saudita en particular, que ha dependido durante mucho tiempo del apoyo militar de EE.UU como parte de una alianza de energía para la seguridad que ha resistido dos guerras en el Golfo Pérsico y los ataques terroristas del 11 de septiembre, la medida subraya una nueva confianza en que puede sacudirse de la presión estadounidense y actuar en beneficio de sus propios intereses comerciales y diplomáticos.

La visita en junio de Biden al Príncipe bin Salman fue siempre un cálculo cuestionable. La reunión cuidadosamente coreografiada de los líderes en el reino dejó en claro que hay poco aprecio entre ellos. Tres meses después, la respuesta, como mínimo, es un desaire diplomático. Meses de petro-diplomacia para arreglar las relaciones, con funcionarios de la Casa Blanca viajando repetidamente a Arabia Saudita, incluso en el período previo a la reunión de la OPEP+ la semana pasada, chocaron contra una pared. Funcionarios saudíes y de la OPEP insisten en que los recortes no tuvieron motivaciones diplomáticas o geopolíticas. Ante una probable recesión en Europa y en otras regiones que deprimiría la demanda, afirman que están intentando poner un piso a los precios, proteger ingresos y aumentar la capacidad de producción. Después de caer una cuarta parte desde junio, los precios mundiales del crudo también están, en términos equivalentes, muy por debajo de los altísimos niveles que han alcanzado el gas natural y el carbón gracias a la agresión rusa. Sin embargo, la jugada para reducir la producción ahora es parte de una lucha más amplia por el control del mercado mundial del petróleo. Arabia Saudita se ha sentido irritada por los intentos liderados por Estados Unidos de influir en los precios. El plan de Washington de imponer un precio tope a las exportaciones de crudo ruso, un intento de reducir los ingresos del Kremlin del petróleo sobre todo cuando comiencen las sanciones más rigurosas de la Unión Europea en diciembre, ha causado alarma entre países productores de la OPEP. Temen que la medida pueda usarse en su contra en el futuro, en un intento de cambiar el equilibrio de poder hacia las naciones consumidoras, arrancándoles de paso el control del mercado petrolero.

Pero no hay duda que en la búsqueda por preservar y blindar precios más altos del petróleo y por ende recursos para Rusia ante el cerco de sanciones que le han sido impuestas, el Kremlin está utilizando al líder de facto de la OPEP, Arabia Saudita, cuyos ministros apuestan a la futura cooperación de Moscú en asuntos energéticos, para hacer que sea más costoso para Occidente tomar represalias contra Rusia. También es posible que Riad esté molesta por lo que cree es un compromiso tibio de Washington con la seguridad del reino, incluida la respuesta estadounidense limitada al ataque a su instalación petrolera crítica de Abqaiq en 2019, que se cree fue llevado a cabo por Irán. Y no hay que descartar que al igual que los regímenes en la capital rusa y en Ankara, Brasilia, Budapest y la Ciudad de México, la monarquía saudí abiertamente apostó -y apuesta- por Trump. Meterle un torpedo debajo de la línea de flotación a Biden camino a las urnas el 8 de noviembre, y más allá hacia el 2024, potencialmente impactando precios de gasolina a la alza y abonando a la narrativa Republicana que Biden y los Demócratas no saben conducir la economía estadounidense, podrían convertirse, desde el punto de vista electoral, en una proverbial “sorpresa de octubre” y, desde una perspectiva geopolítica, en una jugada de ajedrez.

Una Casa Blanca furiosa ha insinuado que ahora podría liberar aún más petróleo de la reserva estratégica de Estados Unidos. Legisladores estadounidenses están pidiendo revivir la llamada legislación Nopec, que tiene como objetivo acabar con los cárteles petroleros. La lección para EE.UU y sus aliados es que sus socios en el Golfo no son confiables cuando se trata de energía, sobre todo cuando la OPEP está decidida a maximizar los ingresos de un activo cuya demanda finalmente debe reducirse drásticamente si los esfuerzos liderados por Europa, EE.UU y otros aliados para combatir el cambio climático son eficaces. Esas naciones consumidoras tienen, del lado de la oferta por lo menos, pocas respuestas a corto plazo, aparte de invertir en una mayor producción de combustibles fósiles, lo cual iría en contra de sus objetivos climáticos. La respuesta a largo plazo a todos los múltiples problemas energéticos y climáticos que ahora enfrentan es la misma: hacer esfuerzos reales, que hasta ahora apenas han comenzado a instrumentar, para reducir la demanda de petróleo y acelerar el camino hacia fuentes renovables y sostenibles.

En verdad, los importadores de petróleo occidentales y la OPEP han estado destinados a una colisión durante años, ya que las preocupaciones sobre el calentamiento global y la seguridad energética han llevado a gobiernos de todo el mundo a frenar el uso de combustibles fósiles, una necesidad ambiental que muchos productores de petróleo han tomado como un ataque a su subsistencia. Una batalla por el control del mercado del petróleo, e incluso el futuro de la propia industria energética, está ahora a plena vista. Tanto en la óptica como en el fondo, la medida de la OPEP+ subraya los desafíos que enfrenta Estados Unidos en el manejo de su gran estrategia en un momento en que la economía global está en riesgo de recesión y la política energética se ha convertido en un factor central para la manera en la cual se diriman los escenarios en ciernes.

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