“Hay décadas en las que no pasa nada; y hay semanas donde pasan las décadas”, zanjó Lenin en 1917 después de bajar del tren que lo llevó de Zúrich a San Petersburgo. Y al igual que el líder bolchevique en la antesala de la revolución rusa, hay muchos gobiernos y mandatarios, incluyendo el de México y Andrés Manuel López Obrador, que seguramente así interpretan las últimas semanas con la brutal y dolorosa crisis de salud pública, social, y económica generada por el COVID-19. Y más allá de usar a la historia como muletilla en esta columna, el pasado también encierra lecciones valiosas acerca de cómo confrontar algunas de las secuelas y efectos que esta crisis y el periodo que le seguirá de manera inmediata nos deparan. No hay que olvidar las secuelas que dejó el terremoto político, social, electoral y geopolítico de la gran crisis financiera de 2009 en distintas regiones del mundo. Hoy muy pocos países estarán exentos o insulados de la dislocación inédita que viene. A las medidas de contención y mitigación que se están instrumentando con variados grados de eficacia y éxito le seguirán forzosamente acciones y estrategias de recuperación una vez que el contagio de la pandemia y los índices de morbilidad se hayan controlado y abatido. Tampoco cabe duda alguna de que la disrupción que acompañará esos esfuerzos sacará a varios gobiernos de sus órbitas actuales y cambiará para mal las perspectivas económicas y sociales de muchos de ellos -México incluido- de manera rápida y drástica.
La aparición de la última pandemia que nos afectó, el H1N1 -y que se expandió primordialmente desde nuestro país- hizo del 2009 un verdadero annus horribilis para México. A los efectos de la Gran Recesión y la explosión de la violencia ante los esfuerzos por confrontar a las organizaciones criminales, se sumó el enorme reto de salud. En ese momento y ante esa coyuntura, México supo entender que no hay decisiones sin costo y decidió que era mejor pecar con medidas draconianas a quedarse corto en las acciones de contención y mitigación. Articuló una estrategia de comunicación y diplomacia pública agresiva, para informar con transparencia lo que ocurría y aprovechó mecanismos y protocolos -sobre todo bilaterales con Estados Unidos y regionales con Norteamérica- para confrontar de raíz la crisis. Esas acciones le valieron al país el reconocimiento, que se mantiene al día de hoy, de la comunidad internacional.
La crisis que se nos viene en México debe poner de relieve, amén del debate apremiante de tantos temas torales para el futuro de nación y del Estado mexicano, que tenemos que encontrar y articular una visión afirmativa de país que pueda zanjar las divisiones que nos han polarizado desde hace tiempo. Encaramos una emergencia de salud y económica, y confrontarla de manera inmediata y eficaz debe ser la prioridad urgente de todos, de los tres niveles de gobierno, sociedad civil y sector privado. Pero eso no exime de responsabilidad al Ejecutivo federal; no puede ni debe dilatar más en preparar y afinar los mecanismos, procesos y recursos con los que México tendrá que lidiar y aprovechar las etapas posteriores cuando la crisis en materia de salud mengue para así evitar un deterioro adicional de las expectativas para el país y del entorno regional y global en el que -guste o no- estamos insertos, y el cual tardíamente y a través del retrovisor será mucho más difícil revertir. Y en lugar de sembrar polarización, debe nutrir conexiones.
Al prever ahora y prepararnos ante los escenarios del “día siguiente”, es fundamental entender que no podemos seguir pauperizando y degradando la huella internacional de
México y que no existe tal cosa como las decisiones sin costo. Para detonar y recuperar inversiones y flujos de turismo y mitigar las percepciones -las consideremos justas y acertadas o no- que prevalecen hoy en el extranjero y en los medios internacionales sobre las acciones que México ha tomado hasta el momento, vamos a requerir: a) de todo nuestro capital y nuestro andamiaje diplomático y sus 157 misiones (embajadas, consulados y representaciones permanentes y que son pocas si se comparan con las 225 que Brasil tiene en el mundo) en el extranjero y que hoy han sido columna vertebral de los esfuerzos loables de nuestra cancillería por repatriar a mexicanos de todo el mundo; b) de nuestra presencia y liderazgo internacionales en organizaciones y foros a los que pertenecemos, como por ejemplo el G20 o la Alianza de Pacífico para poner en marcha medidas de colaboración y mitigación en materia de salud pública y económica (por ello es muy relevante que el presidente López Obrador haya participado por primera vez en interactuar con sus homólogos en una reunión cumbre, aunque ésta fuese virtual); y c) rescatar mecanismos y dependencias federales de promoción en el extranjero (ProMéxico y el Consejo de Promoción Turística de México) que fueron eliminadas y que resultaron claves en nuestra recuperación pos-H1N1. Como pocas veces en el pasado, México va a tener que salir al mundo a promoverse y a subrayar que los países tendremos que cooperar globalmente para resolver localmente. Habrá que trabajar con nuestra comunidad diáspora, sobre todo en EEUU, para mitigar el impacto de la caída en remesas; combatir de manera frontal el chovinismo y la demagogia xenófoba que se están haciendo presentes en distintas partes del mundo; y subrayar que nuestras naciones no pueden ensimismarse ante la imperiosa necesidad de cooperar y prevenir que el nacionalismo balín descarrile aún más los vínculos globales que nos unen y a las sociedades abiertas de las que dependemos todos, o casi todos. México no puede demorar en re dedicar atención, recursos y banda-ancha a fortalecer nuestra presencia y acción internacionales, la cual será clave en nuestros esfuerzos de recuperación para cuando pase este movimiento tectónico económico, de salud y geopolítico que se nos avecina.
El astronauta Buzz Aldrin alguna vez dijo que la mente es como un paracaídas; si no está abierta no funciona. Hay que aprovechar la memoria muscular que tiene el Estado mexicano para enfrentar lo inmediato y los retos que están a la vuelta de la esquina. La crisis que se avecina tiene que propiciar una reevaluación de la importancia de contar con expertos, con capacidades acumuladas del Estado, de los datos duros y las decisiones basadas en y determinadas por evidencia y la ciencia. Nuestro futuro no está predeterminado; es el resultado de las acciones y decisiones que tomemos hoy juntos.
Consultor internacional.
@Arturo_ Sarukhan