Desde hace meses se advertía que el Presidente Joe Biden había tomado la decisión -renegando de su promesa en la primaria de 2020 de que solo serviría un período presidencial si ganaba- de buscar la relección. Quizá en gran parte motivado por el hecho de que en este momento no parece haber figuras que claramente podrían ser competitivas y aglutinar a los distintos grupos al interior del Partido Demócrata y reconstituir -con Trump perfilándose como el potencial candidato Republicano- la alianza centrista al interior del partido que le dio la victoria en 2020, el presidente hizo oficial esa decisión la semana pasada.

Fue particularmente su pivoteo en tres temas de política pública -y su reciente viaje a Irlanda donde visitó pueblos de los cuales proviene su familia, hilando una narrativa acerca de lo que anima su visión política- que ya apuntaban a ese anuncio. Primero, con respecto a los índices de criminalidad que han repuntado en algunas ciudades grandes del país, Biden decidió no bloquear un proyecto de ley respaldado por los Republicanos para revocar cambios que hizo la asamblea de la ciudad de Washington modificando el código penal de la capital, reduciendo penas máximas para algunos delitos. Luego, en materia de energías fósiles, aprobó el nuevo y masivo proyecto Willow para perforar en tierras federales en Alaska. Y ha persistido en mantener políticas de asilo y migración para resistir el embate Republicano acusando a la administración de no defender la integridad y seguridad fronterizas con México, en medio de preocupaciones de que se vendrá un incremento importante en el flujo de migrantes hacia la frontera al derogar el Título 42 a partir de mañana.

En cada uno de estos temas, la Administración Biden está asumiendo posiciones que van a contrapelo del sector más progresista del partido, con lo cual seguramente veremos en las semanas y meses por delante otro período de jaloneo intenso entre las distintas fracciones Demócratas. Pero la cruda realidad en términos de alternativas reales y viables en su partido y la posibilidad de que la contienda de 2024 se dirima en torno a valores sociales, hacen de la reconstrucción y fortalecimiento del centrismo en el Partido Demócrata una importante carta frente al GOP.

Y es que los Republicanos se han vuelto enormemente dependientes de un tipo de circunscripción electoral en particular: distritos con más blancos y menos graduados universitarios blancos que el promedio nacional. Ese partido gobierna en 142 de esos distritos (lo que representa casi dos terceras partes del total bajo su control en la Cámara de Representantes), en comparación con solo 21 de los Demócratas. El GOP ha pasado de la narrativa a favor de un gobierno pequeño que impulsó el partido a partir de la era Reagan hacia el enfoque incesante de guerra cultural cilindrado por Trump y DeSantis. Es más, con la calcificación del electorado estadounidense, un gran número de sondeos sugieren que de contender Biden y Trump en 2024 por la presidencia, el resultado tanto en términos del Colegio Electoral como del voto popular podría ser muy similar al de 2020. Además, los estados que determinarán al ganador en 2024 serán los mismo cinco que lo hicieron entonces y que Biden arrebató a Trump en el Colegio Electoral.

Esos estados bisagra se encuentran entre los más afectados por el legado polarizador de la gestión de Trump y las fuerzas desatadas en ellos por sus infundadas afirmaciones de fraude electoral. Está el caso de Georgia: sus primarias Republicanas en 2022 representaron un repudio masivo al expresidente y la guinda se dio en diciembre con la segunda vuelta para elegir el escaño al Senado, cuando el candidato avalado por Trump, Herschel Walker, fue derrotado. En Arizona, zona cero para la patraña del negacionismo electoral, los candidatos estatales respaldados por Trump perdieron abrumadoramente en noviembre. Y con el llamado “muro azul” Demócrata (en el medio oeste del país) que Trump derribó en 2016, el escenario para el GOP y para una presunta candidatura presidencial del ex mandatario pinta igualmente desalentador. Los Demócratas ahora están en ascenso en Michigan y Pensilvania en gran parte debido a una reacción visceral contra Trump en sus suburbios más densamente poblados. Salvo una participación rural masiva en las casillas en esas dos entidades, o un evento externo o doméstico tipo cisne negro, Biden tiene una clara ventaja contra Trump en ambas. En Wisconsin, el más cerrado de estos tres estados en 2020, 20,000 votos separaron a Biden de Trump. Pero las tendencias para el GOP tampoco son prometedoras ahí. Tanto en 2016 como en 2020, Trump estuvo por debajo de los márgenes Republicanos tradicionales en los suburbios conservadores de Milwaukee, que son esenciales para las posibilidades del GOP en ese estado. Peor aún, la era Trump derivó en la consolidación del condado liberal de Dane como una potencia electoral, como lo demuestran las recientes elecciones a la Corte Suprema estatal; está garantizado que una candidatura Republicana encabezada por Trump generaría ahí otra participación elevadísima -y abrumadoramente Demócrata- de votantes. Es en este contexto que hay que enmarcar la decisión de Biden y lo que será su esfuerzo por empujar de nueva cuenta a su partido hacia el centro.

Hasta aquí las buenas noticias para el presidente y la circunstancia generalmente favorable para él en el marco de su anuncio hace ocho días. Con su intentona de reelección, su cuarta candidatura a la presidencia en cuatro décadas, Biden se encuentra en una posición precaria. Sus índices de aprobación cayeron por debajo del 50 por ciento en respuesta a la caótica retirada de Afganistán en agosto de 2021, y sus números nunca se han recuperado realmente. Solo tres presidentes de la posguerra, Carter, Reagan y Trump, estaban en un peor lugar en las encuestas en este momento de sus campañas de reelección; dos de esos tres no se reeligieron. Pero el problema que hace que muchos Demócratas estén ansiosos por la decisión de Biden es si su edad será un lastre. A sus 80, puede patinar. Ocasionalmente usa palabras incorrectas o no logra recordar un nombre. Algunos de estos hábitos no son nuevos, sin duda. Tartamudea desde que era joven, lo que puede hacer que parezca que no puede recordar palabras cuando en realidad tiene dificultad para pronunciarlas. En una encuesta del Washington Post/ABC publicada el domingo, seis de cada 10 estadounidenses adultos (hay que subrayar, eso sí, que no es de votantes registrados) dicen que Biden no tiene la agudeza mental o aguante físico para servir otro período como presidente. Y en esta ocasión, 2024 no será una campaña desde el sótano de su casa en Delaware, como en 2020, cuando la pandemia volteó de cabeza la dinámica de una campaña presidencial. La Convención Demócrata en Chicago será en persona y no en línea, y a diferencia de la elección pasada, ahora Biden tendrá que lanzarse de lleno a los rigores de reuniones con donantes, eventos públicos, mítines, viajes y discursos, a la par de descargar sus obligaciones como titular del Ejecutivo desde la Casa Blanca. Si Trump no sobrevive a sus múltiples problemas legales, otro contendiente Republicano como DeSantis, visto por muchos conservadores como un Trump sin el bagaje y el drama, podría representar un reto electoral serio. Existe además el espectro de una recesión económica camino a la elección, una eventualidad que reventaría las aspiraciones de reelección de cualquier presidente.

Sin duda hay muchos motivos que explican esta brecha entre opiniones prevalecientes sobre la edad de Biden y la coyuntura que enfrenta así como sus eventuales perspectivas en la contienda de 2024. Ciertamente, hay razones para pensar que está preparado para las funciones sustantivas y de desempeño de su cargo. Su respuesta a las preocupaciones sobre su edad y su candidatura a la reelección ha sido decir "véanme", y su récord de logros legislativos, liderazgo internacional frente a la agresión rusa y resultados en las elecciones de medio término son señales indudables de su eficacia. Su discurso anual ante el Congreso en febrero mostró la mejor cara del presidente, lúcido, enérgico, enchufado e intercambiando voleas verbales con los Republicanos cuando lo increparon. Pero la razón más importante se resume en un dicho que él a menudo cita: “No me compares con el Todopoderoso; compárame con la alternativa.” Y si como todo parece indicar, Trump es su rival, Biden, en el actual contexto político del país, sigue siendo la mejor esperanza de los Demócratas y de la democracia estadounidense.

Consultor internacional; diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México. @Arturo_Sarukhan

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