Faltan aún muchas primarias y asambleas (y delegados -1,233 de ellos- por asignar) en el calendario de precampaña estadounidense de aquí a junio, que es cuando éstas concluyen para luego celebrar las convenciones nacionales de ambos partidos -la Republicana en julio en Milwaukee y la Demócrata en Chicago exactamente un mes después, en agosto. Pero para todo efecto práctico, este arroz -predeciblemente- ya se coció la semana pasada con los resultados del llamado Super Martes, la fecha en la cual tradicionalmente celebran sus primarias el mayor número de estados (en esta ocasión 15 de ellos con más de un tercio -865- del total de delegados en juego), varios con la mayor población del país (más de un tercio de la nación), como Texas y California. Si bien Trump aun no alcanza la cifra de 1,215 delegados requeridos para hacerse de la nominación, sus victorias en las primarias Republicanas de costa a costa -con excepción de Vermont, un estado liberal en la costa del noratlántico que se embolsó Nikki Haley- inyectaron certeza matemática a lo que ha sido realidad política durante algún tiempo. Con esos resultados, así como con el discurso anual del Presidente sobre el Estado de la Unión ante sesión conjunta del Congreso dos días después, ya ha arrancado de facto la campaña presidencial.
Hay una serie de factores y cálculos electorales que se desprenden de lo acontecido hasta ahora en las primarias: la convicción Republicana de que pueden capitalizar lo que es para todo efecto un tercer riel de la política estadounidense, la inmigración; el tema que parece ser kryptonita pura para el GOP, a decir el aborto y los derechos de la mujer; o el papel que jugarán el voto negro e hispano, crecientemente en juego, en noviembre. Sin embargo, hay dos saldos inmediatos que considero son los más relevantes del Super Martes.
El primero de ellos es que Trump está sangrando votos, no solo comparado con su propio desempeño en las primarias de 2016 y 2020, sino también cara a Haley. Trump sigue estancado en todas las encuestas en el rango del 46 al 47 por ciento de la intención de voto, el mismo rango que obtuvo en las últimas elecciones presidenciales, y parece tener poco espacio para aumentar ese techo. Además del 50 por ciento de los votos que le dio a Haley la victoria en la primaria en Vermont, ella obtuvo un promedio de 26 por ciento de todos los votos emitidos en los 15 estados del Super Martes. Pero además, en Utah obtuvo el 41 por ciento, en Massachusetts 37 por ciento, en Virginia 35 por ciento, en Colorado 33 por ciento, en Minnesota el 29 por ciento, 26 por ciento en Maine y 23 por ciento en Carolina del Norte. Los casos de Maine, Minnesota y Carolina del Norte son particularmente reveladores dado que la dirigencia nacional del GOP considera que potencialmente podrían lograr poner en juego estos estados para cuando llegue noviembre. Por ello, los Republicanos que votaron por Haley hasta que ésta se bajó de la contienda después del Super Martes se convierten en un gran factor de incertidumbre para la candidatura de Trump y un potencial factor de oportunidad para la reelección del presidente. Por ejemplo, las encuestas a boca de urna muestran que 4 de cada 5 votantes de Haley se negaron a comprometerse a respaldar al candidato Republicano en noviembre. En Carolina del Norte, un estado bisagra con una población de votantes con educación universitaria en rápido crecimiento, el 81 por ciento de los que respaldaron a Haley el martes pasado dijeron que no votarían por Trump en noviembre. Y su mejor desempeño se produjo en zonas metropolitanas, en pueblos universitarios y en los suburbios. Estos últimos, en particular, podrían plantear problemas serios para Trump, dado que es ahí donde hoy por hoy se ganan o se pierden elecciones presidenciales en EE.UU. Dicho de otra manera, ¿cuántos Republicanos votaron por Haley simplemente para oponerse a Trump y cuántos votarán por Biden o por una tercer candidatura, o decidan no votar, en noviembre? Si esa cifra es relevante, puede ser punto, set, partido y campeonato para el presidente.
El segundo es un foco amarillo parpadeante para Biden que ya se había encendido en la primaria en Michigan el 27 de febrero y que el martes en Minnesota se volvió a prender. Las primarias Demócratas permiten la figura de voto “no comprometido” en la boleta. Esa opción, a la que recurrieron 100,000 votantes Demócratas en Michigan para expresar su descontento y oposición por la postura de Biden con respecto a las acciones armadas israelíes en Gaza, obtuvo el 19 por ciento de los votos en Minnesota. Ambos estados, sobre todo Michigan, uno de los seis estados que decantarán en el Colegio Electoral la elección presidencial, tienen la mayor población musulmana estadounidense -sobre todo árabe y palestina- en el país. Estos votos subrayan además el problema real que tiene Biden con el sector progresista y con el voto joven del Partido Demócrata, que a lo largo de la gestión del actual primer ministro israelí se han vuelto acérrimos críticos de las acciones de ese gobierno en los territorios ocupados. Ello también explica la creciente presión sobre Netanyahu, articulada en el discurso pronunciado por Biden ante el Congreso el jueves, para que aquel no despliegue tropas a Rafah en la franja de Gaza e implemente un cese al fuego inmediato.
Más allá de estos dos saldos que ha puesto en evidencia el Super Martes, también hay una doble paradoja en juego camino a las convenciones nacionales que en el verano formalizarán las candidaturas del presidente y de su predecesor. Por un lado, Biden, que a lo largo de toda su carrera política se ha visto a sí mismo como un defensor de la clase trabajadora, no puede confiar en su apoyo -sobre todo en los estados clave de Wisconsin, Michigan y Pensilvania- para ganar la reelección. Para prevalecer, necesitará un alud de votos de electores con educación universitaria en áreas metropolitanas y suburbanas del país y sobre todo en esos tres estados bisagra más Nevada, Georgia y Arizona. Biden tendrá que volver a recrear sobre los lomos de esos votantes la misma coalición electoral que en 2020 le dio el 52 por ciento del voto popular, cuando lideró a Trump 60 a 34 por ciento entre los votantes con título universitario (en cambio, 58 por ciento de los votantes sin título universitario se decantaron por Trump, frente al 37 por ciento de Biden). Por el otro, el Partido Republicano crecientemente depende de los votos de la clase trabajadora blanca, especialmente en ciudades pequeñas y zonas rurales. Sin embargo, sus políticas económicas siguen orientadas a los intereses de la clase alta empresarial y del 1 por ciento con mayor ingreso en el país, muchos de los cuales han huido del partido en rechazo a la candidatura de Trump.
El puente para zanjar estas dos paradojas radica en la eficacia de los puntos discursivos de contraste a los que recurrió Biden el jueves, con los cuales básicamente hizo un llamado a la sociedad estadounidense a unirse en una especie de gran coalición de los decentes para enfrentar la amenaza que representa Trump para la democracia estadounidense, la investidura presidencial, las normas, principios y valores de la república estadounidense y el papel que la nación debe desempeñar en el mundo. En el fondo, el mensaje, sobre todo para aquellos Republicanos que votaron en las primarias por Haley -o contra Trump- es que su decisión de haberlo hecho por Trump por primera vez en 2016 ya no sería ni comprensible ni justificable hoy en 2024 dado todo lo que vimos de su gestión presidencial y en función de todo lo ocurrido desde que perdió la reelección en 2020. Y es que en el fondo, lo que el Super Martes ha demostrado patentemente es que las primarias de este año han resultado ser las más anticlimáticas de la elección presidencial más trascendental en la historia reciente de EE.UU.
Consultor internacional, diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México